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A todas nos gusta hablar de nosotras mismas. Es demasiado fácil. Después de todo, no hay otra persona a quien conozcamos más. Por lo tanto, solemos acabar pensando que todo se trata de nosotras.

En las redes sociales, publicamos selfies y le anunciamos al mundo lo que estamos haciendo en cada momento. Diariamente nos autopromovemos. Creo que todas podemos admitir que nos gusta recibir la atención de los demás. Y la Biblia dice que este deseo nace de nuestros corazones.

¿En qué te glorías?

Carolyn McCulley una vez comentó que todo en nuestra cultura apunta a la autopromoción; uno no puede solicitar trabajo sin exaltarse a sí mismo, y no puede ser admitido a la universidad sin gloriarse en sus logros. Esta manera de actuar infiltra las cosas no tan obvias de la vida.

Por ejemplo, ¿haz sentido la tentación de no parar de hablar de los logros de tus hijos porque quieres gloriarte en tus habilidades como madre? ¿O te duele que le hayan dado un proyecto de trabajo a tu compañera en lugar de a ti? Incluso cuando se trata de escribir un artículo como este, tengo que preguntarme en oración, ¿estoy buscando la gloria de Dios o la mía?

Imita a Cristo

Hay pasajes de la Biblia en los cuales somos llamadas a examinar nuestro valor e importancia a los ojos de Dios: somos herederas con Cristo (Gálatas 3:29), somos hijas amadas por Dios (1 Juan 3:1). Sin embargo, estas preciosas verdades fácilmente pueden ser corrompidas en nuestros corazones.

Nos gusta hablar de que somos herederas con Cristo porque eso significa que vamos a recibir algo, pero no nos gusta mencionar que parte de esa herencia es sufrir como y para Cristo (1 Pedro 2:21). Nos gusta decir que el Señor cumplirá los deseos de nuestro corazón o que nos dará fuerzas, pero se nos olvida decir que Él no trabaja en nuestras vidas para que podamos vivir más cómodas, sino para servirle de maneras que jamás imaginamos.

Debemos entender que todo, incluyendo cada aspecto de nuestras vidas, ocurre para la gloria de Dios. Nada nos pertenece. 1 Corintios 10 es sumamente claro en decir que todo lo que hacemos debemos hacerlo para la gloria del Señor. ¿Por qué? Porque en esto imitamos a Cristo, quien dio la gloria suprema a Dios.

El Dios que interrumpe vidas

Nunca vamos a entender quiénes somos, nuestro propósito, o las situaciones que Dios trae a nuestras vidas hasta que entendamos lo que Él está haciendo para su propia gloria.

Nuestra naturaleza es buscar la gloria para nosotras mismas. Preferimos likes, comentarios, un aumento, o el afán de otros a que el Señor sea glorificado. Y cuando Dios desafía nuestros ídolos lo primero que hacemos es dudar de Él. ¿Por qué está Dios interrumpiendo mi vida en la cual estoy tratando de alcanzar mis metas?

Todo cambia cuando entendemos esto: el honor más grande es que Dios use nuestras vidas para apuntar a Cristo. Por más que busquemos, en este mundo no va a haber una gloria que se compare con la que vamos a recibir con Cristo en el futuro.

Vivimos en un mundo caído, quebrantado por el pecado y quebrantado por nuestra propia actitud egoísta. Necesitamos el evangelio.

A través de la cruz nosotras somos beneficiadas inmensurablemente, pero de aún mayor importancia, Dios fue sumamente glorificado. Su perfecta santidad y su perfecta justicia fueron expresadas como en ningún otro lugar.

En el evangelio encontraremos una razón para continuar en Cristo, incluso cuando las cosas no van a nuestra manera. ¡Lo que parecía una derrota resultó en la más gloriosa de las victorias!

Jesús ejerce su señorío sobre todas las cosas por el bien de la iglesia (Efesios 1). Él ejerce su señorío sobre nosotras, sobre cada situación, sobre cada lugar, sobre cada circunstancia para su gloria y para nuestro bien. ¡Qué privilegio!  Recordemos que Él reina, y si Él reina, podemos perseverar, y si podemos perseverar, debemos darle toda la gloria a Dios.

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