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Puesto que he tenido mi rol como plantador de iglesias por unos cuantos años, soy novato en el ministerio. He experimentado algunos de los eventos devastadores que ocurren, pero he lidiado con muy poco en términos del panorama amplio del ministerio, y de la vida en general.

Soy joven y tengo mucho qué aprender. Pero las experiencias que he tenido son suficientes para hacer que me pregunte si fallo más veces de las que tengo éxito.

Un año nuevo y un corazón aplastado

Hace más de un año conecté con un hombre que había salido de una vida de pecado grave y quería que lo involucraran en una iglesia local. De hecho, deseaba discipulado y orientación regular. Era emocionante, ¡por cosas así había entrado yo al ministerio!

Nos reunimos seguido. Disfrutamos con alegría de conversaciones profundas sobre las Escrituras y las verdades bíblicas. Me acuerdo ir conduciendo de vuelta a casa varias veces, platicándole emocionado a mi esposa que esto me hacía sentir que estaba al servicio de Jesús. Este tipo sí que tenía problemas. Pero eso no me detenía, ¡porque yo tenía verdadera visión!

¡Y las preguntas que hacía! Preguntas profundas, que exploraban el alma, ricas teológicamente. Eran preguntas que uno podría esperar solamente de un alma regenerada. Todo parecía indicar que la rutina del discipulado estaba “funcionando”. Era una experiencia dulce.

Hasta que ya no lo fue.

Se deslizó. No, de hecho corrió para el otro lado, como si el mundo fuera una especie de comida nutritiva de la que había sido privado.

Me sentí aplastado. Le dije a mi esposa y amigos que había fallado en discipular. Podría haber hecho más. Debí haber hecho más. Debimos haber leído más la Biblia, orado más, más ánimo, más amonestación.

Esos “más”, “debí”, y “pude haber” me predicaban fracaso en cada esquina.

Una confesión

Como plantador de iglesias reformadas, predico y creo en la soberanía de Dios: la enseñanza bíblica de que Dios controla y dirige con amor todas las cosas para su gloria y para nuestro bien. La soberanía de Dios me ha cautivado desde el primer día que la escuché enseñada. Ocupa mi pensamiento durante muchas de mis horas. Pero al ver mi respuesta ante la huida de mi amigo al mundo, me pregunté: ¿Creo realmente lo que digo creer?

Hablo en serio; ¿lo creo?

Honestamente, a veces la forma en que dirijo o simplemente vivo mi vida es una ilustración clara del fracaso a someterme a la verdad divina de la soberanía. Yo hablo del control de Dios, pero vivo como si yo fuera el que está a cargo en realidad. Digo que solo Dios puede cambiar el corazón, pero vivo con expectativas de que mis esfuerzos son la verdadera fuente del poder.

Por supuesto, pienso como calvinista, pero vivo como ateo.

Por fortuna, mi esposa es la verdadera calvinista en mis momentos de recaída. Ella cree y vive confiada en la soberanía de Dios cuando yo no. Cuando mi amigo se desplomó y yo estaba devastado, me lamenté ante ella de cómo había fracasado y cómo debía haber hecho más. Ella me dijo lo tenía que recordar, que Dios está en control. Lo que Él quiera hacer, lo hace. Me dijo que mi meta era ser fiel; que debía dejarle el fruto a Dios.

“Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento”, 1 Corintios 3:6-7.

Mi esposa me recordó de la soberanía de Dios. ¿Y sabes qué? Tenía razón.

Una promesa

Queridos plantadores de iglesias y pastores: cuando trabajar con gente les rompe el corazón, dejen que las palabras de Pablo les den gran consuelo. Somos llamados por Dios a ir y hacer discípulos, y tenemos la garantía de que va a funcionar en el tiempo de Dios. Pero no podemos controlar cuándo llega el fruto. Puede que ni siquiera veamos el fruto completo de nuestra labor. Puede incluso haber tiempos en que veamos lo opuesto a fruto. Pero no podemos perder la esperanza.

Dios es soberano y hará lo que le plazca (Sal. 115:3). Él proveerá el crecimiento. Entonces, así como amas, sirves, y entrenas gente dentro de tu iglesia, también descansa en las promesas de Dios, que son sólidas como rocas. Y cuando parece que tu ayuda está fallando, recuerda: “No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos” (Gal. 6:9). 


Publicado originalmente en Am I Called? Traducido por Neftalí Ramírez.
Imagen: Lightstock
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