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“Abraham fue, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (Génesis 22:13). Al igual que en un texto de gramática antiguo, la Biblia es un libro en el que muchas de las respuestas a las preguntas que surgen en el principio se encuentran en el final del libro. Tomemos por ejemplo la idea de que Jesús murió por mí. Cantamos las palabras de Cecil Frances Alexander:

Es sin saber, es sin decir,

Que él sufrió el dolor,

Pero por mí, lo creo yo,

Murió y sufrió allí.

Y cantamos estas palabras porque reflejan algo que encontramos profundamente incrustadas en la Escritura. «Sustitución» es la palabra que empleamos para esto, aunque al igual que «Trinidad», no es una palabra bíblica. Pero es una palabra que resume lo que encontramos en la Biblia desde el principio: que el pecado es expiado por el sacrificio de otro. Los pecadores en el Antiguo Testamento llegaban y ofrecían sacrificios, simbólicamente poniendo sus manos sobre la cabeza de la víctima antes de matarla (ver Lev. 1:4; 4:4). Claramente, lo que muestra es una transferencia simbólica de la culpa del pecador a la víctima.

El ritual anual del macho cabrío expiatorio enseñaba esto, también. Levítico 16 nos lo explica: el día en que los pecados del año anterior son expiados, el Sumo Sacerdote hace expiación por sí mismo. Tomando dos machos cabríos, pone sus manos sobre la cabeza de uno, y habiendo confesado los pecados del pueblo, el macho es llevado al desierto, representando el pecado eliminado. El otro macho cabrío es sacrificado, mostrando el costo que conlleva eliminar el pecado. Nada ilustra la sustitución más claramente. La imposición de las manos efectuaba la identificación del pecador con lo inocente y la transferencia del pecado y la culpa de uno a otro. Cuando a Abraham le fue mostrado el carnero trabado en un matorral en el monte Moriah, no necesitó instrucción divina en cuanto a qué hacer con él. A pesar de que el significado del sacrificio se expuso más completamente en Levítico 16, ya existía la idea del ritual de sacrificio en lugar del pecado desde el tiempo de Abraham.

El principio de la sustitución comienza aquí, en Génesis 22:13. La disposición de Abraham a sacrificar a su único hijo Isaac es total, pero en el último minuto, cuando de su obediencia no hay duda, Dios provee un carnero “en lugar de su hijo”. A partir de entonces la expiación se dirige hacia una meta definida: la muerte de Jesús a nuestro favor. Si dudamos en cuanto al rumbo, Isaías 53 lo explica en detalle. Dios está haciendo de la vida de su siervo una ofrenda por el pecado. Y ¿qué significa eso exactamente? Esto: “Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros Lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros” (Is. 53:4-6). Pablo y Pedro emplean lenguaje preciso, utilizando preposiciones específicas, para subrayar este concepto: “Lo hizo pecado por nosotros” (2 Co. 5:21.); “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20); “Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, habiéndose hecho maldición por nosotros” (Gal. 3:13); “Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos” (1 Pedro 3:18).

La sustitución trae consigo una garantía: que el pecado, mi pecado, nunca será reconsiderado. Fue expiado —¡completamente! Todo el castigo que merece mi pecado ha sido cumplido totalmente en el castigo al sustituto. Isaac fue librado de morir. Es interesante que cuando Pablo dice en Romanos 8 que Dios “no negó ni a Su propio Hijo” (Ro. 8:32), bien podría haber estado pensando en el pasaje de Génesis 22:16 en el que Dios habla de Abraham, quien no rehusó a Isaac. La traducción griega del Génesis (la versión que Pablo conoció mejor, probablemente), emplea la misma palabra. Abraham estaba dispuesto a no negar su propio hijo, pero Dios lo libró. Por el contrario, el propio Hijo de Dios, el Hijo que amaba, no fue librado.

Es aún más conmovedor considerar en el registro de los Evangelios la oración de Jesús, abandonado en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mat. 27:46). ¡Jesús merecía ser librado! Había llorado antes en Getsemaní: “Padre Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa” (Mat.  26:39). Como un hijo a un padre lloró pidiendo respuesta. Pero Jesús no fue librado.

Todo esto resalta la forma en que la historia del Antiguo Testamento prepara el camino para la venida de Jesús como el Salvador prometido. El predicador escocés “Rabino” Duncan, en famoso y enérgico discurso en una de sus clases, lo resumió así: “¿Ustedes saben lo que era el Calvario?”. Y con lágrimas en los ojos dijo: “Era ser condenado; y lo hizo por amor.”


Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Gimena M. Molina
Imagen: Lightstock
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