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“El predicar es el más alto y más glorioso llamado que se le pueda hacer a alguien”, Martin Lloyd-Jones.

“Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”, Isaías 66:2b.

Cientos, tal vez miles de libros se han escrito sobre la predicación y el llamado a este glorioso ministerio. No es mi intención resumir, repetir ni destilar de los miles de consejos que allí se podrán encontrar para un joven predicador enfrentando la oportunidad de exponer su Santa Palabra a otros. Solo pretendo compartir con dichos nuevos predicadores algo que creo ha sido una lección fundamental para mi vida,  aprendida a través de un largo caminar como predicador.

El llamado a predicar Su Palabra es verdaderamente el más alto llamado que un hombre puede recibir, pues es en realidad el llamado a ser un vocero de Dios. Es el llamado a ser usado por Dios para comunicar a otros el mensaje que Dios quiere que ellos escuchen, en la manera que Dios quiere que se comunique, y con el efecto que Dios quiere que produzca. Es el disponerse en las manos de Dios para que, por medio del Espíritu Santo, un hombre se convierta en un heraldo de la verdad que ha sido declarada y escrita por Su soberana voluntad y para Sus propósitos eternos. Ante tales cosas, ¿quién es suficiente?

El llamado a predicar Su Palabra es en realidad el llamado a ser un vocero de Dios

Y es aquí donde quisiera traer la atención de aquellos que enfrentan, y tal vez hasta ambicionan, este gran llamado: ¿estás consciente del gran privilegio que es que a un hombre, débil y pecador como somos, se le asigne tal labor? Además, ¿estás consciente de la altísima responsabilidad correspondiente que significa ese llamado? Cuando un hombre se coloca detrás de un púlpito y abre su Biblia para leer un texto y exponerlo ante una asamblea de oyentes, no solo se coloca delante de hombres: principalmente se coloca delante del Dios que lo llamó y envió a predicar.

Esta realidad debe llevarnos a varias conclusiones y estas tienen que ver con una postura de humildad:

  • Si somos llamados a ser voceros de Dios, entonces somos solo ministros y siervos.
  • Si somos ministros y siervos en la predicación, entonces se requiere que seamos encontrados fieles.
  • Si hemos de ser encontrados fieles, entonces necesitamos que Él nos haga capaces.

Ministros y siervos

Somos ministros, o sea, somos siervos, sujetos a la voluntad de aquel que nos ha llamado a su servicio. El privilegio que se nos ha concedido no es una posición de privilegio, sino un privilegio para servicio. Hemos de ministrar Su Palabra, no la nuestra. Hemos de llevar Su mensaje, no nuestra opinión o entendimiento. Y aunque debemos aspirar a ser conocedores profundos y hábiles en el manejo de las Escrituras, no somos profesionales de la Palabra que discurrimos acerca de sus verdades con frialdad académica. Somos hombres retenidos por Su inescrutable gracia y misericordia para llevar a cabo una comisión imposible para cualquier hombre en lo natural (1 Co. 15:10).

Cuando subamos al púlpito, nuestro corazón y mente deben estar enfocados en el hecho de que somos solo siervos intentando servir al Dios del universo, como vasos de barro (2 Co. 4:7), suplicando que se nos dé de su santa unción para poder serle útiles de alguna forma.

Ministros fieles

Por lo tanto, si somos solo ministros y siervos en la predicación, entonces se requiere que seamos encontrados fieles por parte de aquel que nos llamó a tal comisión. Y si el privilegio del llamado es tan glorioso, entonces sabemos que al que mucho se le da, mucho se requerirá de él (Lc. 12:48). Entonces lo primero que debe un joven predicador aspirar a tener no es un gran conocimiento, sino una gran humildad y temor de Dios ante el prospecto de que un día hemos de dar cuenta ante su trono de toda nuestra labor (Mt. 12:36; He. 13:17).

No debe haber lugar para la vanagloria, ni para un sentido de auto-confianza en nuestra labor, mas bien debemos buscar permanecer inclinados ante Su majestad y dependientes totalmente en Su ayuda. Ese entusiasmo juvenil, característico de algunos nuevos predicadores, debe ser templado con la seria sobriedad de que todo lo que digamos en ese momento está siendo tomado en cuenta por Aquel a quien representamos como sus voceros.

Todo lo que digamos mientras predicamos está siendo tomando en cuenta por Aquel a quien representamos

Ahora, si lo que se requiere de nosotros es ser encontrados fieles, entonces brinca la pregunta, ¿Y podremos serle fieles? O sea, ¿tenemos la capacidad de serle fieles si la encomienda es tan sublime? La respuesta a dicha pregunta pareciera que es un obvio NO. Hemos sido llamados para algo que trasciende nuestra capacidad natural. Somos hombres pecadores que siempre requeriremos ser santificados por la sangre de nuestro Salvador Jesucristo. Somos hombres caídos con fallas, deficiencias, flaquezas y limitaciones, con corazones engañosos que nos traicionan y una naturaleza que resiste la voluntad de Dios.

Pero, eso es parte del asombro del llamado a la predicación. Dios ha asignado a dichos hombres caídos esa gran responsabilidad porque Él es capaz de capacitarlos y utilizarlos. La predicación ejemplifica el misterio de un Dios Todopoderoso, dignándose utilizar hombres débiles y faltos para sus propósitos eternos (2 Ti. 2:21). Tal y como Dios le afirmó a un joven Jeremías consciente de su incapacidad juvenil:

“Pero el SEÑOR me dijo: No digas: “Soy joven”, porque adondequiera que te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás. No tengas temor ante ellos, porque contigo estoy para librarte—declara el SEÑOR. 9 Entonces extendió el SEÑOR su mano y tocó mi boca. Y el SEÑOR me dijo: He aquí, he puesto mis palabras en tu boca”,  Jeremías 1:7-9.

Necesitamos del Señor

Entonces, ¿podemos ser hallados fieles? La respuesta no es un NO, sino un SÍ condicionado. La clave para el joven predicador es procurar humildemente que Dios sea el que lo mande, que diga lo que Dios le mande, que Dios sea el que lo acompañe y que hable las palabras que el Señor mismo haya puesto en su boca. De nuevo, es aquí en donde se requiere humildad. Humildad para permanecer en dependencia, para buscar su capacitación, para escuchar humildemente sus palabras, y para buscar en oración suplicante de su presencia en nuestras vidas.

Entonces, joven predicador, escucha a uno que ya experimentó el fracaso de subir al púlpito sin temblar ante Su palabra, antes que cualquier cosa. Si estás siendo llamado a predicar Su Santa y preciosa Palabra, busca una postura de humildad y podrás comprobar con asombro que Dios puede utilizar aun a alguien como tú y como yo.

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