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El escritor puritano Matthew Henry, luego de haber sido asaltado por ladrones, escribió esto en su diario:

“Déjenme dar gracias en primer lugar porque nunca antes me han robado; en segundo lugar, porque aunque se llevaron mi bolso, no se llevaron mi vida; tercero, porque aunque se llevaron mi todo, no era mucho; y cuarto, porque fui yo a quien robaron, y no otra persona”.

¿Cómo podía Matthew Henry regocijarse después de haber sido asaltado? Porque su alegría no dependía de sus circunstancias, sino que se regocijaba en el Dios de su salvación.

Pablo y Silas liberaron a una esclava de un espíritu de adivinación que la había afligido durante mucho tiempo. Privados de su fuente de ingresos, sus propietarios arrastraron a Pablo y a Silas ante los magistrados locales y ante una multitud que procedió a dar a Pablo y a Silas una buena paliza. Luego los arrojaron en lo más recóndito de la cárcel, y aseguraron sus pies en el cepo.

La multitud se unió en el ataque contra ellos, y los magistrados les rasgaron las vestiduras y dieron la orden de golpearlos con varillas. Y cuando les habían infligido muchos golpes, los echaron en la cárcel, ordenando al carcelero que los guardase con seguridad. Habiendo recibido esta orden, los metió en el calabozo interior y les sujetó los pies en el cepo. Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, y los presos los oían (Hch. 16: 22-25).

Pablo y Silas están encadenados en una sucia prisión de Filipos… ¡y cantan!

Nunca me han desnudado, golpeado, echado en la cárcel o sujetado en cepos. Pero si lo hubiera sido, no sé si mi primera inclinación sería cantar que solo quiero dar gracias. Eso no es por lo general el primer pensamiento que me viene a la mente cuando mi coche empieza a hacer un sonido chirriante o mi mujer pregunta si podemos hablar de algo (y puedo percibir que es el tipo de “charla” que va a tomar un tiempo).

La razón por la que Pablo y Silas podían adorar en el fortín era debido a que su alegría no se derivaba de sus circunstancias, sino que se regocijaban en el Dios de su salvación.

Para los creyentes en Cristo, la fuente de nuestra alegría es Jesús mismo. Él es nuestra fuente de vida, nuestra porción elegida, nuestra preciosa herencia. Él es nuestra comida y nuestra bebida. Y él nunca cambia, no importa cuánto fluctúen nuestras circunstancias. Una vez volé de Pittsburgh a Toronto. Estaba nublado y nevaba en Pittsburgh, pero cuando el avión se elevó por encima de las nubes, el sol era abrasador en todo su esplendor. Cuando descendimos en Toronto el cielo era gris y nevaba de nuevo. Tuve un destello de revelación (así es, gente, nunca había caído en la cuenta hasta ese momento): el sol siempre brilla por encima de las nubes. Y como el sol, Dios está siempre ardiendo con bondad, poder, y amor para con nosotros, no importa cuáles sean nuestras circunstancias “aquí abajo”. Él no ha cambiado, como el sol no cambia cuando está lloviendo. Como se dice en Lamentaciones 3:

Esto traigo a mi corazón,
Por esto tengo esperanza:
Que las misericordias del Señor jamás terminan,
Pues nunca fallan sus bondades;
Son nuevas cada mañana;
¡Grande es tu fidelidad!
 (21-23)

No estoy diciendo que los creyentes nunca deben llorar o lamentarse. 1 Tesalonicenses 4:13 dice que lloramos cuando mueren hermanos en la fe. No obstante, en nuestro dolor, tenemos la esperanza de que volveremos a verlos. Sin embargo, nos afligimos. Lloramos cuando nuestros hijos sufren. A veces nos afligimos cuando sufrimos injustamente a causa de los pecados de los demás. Los creyentes sufren pérdidas, se enferman, y pasan por muchos tipos diferentes de dolor. El mismo Jesús, exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” en gran agonía de espíritu en la cruz (Mt. 27:46). Pero en todas las circunstancias y en las profundidades de nuestro dolor todavía podemos dar a Dios la alabanza y gracias porque su amor no ha cesado para nosotros. Sus misericordias no han llegado a su fin. Él sigue siendo fiel a nosotros, a pesar de que no lo podemos percibir en el momento. Él todavía está brillando por encima de las nubes en nuestras vidas, aunque sean oscuras y terribles. Y algún día vamos a ver cómo fue amoroso y fiel a nosotros en esos momentos. Algún día él personalmente enjugará toda lágrima de nuestros ojos.

Si usted todavía no ha invocado al Señor Jesucristo para que le salve de sus pecados y le regale la vida eterna, insto a que lo haga en este momento. Para aquellos de nosotros que conocemos a Jesús, regocijémonos y cantemos alabanzas, como Matthew Henry o Pablo y Silas, sin importar lo que está pasando “aquí abajo” en nuestras vidas. Recordemos, el sol siempre brilla por encima de las nubes, y la misericordia de nuestro Dios nunca cesará.


Publicado originalmente en The Blazzing Center. Traducido por Gabriela Fischer. 
 
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