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¿Es pecado hablar demasiado? Bien, eso depende. Hace años en un grupo de oración de hombres discutíamos la disciplina de la lengua. Después de leer un capítulo del libro “Disciplinas de un hombre de Dios” de Kent Hughes y algunos versículos de Proverbios que tratan el tema, ¡algunos de nosotros estuvimos tentados a dejar de hablar de manera definitiva! Sin embargo, rápidamente nos dimos cuenta de que esta no era la respuesta. Eso sería demasiado fácil; la respuesta correcta es el duro camino de la autodisciplina. El camino difícil es la aplicación de la sabiduría para refrenar el músculo más potente en nuestro cuerpo. Todo eso me hizo pensar acerca de los peligros de hablar demasiado. Hay muchos e incluyen los siguientes:

Hablar demasiado abre la puerta al pecado.

“En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19). “El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de angustias” (21:23). “El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina” (13:3). Estos versículos parecen decir que cuanto más se hable, más se va a pecar. La razón de esto se encuentra en la dura realidad de Santiago 3:8: “Pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal”. Debemos disciplinarnos para abstenernos de hablar cuando no sea necesario. Esta es una característica de sabiduría y madurez. “El que retiene sus palabras tiene conocimiento y el de espíritu sereno es hombre entendido. Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente” (17:27-28).

Hablar demasiado es el combustible del chisme.

El diccionario Webster define al chismoso como “una persona que parlotea o repite habladurías y rumores”. Por lo tanto, las habladurías y los rumores definen el contenido de los chismes. Sin embargo, es importante darse cuenta de que la exactitud de la información de la cual se habla no es el único problema. Puede ser verdadera o falsa. La cuestión es que hay algunas cosas que simplemente no necesitan ser y no deben ser repetidas pues los efectos negativos de los chismes son numerosos. Destruye amistades: “El que cubre una falta busca afecto, pero el que repite el asunto separa a los mejores amigos” (Proverbios 17: 9). Causa disensión: “Por falta de leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, se calma la contienda” (Proverbios 26:20). Lleva a traicionar la confianza: “El que anda murmurando revela secretos, por tanto no te asocies con el chismoso” (Proverbios 20:19). Hiere profundamente: “Las palabras del chismoso son como bocados deliciosos, y penetran hasta el fondo de las entrañas” (Proverbios 18: 8). El puritano Thomas Watson dijo: “El escorpión lleva su veneno en la cola, el difamador en su lengua. Sus palabras perforan profundamente como las púas de puercoespín”.

Hablar demasiado es el enemigo de escuchar.

Estoy seguro de que todos hemos sido culpables una u otra vez de no escuchar porque rápidamente formábamos una respuesta en nuestra mente mientras la otra persona aún hablaba. Proverbios identifica esto como necedad: “El que responde antes de escuchar, cosecha necedad y vergüenza” (18:13). “¿Ves a un hombre precipitado en sus palabras? Más esperanza hay para el necio que para él” (29:20). Esto también es apoyado por las palabras de Santiago en el Nuevo Testamento: “…que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar” (Santiago 1:19). Note la relación entre la escucha pronta y el habla lenta. Parece que la disciplina de la escucha rápida refuerza la disciplina de hablar lento, y viceversa. Por lo tanto, si tomo la decisión consciente de escuchar con atención, no voy a ser tan precipitado al hablar. Y si tengo más cuidado al hablar, voy a ser un oyente más hábil.

Hablar demasiado usualmente alimenta la jactancia.

La jactancia es el gloriarse en el hacer o en el tener. Quienes se jactan son diferentes de los chismosos pues hablan en exceso sobre sí mismos en vez de hablar de otros. Proverbios advierte en contra de esto: “Que te alabe el extraño, y no tu boca; el forastero, y no tus labios” (27:2). “Muchos hombres proclaman su propia lealtad, pero un hombre digno de confianza, ¿quién lo hallará?” (20:6). “Nubes y viento, y nada de lluvia, es quien presume de dar y nunca da nada” (Proverbios 25:14 NVI). El jactarse es molesto ante Dios pues es alimentado por el orgullo. Necesitamos prestar atención cuidadosamente a la advertencia de Santiago:

“Oigan ahora, ustedes que dicen: ‘Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia’. Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora se jactan en su arrogancia. Toda jactancia semejante es mala” (Stg. 4:13-16).

Hablar demasiado puede dar lugar a la adulación.

Sería absurdo tratar de mejorar la definición de halago que da Kent Hughes: “El chisme implica decir a espaldas de alguien lo que no le dirías a su cara, La adulación implica decirle a alguien en su cara algo que nunca dirías a sus espaldas”. La Biblia siempre atribuye motivaciones corruptas al adular. “El hombre que adula a su prójimo tiende una red ante sus pasos” (Proverbios 29:5). La prostituta seduce a su presa por medio de la adulación (Proverbios 2:16-18, 6:24, 7:21). En el pasado, cuando me he encontrado con un adulador, he querido decir, “solo dígame ¿qué necesita?”. Tenga cuidado con aquellos que elogian de manera excesiva, falsa, o poco sincera.

Hablar demasiado es a menudo una charla ociosa.

Si no somos capaces de refrenar el uso de nuestra lengua podemos encontrarnos envueltos en gran medida en una charla inútil. Proverbios 14:23 dice: “En todo trabajo hay ganancia, pero el vano hablar conduce solo a la pobreza”. En otras palabras, solo hablar y no hacer nada eventualmente conducirá a la necesidad. La advertencia de Jesús contra la charla ociosa debería tener un efecto aleccionador: “Pero yo les digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio” (Mateo 12:36). Las cuentas que tendremos que dar ante el tribunal de Cristo son un poderoso elemento disuasorio ante el hablar descuidadamente cuando somos conscientes de ello.

Hablar demasiado puede dar a luz a la blasfemia.

La blasfemia, o lo que la mayoría de nosotros creció llamando “groserías o malas palabras”, es incompatible en la vida de un hijo de Dios. “Con (la lengua) bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios; de la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Santiago 3:9-10a). Si cantamos alabanzas a Dios el domingo y el lunes maldecimos a los hombres, “Hermanos míos, esto no debe ser así” (Santiago 3:10). “¿Acaso una fuente por la misma abertura echa agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos?” (Santiago 3:11, 12). Por lo tanto, nuestro estatus de nuevas criaturas en Cristo debe reflejarse en el abandono de la conversación profana (2 Corintios 5:17).

Hablar demasiado usualmente destruye.

“Así también la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, se jacta de grandes cosas. ¡Pues qué gran bosque se incendia con tan pequeño fuego! También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida” (Santiago 3: 5-6). El Centro Nacional de Incendios de los EEUU informa que en el año 2000 los incendios destruyeron 8,422,237 acres de tierras silvestres, con un costo para las agencias federales de más de 1,3 millones de dólares. Podemos medir la destrucción de los árboles y de la vida silvestre, pero la devastación causada por una lengua descontrolada no puede ser estimada. ¡Solo una chispa es todo lo que necesita!

Domar nuestra lengua es extremadamente difícil, pero no imposible. Al practicar el amor y al ejercitar la disciplina de refrenar la lengua, el Espíritu Santo va a producir el fruto del dominio propio (Gálatas 5:23). A medida que crecemos en la gracia y conocimiento del Señor Jesús, vamos a ser más y más como el hombre perfecto (completo, maduro) que no tropieza en lo que dice (Santiago 3: 2). Oremos para que seamos cada vez más como ese hombre.


Publicado originalmente en Counseling One Another. Traducido por Carlos Andrés Franco Chacón.
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