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¿Te suena familiar la palabra “docencia”? La palabra doctrina tiene la misma raíz en latín (doceo), y se refiere precisamente a: (1) Aquello que se enseña, y a (2) la enseñanza propiamente dicha.

Doctrina, entonces, es el conjunto de enseñanzas transmitidas respecto a un tema en particular y que conforman el fundamento de lo que se sostiene en cuanto a una línea de pensamiento propio de una filosofía, religión, escuela, ciencia, etcétera.

En el cristianismo, la doctrina es el conjunto de enseñanzas transmitidas por el Señor Jesucristo y reiteradas por los apóstoles. Esto tiene una razón de ser: los apóstoles no podían haber sido divergentes en cuanto a la enseñanza que recibieron de primera mano por el Señor, quien a su vez no predicaba o enseñaba un mensaje propio (doctrina), sino que enseñaba todo aquello que el Padre le había encomendado, en conformidad con la revelación anterior (el Antiguo Testamento): “Mi enseñanza no es mía, sino del que me envió. Si alguno está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, sabrá si mi enseñanza es de Dios o si hablo de mí mismo. El que habla de sí mismo busca su propia gloria; pero aquél que busca la gloria del que lo envió, Él es verdadero y no hay injusticia en Él” (Jn. 7:16-18).

Ejercitando el don de Dios

Debemos estar conscientes de que la aptitud para enseñar es un don de Dios (Ro. 12:6-8; 1 Co. 12:28). Así, el edificar a la iglesia a través de la enseñanza implica —además del deseo de hacerlo— estar seguro que se tiene el don para hacerlo. ¿Cuántas veces hemos escuchado comentarios como: “esta persona conoce muy bien el tema, pero no lo puede transmitir”? Puede ser que tengamos una buena comprensión de doctrinas de la Biblia, pero al momento de intentar transmitir esa información, nos topamos con que no nos expresamos con claridad.

Entonces, ¿cómo podemos saber si tenemos el don de enseñar? Buscar consejo bíblico en oración es sabio y necesario (Pr. 11:14). Tus pastores o ancianos y demás liderazgo de tu iglesia, sabrán dirigirte y aconsejarte de acuerdo a la Palabra.

A la vez que buscas confirmación de que Dios te ha dado el don de enseñar, debes estar consciente de que debes dedicar tiempo a cultivar una vida espiritual que sea de ejemplo para los demás (1 Tim. 4:12-13), incluso antes de comenzar a enseñar activamente en tu congregación. Parte esencial de esto es cuidar tu corazón de no estar buscando tu identidad, valor, y propósito en una posición en la iglesia y no en tu posición en Jesús.

No descartes el prepararte académicamente

En 1 Timoteo 4:13, quien anhela enseñar y tiene el don para hacerlo debe ocuparse en primer lugar de la lectura de las Escrituras, antes que del propio acto de enseñar; esto con el fin de estar mejor capacitado y, de esta manera, poder utilizar el don que Dios ha dado para la edificación de los santos.

Si está en tus posibilidades, puedes tomar cursos presenciales o en línea: certificaciones en apologética, en bibliología, en teología básica, etcétera. La educación a veces es costosa, pero puede ser buena idea aplicar para una beca o buscar patrocinio.

Si tomando en cuenta lo anterior no tienes las posibilidades de tomar clases puedes pedirle a alguien del liderazgo de tu iglesia que sea tu mentor, que te pastoreé en este sentido, te ayude a equiparte, y que esté pendiente de la preparación que estarás llevando.

Dios glorificado y el Cuerpo edificado

Muchas veces, con toda buena intención, deseamos hacer algo relevante o significativo para la causa del Reino. No es algo malo ni de qué avergonzarse; sin embargo, podríamos llegar a olvidar que todo en la vida del creyente lleva un proceso que será culminado, un día, por aquel que lo comenzó (Fil. 1:6).

Aprendamos a disfrutar cada una de las etapas de nuestro caminar cristiano y, cuando sea el momento oportuno, Dios irá propiciando las situaciones y circunstancias para que podamos ejercer los dones que se nos han dado, por la bendita gracia de nuestro Señor y Salvador, a través de su Santo Espíritu.

Anhelar servir a nuestra iglesia y edificarla a través de la enseñanza bíblica es evidencia del Espíritu Santo moviéndose en nuestro corazón. Esto deja ver que Dios nos está inquietando para salir de nuestra comodidad, y nos está llevando a querer hacer algo en lo que a la predicación, exposición, y enseñanza de la Palabra respecta.

Sigue preparándote en oración y con toda humildad, sométete al liderazgo de tu congregación, y empieza a desarrollar el don que Dios te ha dado, para que el Nombre que es sobre todo nombre sea glorificado, y para que el Cuerpo de Cristo sea edificado (Efesios 4:11-12).

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