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“En paz me acostaré y asimismo dormiré, porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” (Salmos 4:8 RVR95).

He estado pensando en cómo este versículo ha traído esperanza y confianza a millones de cristianos a lo largo de la historia.

Pertenece a un salmo que refleja la lucha de David, quien, en medio de una situación crítica, puede experimentar la obra del Espíritu de Dios trayéndole paz. “En la angustia me has aliviado” (v. 1).

Lo interesante en este versículo, para mí, es ver la relación entre las dos cosas que se mencionan. Dice que el poder dormir bien y en paz no depende solo de dormir confiados, sino también de vivir confiados. 

Y es que, por un lado, el salmista nos habla de la bendición que es el poder dormir bien. Uno no sabe lo increíble que es esto hasta que ha experimentado insomnio. Es una verdadera tortura ver las horas pasar y no poder conciliar el sueño. El desgaste físico, mental, emocional, y aun espiritual, es considerable.

Pero esta, como otras bendiciones, es resultado de otra. El poder dormir en paz y tranquilo, viene de acostarse ya experimentando esa realidad. Al mismo tiempo, y para que esto pueda suceder, también tenemos que haber experimentado funcionalmente el gozo de vivir confiando en Dios.

David habla de la importancia de no pecar atribuyendo mala intención a Dios, y nos llama a meditar en su provisión, sin cuestionar el carácter bondadoso de nuestro amoroso y misericordioso Padre celestial. “Tiemblen, y no pequen; Mediten en su corazón sobre su lecho, y callen” (v. 4).

Aunque esto es algo que necesitamos hacer con intencionalidad, el capítulo enfatiza que la paz y el dormir bien no son cosas que alcanzamos o logramos por nosotros mismos. Se tratan de bendiciones que recibimos de Dios, quien nos da la confianza para poder experimentarlas como evidencias de su gracia. “Alegría pusiste en mi corazón, Mayor que la de ellos cuando abundan su grano y su vino nuevo” (v. 7).

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.


Imagen: Lightstock.
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