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Hace unos días mi esposo y yo servimos a una pareja en un tiempo de consejería. En ese tiempo, escuchábamos como cada uno hablaba de las distintas áreas que entendían que el otro debía mejorar.

En medio de reales dudas y cierta desesperanza, la joven nos comentó que algunas amigas casadas le dijeron que todas esas cosas que ella veía en su relación de noviazgo serían mucho peores en el matrimonio. Ellas le advirtieron que no debía tener ninguna expectativa de cambio en su pareja, sino que simplemente tendría que aprender a vivir con estas cosas.

Este consejo apenó mi corazón, ya que refleja la idea que esas mujeres tienen acerca del poder del evangelio. ¿Será cierto que no debemos tener ningún tipo de expectativas con nuestras parejas? ¿Que no debemos esperar cambio alguno?

Expectativas equivocadas

Nuestras expectativas incorrectas son una de las causas de muchos problemas en nuestras relaciones. Tenemos una idea de lo que nuestro esposo debe o no debe hacer, y cuando él no cumple con mis anhelos, llegan los conflictos.

El problema es que en la mayoría de los casos, por nuestra naturaleza pecaminosa, nuestras expectativas son egoístas y están centradas en nuestras propios intereses e ideas de lo que entendemos que es lo correcto (y que muchas veces no lo es). En nuestro orgullo pensamos que somos mejores y que el otro es el que está equivocado… ¡cuán lejos está tal pensar de la verdadera condición de nuestros corazones!

Este es el tipo de expectativas que debemos evitar: Esperar que mi esposo sea como yo quiero; que piense como yo quiero;  que haga lo que yo deseo. Expectativas enfocadas en nosotras mismas, nuestros deseos, y nuestros reinos.

Expectativas correctas

Dicho lo anterior, pensar que nuestras parejas nunca cambiarán sus áreas de pecado y simplemente resignarnos a aprender a vivir con esto es restarle poder al evangelio. ¡Qué miserables seríamos si no tuviéramos la esperanza de ser transformados a la imagen de Cristo!

La Palabra muestra una y otra vez que los creyentes estamos siendo transformados. Por ejemplo, Pablo nos dice en 2 Corintios 3:18 que “nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”. Esta transformación es continua (“siendo transformados”), y no hay excepción (“nosotros todos”).

Entonces, esta es una expectativa que sí debemos tener; nuestros esposos creyentes, al igual que nosotras, tienen al Espíritu Santo que va obrando en su santificación y los va transformando cada vez más a la imagen de Cristo.

Pienso en este proceso dentro de una relación de la siguiente manera: imagina una línea recta en la que tú estás en un extremo, tu esposo en el otro, y el centro es Cristo. Con las expectativas incorrectas esperaríamos que nuestros esposos pasen a nuestro extremo, pero en las expectativas centradas en el evangelio lo que va sucediendo es que cada uno se va acercando al centro, siendo paulatina pero ciertamente cada vez más como Cristo.

Tim y Kathy Keller lo expresan así: “Enamorarse consiste en mirar a otra persona y vislumbrar como en un destello a la persona que Dios está moldeando, y decir: ‘Veo el resultado final, y no puedo menos que entusiasmarme. Quiero formar parte de ello. Quiero caminar junto a Dios y junto a ti hasta llegar a Su trono’”.[1]

Querida hermana: sí hay esperanza de cambio para nuestras vidas y la de nuestros esposos. No para que ellos sean como nosotras queremos, sino para que sean más como Cristo. Y, si estás en Cristo, eso es lo que verdaderamente anhelamos.

Esperando correctamente

Habiendo visto las expectativas que debemos y no debemos tener, ¿cómo podemos esperar de la manera correcta? ¿Qué podemos hacer para que nuestros corazones estén en el lugar correcto? Aquí algunas verdades de la Palabra que necesitamos recordar:

  1. El otro es más importante que yo:  “No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Filipenses 2:4). El llamado de la Palabra es a ver al otro como más importante que nosotras. Tener este sentir, que hubo en Cristo Jesús, nos ayuda a poner nuestras expectativas en el lugar correcto. Tu llamado es buscar los intereses de tu esposo por encima de los tuyos.

  2. Recordemos que somos pecadoras: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Si una cosa vemos en la vida del apóstol Pablo es que él estaba claro en su condición de pecador. Necesitamos recordar una y otra vez que somos pecadoras y que no somos mejores que nuestros esposos. Ellos tienen sus luchas en distintas áreas de pecado, y nosotras las nuestras también.

  3. Siempre habrá una viga en nuestro ojo que debemos quitar primero: “¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo?” (Lucas 6:41). Nuestra tendencia es a juzgar el pecado del otro sin darnos cuenta del nuestro. Debemos estar atentas a nuestro propio corazón, quitando los ojos del pecado del otro, prestando atención al nuestro, y recordando que nosotras no somos las juezas de nuestros esposos. Su Juez y el nuestro es otro mucho mayor y lleno de toda justicia, a diferencia de nosotras.

  4. Estamos en una carrera de maratón no en un sprint. “No es que ya lo haya alcanzado o que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús”, (Filipenses 3:12). La vida cristiana es una carrera de maratón y la meta es Cristo y el ser conformados a su imagen. Cuando te sientas tentada a juzgar el pecado en tu esposo, recuerda que él está corriendo la misma carrera que tú y que su Señor está trabajando en su vida así como lo está haciendo en la tuya.

  5. Pon tu esperanza en el evangelio. ¡Gloriosa esperanza la que tenemos en el evangelio! Un evangelio de poder que nos salvó, tan pecadoras como somos. Un evangelio tan lleno de amor que nos va transformando y nos va haciendo crecer a la estatura de Cristo. No hay mejor lugar en el que puedas depositar tu confianza. “En El también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído, fueron sellados en El con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria”, (Efesios 1:13-14).


[1] Tim y Kathy Keller. El significado del matrimonio (Nashville: B&H Publishing Group, 2016), 134.
Imagen: Unsplash
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