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Martín Lutero no estuvo solo hace 500 años. Y no está solo hoy. Para marcar los 500 años de la reforma, Desiring God preparó una serie con un artículo nuevo cada día por el mes de octubre a través de personajes claves de este evento.

Desde la infancia, Pedro Mártir Vermigli deseó enseñar la palabra de Dios. A la edad de quince años entró en la orden de los agustinos en la ciudad italiana de Fiesole, cerca de su Florencia natal. Después de ocho años de formación teológica, Vermigli se sometió a la ordenación sacerdotal y recibió un doctorado en teología.

Los años siguientes a la ordenación de Vermigli abrieron nuevos horizontes vocacionales. Fue elegido para el puesto de predicador público, una posición ilustre en su día. Como su nombre se hizo famoso en las ciudades italianas más grandes, Vermigli fue promovido a la posición de abad en el monasterio de su orden en Spoleto, antes de ser movido hacia el sur a la gran basílica San Pietro ad Aram en Nápoles. Fue aquí donde su vida cambió para siempre.

Justicia restaurada

Durante la estancia de Vermigli en San Pietro (1537-1540), según su colega y biógrafo, Josiah Simler, “la luz más grande de la verdad de Dios” comenzó a brillar sobre él. Esta verdad, en palabras de Vermigli, era que “la justicia de Cristo imputada a nosotros por Dios, restaura totalmente lo que faltaba en nuestra justicia débil y mutilada”. (The Peter Martyr Reader [El Lector Pedro Mártir], 147). Fue un despertar del evangelio que transformó su vida y ministerio.

Con una nueva visión de Cristo y del evangelio, Vermigli se trasladó al norte en mayo de 1541 para convertirse en prior del prestigioso monasterio de San Frediano en la República de Lucca. Mientras estuvo allí, inició una serie de reformas educativas y eclesiásticas que han sido comparadas con la obra de Calvino en Ginebra.

Pero después de tan solo quince meses de renovación evangélica, el papa Pablo III aseguró su desaparición mediante la reinstitución de la inquisición romana. Reconociendo la discreción como la mejor parte del valor, Vermigli renunció a sus votos y tomó la difícil decisión de huir de su patria.

De Estrasburgo a Oxford

Fue Martín Bucero quien organizó el nombramiento académico de Vermigli en el Colegio de Santo Tomás en Estrasburgo. Se esperaba que el italiano exiliado enseñara cartas sagradas, que procedió a hacer desde el Antiguo Testamento.

Estando en Estrasburgo, Vermigli también se casó con una antigua monja de Metz llamada Catherine Dammartin, “una amante de la verdadera religión”, especialmente admirada por su caridad. Después de ocho años de matrimonio, ella murió en febrero de 1553, pero Pedro Mártir se casaría de nuevo –con otra Katie— en mayo de 1559.

Después de cinco fructíferos años de enseñanza en Estrasburgo, Vermigli recibió una invitación en 1547 del Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, para fortificar con la teología reformada a la recién independizada Iglesia de Inglaterra, como Presidente Regio de Divinidad en Oxford. Entre los muchos logros de Vermigli en este período, dio conferencias sobre el libro de Romanos, produjo varios tratados teológicos, defendió el protestantismo en la famosa disputa eucarística de 1549, y ayudó a Cranmer a formar una nueva liturgia anglicana.

Erudito de Zurich

Con el ascenso de la reina católica María en 1553, Vermigli se vio obligado a huir de Inglaterra. De regreso a Estrasburgo, fue inmediatamente restaurado a su puesto en la Escuela Superior, donde, además de enseñar y escribir obras teológicas, se reunió con exiliados marianos en su casa para estudiar y orar. Eventualmente, tomó un puesto de profesor en la Academia de Zurich.

A pesar de las numerosas oportunidades de enseñar por toda Europa, incluyendo múltiples invitaciones de Calvino para enseñar en Ginebra y pastorear la congregación italiana en Ginebra, Vermigli permaneció en Zurich. La única excepción fue su viaje al Coloquio de Poissy con Teodoro Beza en 1561, donde debatió a los líderes católicos ante la Corona francesa y testificó a la reina Catarina de Medici en su italiano nativo.

Maestro del libro

Vermigli murió en Zurich el 12 de noviembre de 1562, en presencia de su esposa y amigos. Este humanista florentino y erudito reformado, de igual estatura que Calvino y Bullinger, sería recordado por su compromiso con la Escritura y su pasión por la renovación del evangelio. En palabras de Teodoro Beza, él era un “fénix nacido de las cenizas de Savonarola”. Incluso la pintura de Vermigli, colgada en la Galeria Nacional de Arte en Londres, atestigua su convicción bíblica. En ella, los ojos penetrantes de Vermigli miran a la distancia más allá del marco dorado mientras que señala a un libro singular en su mano: la Biblia.

Si colocáramos una declaración duradera en los labios de Vermigli, tal vez sería esta exhortación: “Sumerjámonos constantemente en las Sagradas Escrituras, trabajemos en su lectura y por el don del Espíritu de Cristo, que las cosas necesarias para la salvación sean claras, directas y completamente abiertas para nosotros” (Life, Letters, and Sermons [Vida, Cartas y Sermones], 281).


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Jenny Midence-García.
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