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La Biblia nos cuenta que una vez el rey de Israel quiso saber de los profetas si tendría victoria sobre sus enemigos. Todos los profetas de la corte le dijeron exactamente lo que él quería oír. Sin embargo, el rey de Judá preguntó sabiamente si había otra voz que se pudiese consultar, y el rey de Israel dijo que sí que la había, pero que odiaba a ese profeta porque “no profetiza lo bueno en cuanto a mí” (1 Reyes 22:8).

Una vez encontrado, este profeta se negó a hablar las palabras de consenso que el rey quería escuchar. “Vive el SEÑOR que lo que el SEÑOR me diga, eso hablaré” (1 Reyes 22:14). Y, como se vio después, era una palabra dura.

Cuando se trata de lo que la gente quiere oír, la iglesia se enfrenta a una situación similar al mirar hacia el futuro del matrimonio en Estados Unidos. Muchos quieren el tipo de testimonio profético que hará girar la situación para que se vea favorable, independientemente de si ese favor es del Señor o si tiene contacto con la realidad.

Algunos quieren una corte de profetas que acerque el escalpelo del cirujano a la Palabra de Dios. Quieren a aquellos que digan: “¿Conque Dios ha dicho?”, a la luz de aquello que la Biblia claramente llama inmoralidad. Siguiendo la trayectoria de cada antiguo liberalismo pasado, quieren hacer de la ética sexual cristiana lo que los antiguos liberales quisieron hacer con el nacimiento virginal: afirmar que la gente de estos tiempos simplemente no podrán aceptarlo, y que, si queremos rescatar el cristianismo, tendremos que tirar estas cosas por la borda. Mientras tanto, nos dirán que lo están haciendo por los niños (o por los Mileniales).

Predicando un evangelio que no salva

Esto es infidelidad al evangelio que hemos recibido. En primer lugar, nadie que se niega a arrepentirse del pecado, ya sea la homosexualidad o la fornicación o cualquier otra cosa, heredará el reino de Dios (1 Cor. 13:45-46). Esta estrategia deja condenada a la gente ante el tribunal de Cristo, sin reconciliación y sin esperanza.

En segundo lugar, ni siquiera funciona. Miremos las catedrales vacías de la Iglesia Episcopal, los bancos vacantes de la Iglesia Presbiteriana (U.S.A.), y lo que sucederá pronto. Déjenme ser claro. Incluso si aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo (o aprobar cualquier otra cosa que la Biblia llame inmoralidad sexual) “funcionase” a la hora de hacer crecer una iglesia, aún así no lo haríamos. Si tenemos que elegir entre Jesús y los Mileniales, elegimos a Jesús. Pero la historia nos demuestra que aquellos que quieren un Jesús diferente (el Jesús que dice: “Haz lo que quieras con tu cuerpo, por mí está bien”), no quieren ningún cristianismo.

Pero habrá los que quieren profetas que digan que el evangelio no llama al arrepentimiento, o, al menos, no al arrepentimiento de este pecado. Estos profetas aplicarán un universalismo selectivo que niegue que el juicio viene, o que es necesaria la sangre de Jesús. Pero estos profetas no hablan de parte de Dios. Y no tenemos a nadie a quien culpar sino a nosotros mismos, ya que durante demasiado tiempo muchos hemos tolerado entre nosotros a aquellos que han sustituido el evangelio de Jesucristo por un evangelio falso, fácil y barato. Se ha llamado predicadores del evangelio a muchos que predican una decisión sin fe, una regeneración sin arrepentimiento, una justificación sin señorío, libertad por levantar la mano, pero sin cargar una cruz. Ese evangelio es diferente del que Jesús y sus apóstoles nos entregaron. Ese evangelio no salva.

Así que cuando estos profetas emergen para decirle a la gente que pueden permanecer en sus pecados y aun así ser salvos, debemos tronar en respuesta con el viejo evangelio que nos llama a todos al arrepentimiento y a llevar la cruz, el evangelio que llama pecado al pecado, para llamar gracia a lo que lo es. J. Gresham Machen nos advirtió que el mismo Señor Jesús nunca trató de predicar el evangelio a los justos sino solo a los pecadores. Los que le siguen deben comenzar por reconocerse a sí mismos como necesitados de misericordia, como necesitados de la gracia que puede perdonar y limpiar su interior.

La revolución matrimonial es real

Hay otra forma de profeta en la corte de estos tiempos. Este no tiene ningún problema con identificar la homosexualidad como pecado. Él puede hacerlo con toda clase de bravatas e indignación, pero él sigue haciendo lo que los profetas de la corte siempre hacen, él habla una palabra que la gente quiere escuchar. Algunas personas quieren oír que la inmoralidad sexual es moral, después de todo, y otras personas quieren oír que el matrimonio entre personas del mismo sexo es simplemente una cuestión de algunas élites en las costas del país. Este profeta implica que si solo firmamos cheques a los anfitriones correctos de los programas del debate en la radio, y tenemos un buen ciclo electoral o dos, vamos a estar de vuelta donde estábamos, en la época cuando las alfombras eran afelpadas y los matrimonios eran fuertes. Yo no conozco a nadie de ninguna organización en Washington, D.C. –y hay muchas peleando la buena batalla– que esté diciendo eso. Por cierto, las organizaciones más cercanas al suelo saben cuán oscura es la hora.

