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Salmos 31-35 y Juan 7-8

Porque he oído la calumnia de muchos,
El terror está por todas partes;
Mientras traman juntos contra mí,
Planean quitarme la vida.
Pero yo, oh Señor, en Ti confío;
Digo: “Tú eres mi Dios”
En Tu mano están mis años;…
Esfuércense, y aliéntese su corazón,
Todos ustedes que esperan en el Señor.
(Salmos 31:13-15a,24)

En el libro A Place For Us (Un Lugar para Nosotros), del autor norteamericano Nicholas Cage (no el artista de cine), se nos cuenta cómo él llegó a los Estados Unidos siendo solo un niño a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Elena Gatzoyiannis, su madre, quería salvar a sus hijos de las guerrillas comunistas que estaban multiplicándose en las montañas de Grecia en donde ellos vivían después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que preparó la huida de ella y sus hijos.

Lamentablemente, el día planeado para la huida las cosas no salieron como se esperaban y ella tuvo que quedarse para evitar que los guerrilleros se dieran cuenta de su ausencia. Con valentía conminó a sus pequeños hijos a huir sin ella. Ellos se enterarían después que su madre pagó el precio de su libertad con prisión, tortura, y su posterior ejecución. De seguro que a esta mujer le temblaban las piernas cuando decidió quedarse atrás para salvar a sus hijos y verlos luego perderse en el horizonte; de seguro que sabía que no tendría cómo responderle a los guerrilleros, sabía muy bien que con su decisión, su fin se acercaba. Pero su amor la hizo fuerte y no se doblegó ante la prueba. Elena no era ni más ni menos mujer que cualquiera otra de su aldea, pero supo hacer uso de su valentía por amor y cambió el futuro de sus hijos para siempre.

De seguro todos tenemos recuerdos de valentía y también de cobardía en nuestras vidas. Algunos hemos recibido los beneficios de la valentía de alguien y quizás hemos sufrido también las consecuencias de alguien que no supo enfrentar con valentía alguna situación que terminó afectándonos.  El coraje es el empuje del alma, el esfuerzo del alma al enfrentar una situación. La valentía es el esfuerzo arriesgado ante una situación atemorizante y peligrosa.

Es triste reconocerlo, pero estas dos palabras buenas están desapareciendo del glosario humano, lo cual es lamentable. Al parecer, ya no se usan en su sentido noble y respetable, sino más bien como sinónimos de fiereza, venganza, crueldad, auto-satisfacción y destrucción. Ya no son términos que nos ayudan a entender lo que requerimos en los momentos difíciles para salir adelante, porque nos hemos olvidado de su significado original.

Nadie duda que vivimos en tiempos tan difíciles como los de Elena, la protagonista de la historia con la que empezamos. Cada período de la historia tiene sus propios desafíos y reclamos de coraje y valentía. La vida es como tirarse al mar, siempre las olas reclamarán nuestra energía porque vendrán siempre, una y otra vez contra nosotros.

En los Salmos también se nos demuestra que David, al igual que nosotros, vivió tiempos de temores y angustias. Sin embargo, lo que diferencia al corazón de David de un corazón cobarde, es su capacidad para tornar el drama humano en un desafío de fe valiente y en un compromiso para con un Dios que le provee el coraje a su alma para salir adelante.

Nadie ha dicho que el temor está en el extremo de una línea continua que termina en la valentía. No, el coraje y la valentía no tienen nada que ver con el temor. Por el contrario, ellos son la fuerza que se imprime en el corazón, justo en los momentos de mayor temor.

Les invito a que sigamos el pensamiento de David: “… Soy semejante a un vaso roto… El terror está por todas partes… Pero yo, oh Señor, en Ti confío; Digo: ‘Tú eres mi Dios’” (Sal. 31.12b,13b,14). Aquí vemos gritos personales de ánimo y compromiso. Ahora, sería algo ingenuo confiar en aquello que no se conoce, ¿no es cierto? David podría encontrar valentía en Dios porque conocía la grandeza y el poder de su Dios. En resumen, David sabía que era como un “vaso roto” en ese momento, pero también sabía que no había nada roto en su Dios. ¡Por eso confiaba y encontraba valentía!

