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“Oscar, quisiera hacer más, la verdad es que mi horario de lunes a lunes está en su mayoría dedicado al servicio del Señor en la iglesia, no hago lo incorrecto, trato de ser una buena persona, a veces siento que mis fuerzas ya no dan, pero sigo esforzándome para poder agradar a mi Señor y ver cumplidas sus promesas en mi vida”.

Es increíble el número de personas con las que he tenido la oportunidad de platicar en los últimos años que tienen un entendimiento peligroso sobre el servicio a Dios. Por años, bajo una terrible enseñanza y con una irresponsabilidad personal de leer y estudiar la biblia, yo viví lo mismo. Creía que con mi servicio y mi involucramiento en el ministerio, y la labor de la iglesia, yo estaba agradando a Dios y, hasta cierto punto, impresionándolo con mi fe, mi constancia y mi dedicación. Así, Él podía ver lo “bueno y esforzado” que yo era y así poder “entrar al gozo de mi Señor” no solo en el cielo sino acá en la tierra también.

Nuestra actividad nace de nuestra identidad

Cuando esta persona me hizo este comentario, empezamos a hablar sobre lo que significaba el evangelio para él. Fue muy curioso ver que durante los primeros minutos de la conversación, él no sabía por qué yo le estaba preguntando algo que supuestamente no tenía nada que ver con el tema de conversación. Al final de todo, qué tiene que ver el evangelio con nuestra identidad, ¿cierto? ¡Dios mío! Mi amigo hizo que recordara mi reacción también cuando después de años sirviendo en la iglesia, tratando de ganarme el favor de Dios y basando mi identidad en el servicio, yo entendí por fin el evangelio.

Si no entendemos nuestra identidad en el evangelio, nunca vamos a poder entender la razón por la cual hacemos lo que hacemos. Nuestra actividad nace de nuestra identidad. Todo lo contrario a lo que la cultura nos hace creer. Nuestra cultura nos define por lo que hacemos. Si fallé, soy un fracasado; si lo logré, soy un campeón. El evangelio trabaja totalmente en contra de eso. Nosotros servimos porque hemos sido escogidos, amados, adoptados y justificados por Dios a través de Cristo y por el poder de su Espíritu. Servimos por lo que Cristo hizo por nosotros, no por lo que Cristo puede hacer por nosotros. Una cosa es servir a Dios por lo que hizo Él por mí y otra muy diferente el querer servir a Dios por lo que Él puede hacer por mí. Cuando servimos a Dios por lo que Él puede hacer por mí, estamos realmente torciendo la Escritura y dándole un enfoque incorrecto al evangelio. Muchas veces actuamos como si quisiéramos mostrarle a Dios todo lo que somos capaces de hacer por Él, y ese es un sentimiento genuino cuando la razón principal es en respuesta a lo que Él ya hizo por nosotros en la cruz.

Indulgencias modernas

Durante el tiempo de la Reforma, la iglesia en Roma se caracterizaba por la venta de indulgencias. La gente era enseñada de que si ellos daban a la iglesia, ellos obtendrían el favor de Dios e incluso ofrecían poder liberar a sus familiares muertos del purgatorio. Una de las canciones con las que se predicaba esta herejía decía de la siguiente manera: “Una vez caiga la moneda en la ofrenda, el alma será liberada sin enmienda”. Cualquiera de nosotros hoy en día se indignaría o hasta se reiría de leer o escuchar esas historias, pero la mala noticia es que eso sigue pasando. Peor aún, bajo nuestra propia responsabilidad. En aquel tiempo a la gente le era prohibido el acceso a la biblia y por ende creían cualquier cosa que el sacerdote predicara. Hoy en día pasa lo mismo, pero es aún peor, porque nosotros sí tenemos el acceso a la Biblia, a herramientas de estudio, seminarios, Internet, etc. Pero aún seguimos creyendo cualquier cosa, media vez, venga del púlpito, de un “hombre de Dios”, o de una librería o establecimiento cristiano. Si algo aprendemos de la historia, es que nunca aprendemos de la historia ¿cierto?

Dios no necesita que hagas algo por Él

Cuando Pablo encuentra altares a ídolos en Atenas, les hace esta aclaración acerca del Dios creador de todo lo que existe: “…ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hch. 17:25). Dios no necesita que hagas algo por Él: es Él quien ya dio todo por nosotros. Nuestro servicio e involucramiento prudente (muchos pasan más tiempo en el edificio en donde se reúne la iglesia que con su esposo/a o familia) en el ministerio es en respuesta a lo que Él ya hizo en Cristo, por ti y por mí en la cruz.

Dios no está disponible con bendiciones para el mejor postor. Eso es querer comparar a Dios con una maquina dispensadora de bendiciones en donde nosotros ponemos el dinero, servicio u obras, y si marcamos lo que queremos Él inmediatamente lo dará. Si tú crees que ese es el Dios de la Biblia, en el amor de Cristo te insto a que leas, estudies y medites realmente qué es el evangelio y sus implicaciones en nuestro servicio a Él y a su iglesia. De lo contrario, vivirás siempre frustrado porque te sentirás como mi amigo de la historia, o podríamos caer en otra situación aún peor. El pastor John Piper explica que el riesgo más grande al estar envuelto en este tipo de entendimiento erróneo del evangelio es que las cosas “sí funcionen”, y creamos que porque funciona, viene de Dios. Los teólogos han descrito esta situación que podemos ver claramente en Romanos 1, como la ira pasiva de Dios.

Por lo cual Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos. Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén. (Rom. 1:24-25).

Es aterrador ver cómo el ser humano no se cansa de buscar esos caminos de auto-satisfacción y auto-realización, usando a Dios como excusa para poder decir que “se lo merecen” o “lo están haciendo bien”. Es aún más aterrador pensar que el mismo Dios a través de una ira pasiva, puede permitirnos en nuestra terquedad encontrar una vana satisfacción en lo creado y no en el creador, según lo que leímos en el libro de Romanos capítulo 1. Una misma situación la encontramos en relación a Israel, cuando leemos en Isaías lo siguiente:

Has ido al rey con ungüento,
Y has multiplicado tus perfumes;
Has enviado tus emisarios a gran distancia,
Y los has hecho descender al Seol.
Te cansaste por lo largo de tu camino,
Pero no dijiste: ‘No hay esperanza.’
Hallaste nuevas fuerzas,
Por eso no desfalleciste.
¿Y de quién te asustaste y tuviste miedo,
Cuando mentiste y no te acordaste de Mí,
Ni pensaste en ello?
¿No es acaso porque he guardado silencio por mucho tiempo
Que no Me temes?
Yo declararé tu justicia y tus hechos,
Pero de nada te aprovecharán.
Cuando clames, que tus ídolos te libren.
Pero a todos se los llevará el viento,
Un soplo los arrebatará.
Pero el que en Mí se refugie, heredará la tierra,
Y poseerá Mi santo monte” (Isaías 57:9-13)

Es mi oración que no hagamos del servicio a Dios un ídolo. Un ídolo ante el cual ofrecemos el sacrificio máximo (familia, misión) a través de ofrendarle nuestras obras. Ofrendas que solo buscan nuestro propio beneficio a través de creer que servir a Dios con obras hará que Él esté en deuda con nosotros. Una vez más, recordemos y profundicemos en el evangelio y sus implicaciones para nuestra vida día tras día y sirvamos a nuestro Señor y a nuestra congregación por lo que Cristo ya hizo por nosotros y no por lo que Él pueda hacer por nosotros.

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