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El 18 de enero de 1854, hace 162 años, Charles Haddon Spurgeon predicó su primer sermón en la capilla de New Park Street. Tenía 19 años de edad. La iglesia estaba casi vacía, sólo 40 miembros estaban presentes. Después de 38 años como su pastor, el número de nuevos miembros que se habían unido a la iglesia era de 14,460.

Los sermones de Spurgeon eran diferentes de las lecturas teológicas tediosas y técnicas que eran comunes en la iglesia de esos días. Sus sermones tenían humor, estaban llenos de ilustraciones y de aplicaciones. Pronto llegó a ser conocido como el Príncipe de los Predicadores, el pastor de la iglesia más grande del mundo, con uno de los ministerios bautistas de mayor éxito desde, claro, Juan el Bautista.

Inició orfanatos, docenas de ministerios de alcance, y una escuela de formación de pastores con 900 estudiantes.

Su éxito era evidente, pero la razón de su éxito no era tan obvia, excepto para aquellos que lo conocían bien.

La mayoría cree que su éxito se explica fácilmente por su evidente talento y prodigiosas habilidades y una ética de trabajo incansable. A menudo trabajaba 18 horas al día. Sus sermones se vendían a razón de 25,000 por semana, se tradujeron a 20 idiomas, y cada barco que salía de Inglaterra llevaba sus sermones.

En una ocasión predicó a una multitud de más de 23,000 personas con solo su voz y sin micrófono.

Poseía una memoria fotográfica y recordaba cada palabra de cada libro que había leído en su biblioteca de 12,000 volúmenes. Con una página de notas podía predicar 140 palabras por minuto durante 40 minutos, y aún así, su redacción y lenguaje se consideran algunos de los más bellos y elocuentes de la literatura cristiana; cada una de las 25 millones de palabras de sus sermones grabados.

Y se notaba. Miles y miles de personas se convirtieron al cristianismo bajo su ministerio. Cuenta el testimonio de una señora que ella estaba abriendo la mantequilla que había sido envuelta en un sermón, lo leyó y fue salva. Otro hombre estaba trabajando en el techo de una iglesia vacía cuando Spurgeon entró para probar la acústica. Dijo en voz alta: “¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”. El hombre quedó tan sorprendido y convencido, que dio su vida a Jesús en el acto. Spurgeon era, por decirlo suavemente, eficaz en el púlpito.

Pero cualquier obra biográfica que atribuye el éxito de Spurgeon en el ministerio a su talento deja a un lado los hechos. Las personas cercanas a él dijeron que el propio Spurgeon le atribuye su éxito a una sola de sus actividades.

No era predicar o escribir, o la preparación o el estudio. Era la oración.

El biógrafo famoso, Arnold Dalimore, captura muy bien esta verdad: Spurgeon fue siempre un hombre de oración. No es que haya pasado largos períodos de tiempo en oración, sino que vivía en el espíritu de comunión con Dios. El Dr. Wayland Hoyt proporciona un ejemplo de esta práctica:

Estaba caminando con él en el bosque un día fuera de Londres y, al pasear bajo la sombra del follaje de verano, nos encontramos con un tronco tumbado de través del camino. “Ven,” dijo tan naturalmente como uno diría si estuviera hambriento y le pusieran un pan delante de él. “Ven, oremos”. Arrodillado al lado del tronco elevó su alma a Dios en la oración más amorosa y reverente. Entonces, levantándose de sus rodillas siguió caminando y hablando de esto y aquello. La oración no era una interrupción, era una costumbre tan arraigada en su mente como la respiración de su cuerpo.

Otro de los invitados de Spurgeon atestiguó sus devocionales familiares y comentó:

Sus oraciones públicas eran una inspiración y bendición, pero su oración familiar era aún más maravillosa para mí. La belleza de ellas fue siempre sorprendente: figuras, símbolos, elección de citas emblemáticas de las Escrituras, todas dadas con una espontaneidad y naturalidad que encantaba la mente y conmovía el corazón.  El Sr. Spurgeon, cuando se inclinaba ante Dios en la oración familiar, parecía un hombre más grandioso aún que cuando miles eran hechizados por su oratoria.

Para nosotros, los pastores y otros cristianos que nos sentimos menos dotados y capaces que Charles Spurgeon, saber esto debe darnos esperanza. Cualquier desventaja que encontremos en nosotros mismos puede ser fácilmente compensada por el esfuerzo, el fervor, y el compromiso que entregamos a nuestra vida de oración.

2 Corintios 4:7: Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros.

Así que, hermanos y hermanas, que nuestro ministerio sea uno de oración. Por nuestro bien, el bien de aquellos a quien servimos, y para la gloria de Dios.


Publicado originalmente en The Cripple Gate. Traducido por Sergio Paz.
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