El rey David también sabía de poderosos enemigos, conspiraciones en su contra, atentados, traiciones, peligros, batallas, miedos, y también valentías. Además, sabía por experiencia que en medio de la batalla nadie puede estar esperando que alguien le palmotee la espalda y le diga alguna palabra de aliento para poder tener un poco más de confianza y seguir batallando. Por experiencia propia, él sabía que, en lo más duro de la contienda, cada uno termina luchando por sí mismo y contra dos enemigos: sus propios temores y sus contrarios.

De lo anterior hay algo muy directo que podemos aprender del coraje y la valentía. Siempre deberemos sacarlos de dentro nuestro porque siempre los necesitaremos en los momentos en que más solos estemos o nos sintamos, cuando no habrá nadie a nuestro alrededor que pueda ayudarnos, cuando solo el Señor y nadie más que nuestro buen Dios, puede animarnos y pelear a nuestro lado. Y digo esto porque me sorprenden las palabras valientes de David convocando al Señor para que lo ayude en sus batallas: “Combate, oh Señor, a los que me combaten; Ataca a los que me atacan. Echa mano del broquel y del escudo, Y levántate en mi ayuda. Empuña también la lanza y el hacha para enfrentarte a los que me persiguen; Dile a mi alma: ‘Yo soy tu salvación’” (Sal. 35:1-3).

Las palabras de David tienen el ritmo y la fuerza del que también está en medio de la batalla y que, urgido por refuerzos, lleno de valentía y coraje, lucha denodadamente por conseguir la victoria. Pero no es una victoria que simplemente él va a conquistar. Por el contrario, su gran afirmación es que su salvación es el Señor mismo.

Toda la Biblia exalta y reconoce a los hombres y mujeres valientes, pero no se nos dice que fueron milagrosamente convertidos en tales. La cobardía también es castigada y sancionada por el Señor en la Biblia. Es considerada una debilidad humana, una de las lastimeras consecuencias del pecado y la separación de Dios, que lleva a las personas a la derrota y miseria. Por eso es que no podemos equivocarnos al pensar que el Señor podría simplemente premiar nuestros miedos con valentía, o que la falta de fortaleza y decisión para enfrentar la vida sea casi una condición para la bendición. Parafraseando al apóstol Pablo, tengo que decir: “De ninguna manera”.

En los salmos nos encontramos con temores y angustias humanas reales y profundas con las que todos podemos identificarnos, pero también encontramos la valentía de los que se atrevían a cantar al Señor con fe, buscando su intervención milagrosa. Los salmos no son cantos lastimeros de derrota, huida, y oscuridad. Más bien, son exhortaciones de valientes que, aunque están con las piernas temblorosas, no ceden un milímetro ante las prerrogativas del enemigo o sus propios temores. Es por eso que finalmente el temeroso y valiente salmista puede decir: “Busqué al Señor, y El me respondió, Y me libró de todos mis temores… Este pobre clamó, y el Señor le oyó, Y lo salvó de todas sus angustias… Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas lo libra el Señor” (34:4,6,19).

Finalmente, de seguro hemos escuchado muchas historias patrióticas de nuestros héroes nacionales que, con coraje y valentía, ganaron la libertad de la nación. A nivel humano, pareciera que la valentía consigue la libertad. Sin embargo, quisiera revertir un tanto esto desde el punto de vista espiritual. Sin Dios, no hay valentía que valga porque estamos esclavizados en nuestros delitos y pecados. Por eso es que un alma esclava del pecado no podrá ser un alma valiente. Eso es lo que demuestra David en los salmos. Su valentía depende del Señor, su obra y su presencia. Sin Él todo está perdido. Por eso es que Jesús dijo: “… De cierto, de cierto les digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado… Así que, si el Hijo les libertare, serán verdaderamente libres” (Jn. 8:34,36).

Por eso es que quisiera terminar con el orden inverso: Primero la libertad que solo el Señor puede darle al alma esclava y temerosa. Y con esa transformación de corazón que solo Jesucristo puede proporcionar y que el Espíritu Santo garantiza con su permanente presencia, es que realmente podremos gozar de valentía y coraje para la gloria de Dios.


Imagen: Lightstock.
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