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Algunos evangélicos hablan del evangelismo personal y la justicia pública como si fueran asuntos contradictorios o, por lo menos, que uno es parte de la misión de la Iglesia y el otro no. Yo pienso diferente, y creo que el tema es uno de los más importantes que la iglesia enfrentará en estos días.

En primer lugar, la misión de la Iglesia es la misión de Jesús. Esta misión no se inicia con la entrega de la Gran Comisión, o en Pentecostés. La Gran Comisión es cuando Jesús envía a la Iglesia al mundo con la autoridad que Él ya tiene (Mateo 28:18), y Pentecostés es cuando se otorga el poder para llevar a cabo esta comisión (Hechos 1:8).

El contenido de esta misión no es solo la regeneración personal, sino el hacer discípulos (Mateo 28:19). No es sóoo enseñarles, sino enseñarles “a guardar todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:20).

Esta misión no es incompatible con lo que ya hemos visto en la vida de Jesús. Su misión está definida por la expectativa del Antiguo Testamento (por ejemplo, Salmo 72), y en los relatos del evangelio en términos de amor redentor de la persona completa, cuerpo y alma. Desde, literalmente, los momentos embrionarios de la encarnación, dichos términos están presentes en la oración de María sobre la venida del Mesías (Lucas 1:46-55), y luego en las propias palabras inaugurales de Jesús acerca de la llegada de su reino (Lc. 4:18-19).

Esta misión se resume en el evangelio como un mensaje de reconciliación que es tanto vertical como horizontal, el establecimiento de la paz con Dios y con el prójimo.  La Escritura nos dice que amemos al prójimo “como a ti mismo” (Lucas 10:27-28).

Esto no es simplemente un ministerio “espiritual”; el ejemplo que Jesús nos da es de un cuidado holístico a las necesidades físicas y económicas de una persona herida, sin mencionar la trascendencia de las hostilidades étnicas. Como teólogo, Carl F. H. Henry les recordó a los evangélicos hace una generación, que uno no se ama a sí mismo simplemente en “términos espirituales”, sino de manera integral.

Por supuesto, el ministerio de Jesús sería acerca de esas cosas. Después de todo, la Biblia nos muestra, desde el principio, que el alcance de la caída es holístico en su destrucción —personal, cósmico, social, vocacional (Génesis 3-11) y que el evangelio es integral en su restauración— personal, cósmico, social, vocacional (Apo. 21-22).

Por otra parte, el testimonio profético bíblico habla constantemente en tales términos. ¿Es la adquisición de Ahab de la tierra de Nabot (1 Reyes 21:1-19) una cuestión de pecado personal o de injusticia social? Bueno, fue ambas. ¿Fue el pecado de Sodoma un conglomerado de pecados personales o injusticia social? Fue ambos (Gen. 18:26; Ez. 16:49).

Los profetas nunca dividieron los temas de la justicia tan limpiamente como lo hacemos nosotros en lo “personal” y lo “social”. Isaías habla del juicio de Dios, tanto en el orgullo y la idolatría personal (Is. 2:11) como en el “moler” los rostros de los pobres (Is. 3:14-15). Mas adelante en Joel y Miqueas y Malaquías y hasta Juan el Bautista, el testimonio es el mismo.

La iglesia del nuevo pacto continúa este testimonio. Incluso después del ministerio público de Jesús, su iglesia apostólica continúa un mensaje tanto de justificación personal como de justicia interpersonal. Santiago dirige las iglesias de la dispersión, tanto en términos de su lengua (Santiago 3:1-12) como el trato injusto de los asalariados (Sant. 5:1-6).

Santiago define la “religión pura y sin mancha” como aquella que se preocupa por las viudas y los huérfanos (Santiago 1:27). Por supuesto que lo hace. Su hermano ya lo había hecho (Mateo 25:40).

Para aquellos que buscan enfrentar a Santiago contra Pablo, el Nuevo Testamento no permite tal escaramuza, ya sea en la redención personal o en el ministerio a los vulnerables. Cuando recibieron a Pablo, los apóstoles, dice Pablo, estaban preocupados, por supuesto, de que proclamara el evangelio correcto, pero también de que recordara a los pobres. Esto fue, Pablo testifica, “lo que procuré con diligencia hacer” (Gal. 2:10).

Entonces, ¿cómo “equilibra” la iglesia la preocupación por la evangelización con una preocupación por la justicia? Una iglesia lo hace de la misma manera que “equilibra” el evangelio con la moralidad personal. Claro, han habido iglesias que han enfatizado la justicia pública sin el llamado a la conversión personal. Estas iglesias han abandonado el evangelio.

Pero también hay iglesias que han enfatizado la rectitud personal (moralidad sexual, por ejemplo) sin un claro énfasis en el evangelio. Y hay iglesias que han enseñado la moralidad personal como un medio de ganar el favor de Dios. Esto también contradice el evangelio.

Nosotros, sin embargo, no contrarrestamos el legalismo en el ámbito de la moral personal con el antinomianismo. Y nosotros no reaccionamos ante los persistentes “evangelios sociales” (tanto de izquierda como de derecha) pretendiendo que Jesús no llama a sus iglesias a actuar en nombre del pobre, del extranjero, del huérfano, de los vulnerables, los hambrientos, las victimas de trafico sexual, los no nacidos. Actuamos en el marco del evangelio, nunca aparte de él, ya sea en la proclamación verbal o en la manifestación activa.

La respuesta corta a cómo las iglesias deben “equilibrar” esas cosas es simple: siguiendo a Jesús. Somos cristianos. Esto significa que a medida que crecemos en la imagen de Cristo, estamos preocupados por las cosas que le preocupan. Jesús es el rey de su reino, y Él ama a la persona completa, cuerpos así como almas.

Cristo Jesús nunca despide a los hambrientos con las palabras “calentaos y saciaos” (Sant. 2:16). Lo que dice, en cambio, mientras señala al amor de Dios y al prójimo, al cuidado del cuerpo y del alma, es: “Ve tú, y haz lo mismo” (Lucas 10:37).


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Kevin Lara.
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