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En mi experiencia, la mayoría de los cristianos tiene un entendimiento limitado del llamado de Dios para sus vidas, y por tanto, la también tiene un entendimiento deficiente del trabajo.

La creencia popular entre muchos cristianos es que “el llamado” se refiere exclusivamente al ámbito de la iglesia, de las misiones o, en particular, del pastorado. Pero pensar de esta manera restringe lo que Dios ha revelado con relación a la responsabilidad del hombre aquí en la tierra.

El “trabajo de creación”

Después de la creación de Adán y Eva, podemos identificar un llamado que Dios hizo a esta primera pareja y a sus descendientes:

Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. (Gé. 1:28)

Más adelante, leemos:

Entonces el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto del Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. (Gé. 2:15)

Esta asignación le fue dada al hombre antes que el pecado entrara al mundo. Ese trabajo, con todas sus implicaciones posteriores, ha sido denominado “el trabajo de creación”. Cuando llegamos al capítulo tres de Génesis, nos encontramos con la caída del hombre, la cual alteró drásticamente las condiciones bajo las cuales el hombre trabajaría. Pero en la mente de Dios, la caída no alteró en nada el propósito original del trabajo: la gloria de Dios y la satisfacción del hombre.

Para los griegos de antaño, el ocio era la actividad de mayor virtud, y le llamaron “trabajo” a la negación del ocio. En esa cultura se llegó a creer que trabajar por necesidad era indigno de un hombre libre. Por tanto, para ellos, entre los trabajos más nobles estaba el filosofar y el hacer política. Esta visión fue muy influyente en la civilización occidental. Con el tiempo esta visión fue cambiando y se comenzó a considerar el trabajo como un servicio a la sociedad, a uno mismo y a los nuestros. Durante la Edad Media y hasta la época de la Reforma, se desarrolló una división de lo que se consideraba como “trabajo secular” (hecho en la sociedad) y de lo que se consideraba como “trabajo sagrado” (hecho en el contexto religioso).   

El “trabajo de redención”

Sin lugar a dudas que la caída del hombre trastornó no solo las condiciones bajo las cuales trabajaríamos, sino también el entendimiento del trabajo en sí. Posterior a la caída, habría necesidad de un tipo de trabajo diferente que tendría que ver con la evangelización del mundo y de la redención de lo creado. Dicho trabajo ha sido denominado el “trabajo de redención”.

Al estudiar la revelación bíblica es fácil ver esta responsabilidad dual que Dios le ha dado al hombre y a la mujer: el “trabajo de creación”, relacionado a lo que hacemos en la sociedad, en la cultura o en la generación en la que Dios nos coloca para beneficio de los hombres en general; y el “trabajo de redención”, hecho también durante la vida que Dios nos da, relacionado a la redención del alma esclavizada al pecado, y la cual Dios lleva a cabo mediante la predicación del evangelio.

Si vamos a ser hijos de Dios responsables, tenemos que involucrarnos tanto en el “trabajo de creación” como en el “trabajo de redención”. El llamado de Dios para sus hijos tiene que ver con ambos.

Haciendo sagrado lo secular

Ahora bien, no todos han sido llamados a realizar exactamente la misma tarea. Moisés sirvió a Dios como legislador y profeta; José sirvió a Dios como un hombre de estado, al igual que Daniel; David sirvió a Dios como pastor y luego como rey; Pablo sirvió a Dios como evangelista, plantador de iglesias, y pastor.

Como mencioné antes, en la época anterior a la Reforma, había un malentendido con relación al llamado del hombre. Se hablaba de que los ministros tenían una vocación y un llamado especial de parte de Dios para hacer una tarea sagrada. Se veía, entonces, al resto de la labor del hombre como algo no sagrado sino secular. Martín Lutero y otros reformadores pusieron fin a esa dicotomía pues entendieron que la vocación es aquello a lo cual Dios te ha llamado. Como dice Alister McGrath en Reformation Thought,

El término vocación era entendido como un llamado a la vida monástica, lo cual implicaba dejar el mundo atrás. Desde el inicio, el protestantismo rechazó la idea medieval y eliminó la distinción entre lo sagrado y lo secular. Aunque esto pudiera ser entendido como un acto de deshacer lo sagrado, también pudiera ser entendido como “un hacer sagrado lo secular”.

Si Dios te ha llamado a servirle en una cierta capacidad, esa tarea es tan sagrada para Él como cualquier tarea que otro pudiera hacer por asignación de Dios.

El trabajo es parte del diseño de Dios para la vida humana y, como tal, dignifica al hombre. Como dice Timothy Keller en su libro Every Good Endeavor, “el trabajo . . . es un componente indispensable si es que la vida va a tener significado. Es un don supremo de Dios y una de las cosas que da propósito a nuestras vidas”. Ahora bien, el trabajo no lo es todo. Dice Keller más adelante, “tu vida no tendrá significado sin trabajar, pero no puedes decir que tu trabajo es el significado de tu vida.”

De una manera o de otra, que sea para la gloria de Dios

El Apóstol Pablo nos recuerda en Colosenses 3:23, “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Aquí el Apóstol no hace diferenciación entre el trabajo de redención, como lo definimos más arriba, y el trabajo de creación. Una implicación clara de esto, entonces, es que sea lo que sea que hagamos en la vida, Dios nos lo ha asignado para que glorifiquemos su nombre. Cada talento con el que el ser humano nace y es capaz de desarrollar es un don del Creador, y su objetivo expreso es ser usado para dar gloria a su nombre y para que, a través de la multiforme gracia del Señor, refleje la creatividad infinita de Dios.

Lutero, al igual que otros reformadores entendieron el concepto bíblico que llamaron “el sacerdocio de todos los creyentes”. Dicho de otro modo, propusieron que cada creyente tenía una vocación a la cual Dios lo había llamado y desde la cual podía servir a su Dios. De ahí que el ministro cristiano no tenía ninguna razón para sentirse superior al que se desempeñaba como laico. Para el cristiano toda la vida es sagrada porque, como bien entendieron los reformadores, nosotros vivimos la totalidad de nuestras vidas coram Deo, es decir, delante del rostro de Dios.

Para los hombres que propulsaron la Reforma, el trabajo no era simplemente un medio de obtener ingresos para poder disfrutar la vida material aquí y ahora, sino una manera más de glorificar a nuestro Dios aquí y ahora. Nuestra sociedad materialista concibe el trabajo como un mal necesario, y bajo esa óptica trabaja de lunes a viernes para disfrutar el sábado y el domingo. Pero eso dista mucho de la manera en que Dios entiende nuestro trabajo: una actividad buena en sí que debe dar gloria a su nombre, y que le da sentido, propósito, y significado a la vida humana.

¿Es así como lo entiendes tú?


Crédito de imagen: Lightstock.

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