De una u otra forma, su iglesia tendrá que abordar la revolución matrimonial. Esto incluye pensar a través de medidas que las iglesias deben tomar para protegerse a sí mismos y a sus confesiones de fe de la acción legal. Pero también incluye ser honestos ante nuestras congregaciones. La atracción al mismo sexo, la homosexualidad, la transexualidad y demás no son problemas en las iglesias “grandes” o iglesias “de ciudad”. En las iglesias más rurales de los Apalaches o en el mitológico “Bible-belt” del Sur de los E.E.U.U., las congregaciones tienen que saber cómo ministrar fielmente y compasivamente a los refugiados de la revolución sexual. Las iglesias que no están abordando estos temas en sus reuniones dominicales están ignorando la Gran Comisión.

Por eso no es simplemente un asunto de uno o dos ciclos electorales. Hay una necesidad urgente de protecciones de conciencia para aquellos que disienten de la Iglesia de la Revolución Sexual. Mira la forma en que el Director Ejecutivo de Mozilla fue sacado de la oficina simplemente por apoyar una medida electoral que define el matrimonio como entre un hombre y una mujer. Mira la forma como Baronnelle Stutzman fue abordado por su propio gobierno, no por negarse a servir a clientes homosexuales (ella ha servido a muchos clientes homosexuales a través de los años) sino por negarse a un acuerdo con dos clientes, y el Estado, de una boda entre dos personas del mismo sexo.

Si la iglesia no lee los signos de los tiempos, estaremos justo donde nosotros, los evangélicos, estábamos después de Roe v. Wade: atrapados, desprevenidos y sin preparación. Afortunadamente, muchos líderes cristianos, y muchos fuera de la tradición evangélica, se convirtieron en los líderes audaces en la causa de la protección de los no-nacidos. Debemos mucho hoy a su coraje.

Lecciones del Movimiento Pro-Vida

Entonces, ¿qué debemos hacer? Precisamente lo que deberíamos haber hecho antes y después de Roe. Debemos reconocer dónde están los tribunales y la cultura, y debemos trabajar por la justicia. Eso significa no solo asumir que la mayoría de las personas están de acuerdo con nosotros en el matrimonio. Debemos articular, tanto dentro como fuera de la iglesia, por qué es importante el matrimonio, y por qué su definición no es infinitamente elástica.

Debemos –como el movimiento pro-vida ha hecho– buscar no solo participar de nuestra base, los que ya están de acuerdo con nosotros, sino para convencer a los que no están de acuerdo. Eso no quiere decir hablar menos sobre el matrimonio y la sexualidad, sino más. Y no solo en extractos de mensajes y consignas, sino con una teología sólida que explique por qué la complementariedad sexual y la unión de una sola carne tienen su origen en el misterio del evangelio (Ef. 5:22-33). Junto con el movimiento Pro-vida, debemos entender el peligro de una Suprema Corte que crea derechos constitucionales de la nada.

Por encima de todo, debemos preparar a la gente para lo que depara el futuro, cuando las creencias cristianas sobre el matrimonio y la sexualidad no sean parte del consenso cultural, sino que se consideren como algo extraño y extravagante, e incluso subversivo. Si nuestra gente asume que todo volverá a la normalidad con un Presidente correcto y una enmienda constitucional rápida, no están siendo equipados para un mundo que ve a los protestantes evangélicos y católicos tradicionales y los judíos ortodoxos y otros como intolerantes y fanáticos.

Jesús nos dijo que tendríamos tiempos difíciles. Él nunca nos prometió un evangelio de la prosperidad. Dijo que nos enfrentaríamos a la oposición, pero Él dijo que iba a estar con nosotros. Si vamos a ser fieles a su evangelio, debemos predicar el arrepentimiento, incluso cuando el arrepentimiento no sea recibido culturalmente. Y debemos predicar que cualquier pecador puede ser perdonado por la sangre de Jesucristo. Eso significa coraje, y eso significa bondad. Los revolucionarios sexuales odiarán el arrepentimiento. Herejes bufonescos, que solo quieren dar rienda suelta a la paranoia y llamar a sus tropas, aborrecerán la bondad. Que así sea.

Esté listo

Nuestras iglesias deben estar dispuestos a enfrentar a los revisionistas que desean acabar con una ética sexual cristiana. Y debemos estar dispuestos a enfrentar a aquellos que nos dicen que reconocer los signos de los tiempos está prohibido, y que deberíamos seguir haciendo lo que hemos estado haciendo. Un asunto tan poderoso culturalmente no puede abordarse por un medio-evangelio o por consignas de radio.

La revolución matrimonial que nos rodea significa que tenemos que hacer un mejor trabajo en articular una teología del matrimonio para nuestro pueblo, así como una teología del sufrimiento y de marginalización. Significa que tenemos que hacer un mejor trabajo articulando a los de afuera por qué los niños necesitan a una mamá y a un papá, no solo “padres”, y por qué el matrimonio no es simplemente una cuestión de decreto judicial. Significa que debemos empezar a enseñar a nuestros hijos sobre el matrimonio “desde el principio” como hombre y mujer cuando están en la escuela dominical. Esto significa que puede que tengamos que decidir qué haremos el día que llegue a nosotros las licencias matrimoniales del estado, si las firmaremos o no.
A largo plazo, el matrimonio luce bien. El matrimonio es resistente, y la revolución sexual siempre decepciona. Es cierto: estos son días oscuros para la cultura del matrimonio. Pero para días oscuros es nuestro evangelio. Ningún día fue más oscuro que el día en que el Hijo de Dios murió en Palestina en la cruz de un criminal. Estamos aquí porque ese día oscuro no era el final de la historia. Y debido a que no era el final, no será el final ahora.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Manuel Bento y Hannah Hanbury.
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