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Mientras estaba detrás del escenario de la primera obra de mi hija preadolescente, la nueva versión del Sueño Americano —proveer las mejores oportunidades posibles para nuestros hijos— descendió sobre mí como una niebla espesa. Habíamos estado de vuelta en los Estados Unidos durante tres meses, reasentándonos aquí por una temporada después de haber sido misioneros en el extranjero desde antes de que los niños nacieran.

Mi cabeza daba vueltas mientras las mamás que me rodeaban comparaban escuelas, entrenadores de voz, y formas de llegar hacia los mejores programas de actuación. Nuestra familia estaba experimentando el gran buffet americano de opciones disponibles para nuestros niños en escuelas, deportes, y actividades.

Me encontré revisando sitios web, llamando a amigos, y susurrándole a los vecinos que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo ahí.

Entonces… ¿cuál es la meta?

En el extranjero teníamos pocas opciones para la escolarización de los niños o las actividades extracurriculares. Nos ajustamos a esa realidad, pero confieso que a menudo revisaba Facebook con una punzada de celos, viendo a los niños de mis amigas en ballet, recitales de piano, juegos deportivos, juegos de la escuela, y campamentos de verano. Ahora que estábamos de vuelta en los Estados Unidos, quería que tuvieran todas esas experiencias para compensar el tiempo perdido.

Así que en el vestuario ese día, luché con varias voces en mi cabeza. Una de ellas estaba frenética y gritaba, “¡Tú le has robado a tus hijos estas actividades y ahora se están quedando atrás! ¡Inscríbelos en todo!”. Otra voz se preguntó, “¿De qué se trata esto?¿Por qué están estas mamás, y yo, tan preocupadas? ¿Para qué nos estamos esforzando? ¿Vale la pena?”. Y una tercera voz seguía lamentándose, “Esta conversación está fuera de control, pero no puedo entender bien por qué”.

Escuchando susurros

Me sorprendí cuando descubrí que otras mamás, madres que habían vivido toda su vida en Estados Unidos, sentían lo mismo. Resulta que esas voces están en otras cabezas, también. Después de la escurridiza idea de lo que es “mejor” para nuestros hijos, parece que estamos corriendo en relativamente la misma dirección, tratando de llegar a la línea de meta de inscripción en la escuela, deportes, audiciones, la mejor experiencia de jóvenes de la iglesia, y mucho más. Nos respondemos unos a otros con los asentimientos con la cabeza y las cejas fruncidas, lo que indica que es difícil mantenerse al tanto de todo, pero tenemos que hacerlo, ¿cierto? Es la manera de darle lo mejor a nuestros hijos.

Pero siento que todas cuestionamos nuestros objetivos y métodos. Cuando comparto con otros que nunca hemos tenido tantas opciones antes, susurran que es mejor así. En voz baja dicen: “No te metas en este estilo de vida americano”.

En algún lugar de nuestras almas todos sabemos que el que los padres construyan sus vidas alrededor de sus hijos no es bueno. Muchos se apresuran a confesar que colocaron erróneamente a sus hijos en el centro. Pero, ¿qué se puede hacer?

Gozo contraintuitivo

Contrario a nuestra intuición, Jesús nos llama a perder nuestra vida para encontrarla (Mateo 10:39) Y mientras rendimos nuestra vida por su causa, nos damos cuenta que Él nos satisface con cosas buenas (Salmo 10:35).

Lo mismo es verdad para nuestros niños. Debemos intercambiar lo que el mundo dice que es mejor para ellos con lo que Dios dice que es mejor para todos nosotros: Él mismo, su llamado, y las obras que Él creó de antemano para que anduviéramos en ellas. Solo en su presencia podemos encontrar plenitud de gozo (Salmo 16:11). Nosotros y nuestros hijos. 

Aquí está la clave, la verdad contraintuitiva que revolucionará tanto a nuestras familias como al futuro de nuestros hijos: Cuando renunciamos a lo que nuestra cultura considera mejor y en lugar de eso perseguimos lo mejor de Dios, eso es de hecho lo mejor para nuestros hijos. Cuando servimos a Dios y no a nuestros hijos, nuestros hijos realmente se benefician.

Es bueno que nuestros hijos sean destronados y que Dios sea entronado. Es bueno que un niño pierda lecciones de piano porque su familia ha elegido ahorrar para una adopción. Es bueno para un niño renunciar a la mejor escuela porque una familia ha decidido instalarse en un barrio donde pueda ser luz. Es bueno que los niños falten al campamento de verano para ir a un viaje misionero. Es bueno que los niños pasen por alto todo tipo de “lo que es lo mejor” para que las familias participen en actividades orientadas al reino que glorifican a Dios y no a nuestros hijos.

Hermanos padres, vivamos por un reino más grande que el de nuestras casas. Al final, es lo mejor para nuestros hijos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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