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Dios sabe lo que necesitas al adorar

Me encanta estar entre grandes multitudes.

Ya sea en un centro comercial, un concierto, o un evento deportivo. Me gusta pensar en las personas que me rodean. Muchas veces me detengo y pienso en cosas como, “¿Quiénes son? ¿Cuál es su historia? ¿Por qué situación estarán pasando?”. Es increíble reflexionar en el vasto número de circunstancias e historias. Cada alma es única, y en conjunto, parecen formar una especie de tapiz que representa la experiencia humana.

Mil necesidades diferentes

Con la adoración colectiva sucede lo mismo. En un domingo tenemos médicos y agricultores, padres jóvenes y abuelos experimentados, estudiantes solteros y ejecutivos casados. La reunión del cuerpo de Cristo representa una increíble variedad de experiencias: diferentes esperanzas y sueños, diferentes miedos e inseguridades, diferentes luchas y tentaciones. No hay dos personas en esas bancas que sean exactamente idénticas.

Y tampoco hay dos personas que estén en el mismo lugar espiritualmente. Hay quienes se han elevado a los picos más altos y hay quienes recorren los valles más profundos de la vida. Algunos están en necesidad del consuelo del Dios que en lugares de verdes pastos nos hace descansar, y que junto a aguas de reposo nos conduce (Sal. 23:2). Otros necesitan recibir la convicción de pecado que viene de un Padre amoroso que disciplina a los que ama (Heb. 12:5-6). Algunos sienten profundamente el amor de Jesús. Otros están luchando, están justo en ese punto de creer o no creer que Dios es amor.

Un solo cuerpo y un solo espíritu

Consideremos, por lo tanto, la maravilla de la adoración colectiva. Nos reunimos cada semana —este mosaico multifacético llamado el cuerpo de Cristo— y de alguna manera, Dios nos encuentra donde estamos. Cantamos las mismas canciones, recitamos los mismos credos, decimos las mismas oraciones, y nos sentamos bajo la autoridad de las mismas Escrituras, cada uno con necesidades diferentes; tanto así que el servicio de adoración podría parecer el lugar menos probable para recibir ayuda personal de Dios. Uno pensaría que necesitamos algo más específico, de acuerdo al estado particular de nuestras almas. Y sin embargo Dios usa todas esas verdades comunes para atender a nuestros diversos corazones, exactamente de la forma en que cada uno de nosotros lo requiere. ¿Cómo es posible?

Cada semana ocurre un milagro. El Espíritu de Dios que mora en nosotros aplica la verdad de la Palabra de Dios a los corazones de cada uno de sus hijos. Somos santificados mediante la palabra de verdad de Dios (Jn. 17:17), conformados cada vez más a la imagen de su Hijo (Rom. 8:29). El Espíritu Santo toma la misma verdad proclamada entre nosotros y la aplica a nuestros corazones en maneras que solo Él puede hacer.

Él es nuestro ayudador, y trae a la memoria la verdad de Cristo en el preciso momento en que más la necesitamos (Jn. 14:26). Después de todo, Él sabe mejor que nosotros lo que nuestros corazones necesitan (Jer. 17:9-10), y es el mismo Espíritu el que nos ayuda en nuestra debilidad (Ron. 8:26). La gracia de Dios está obrando en su Iglesia, ayudándonos a servir con sus fuerzas para la gloria de Cristo (1 Ped. 4:10-11).

Llenos del Espíritu

Dios obra a través de su Espíritu de una manera especial en la reunión corporal, y esa es la razón por la que es tan importante reunirnos a cantar y adorar juntos. El apóstol Pablo describió el canto corporal del pueblo de Dios como una de las principales formas en que el Espíritu de Dios obra en nuestro corazón: “Y no se embriaguen con vino, en lo cual hay disolución, sino sean llenos del Espíritu” (Ef. 5:18). No debemos estar bajo la influencia del alcohol, dice Pablo, sino más bien bajo la influencia del Espíritu, y de su obra en nuestros corazones.

Bueno, ¿qué significa eso? ¿Cómo nos llenamos del Espíritu? Pablo dice: “Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor” (Ef. 5:19).

Entonces tiene sentido que una y otra vez Dios venga y nos encuentre durante la adoración colectiva. Cantamos, los unos a los otros, canciones e himnos llenos de la verdad de la Palabra de Dios, y por lo tanto llenamos nuestros corazones con la influencia del Espíritu Santo.

Un trabajo necesario e imposible

Como pastor de adoración, siento agudamente nuestra necesidad de la obra del Espíritu Santo. Después de todo, soy solo un hombre, un hombre pecador. Me digo a mí mismo: “No hay manera alguna de atender a cada necesidad individual de todas las personas aquí presentes. Yo no sabría ni por dónde empezar”. Pero Dios lo hace. Su Espíritu Santo mora en todos los creyentes que se reúnen cada domingo. Entonces, cantamos a Dios y a los demás con el propósito de ser llenos de su influencia, y de ser transformados por su verdad. ¡Gracias a Dios que esta obra milagrosa no se deja en manos de simples hombres!

Así que, mientras te preparas para la adoración colectiva, asómbrate de nuevo por el Espíritu Santo que vive dentro de ti (2 Tim. 1:14). Alégrate de que Dios sabe lo que necesitamos, y se deleita en dar cosas buenas a sus hijos (Luc. 11:13). Y sin importar por lo que estás pasando, ven listo para cantar con el pueblo de Dios, de manera que seamos llenos de la obra del Espíritu en nuestros corazones (Ef. 5:18-19).

Él fielmente nos encuentra, junto con todo su pueblo, exactamente donde estemos.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Juan Manuel López Palacios.
Imagen: Lightstock
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