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Leer no es una opción.

La lectura es una parte vital de la vida del cristiano. En su soberanía, Dios se reveló a nosotros a través de la palabra escrita (2 Timoteo 3:16), el Libro de libros. Necesitamos aprender a leer correctamente, interpretar adecuadamente, y aplicar a nuestras vidas lo que la Escritura enseña (2 Timoteo 2:15).

El Espíritu Santo ha ungido a incontables hombres y mujeres en la historia de la Iglesia con el don de la enseñanza (Romanos 12:6-8; 1 Corintios 12:28; Efesios 4:1-12). Muchos de ellos han compartido su conocimiento y sabiduría a través de libros que están disponibles para nosotros. Al leerlos, meditando y discerniendo con la Palabra, podemos crecer más y más a la imagen de Cristo.

Si has entendido que el hábito de la lectura es importante para tu crecimiento, tal vez te sientas un poco frustrado al intentar desarrollarlo. En nuestro mundo hiperconectado, que a cada segundo nos envía miles de mensajes fragmentados, retener la atención no es nada fácil. Para preparar nuestra mente para la acción debemos ser intencionales. No va a pasar por arte de magia ni tampoco de la noche a la mañana.

En las manos de Dios

Antes que nada, tengo una buena noticia. Aunque debemos ser intencionales y diligentes al buscar nuestro crecimiento espiritual, la obra no es de nosotros. La salvación es del Señor —de principio a fin— y esto incluye nuestra santificación (1 Tesalonicenses 5:23-24).

Ora a Dios y pide sabiduría sin dudar que Él te la dará (Santiago 1:5). El Espíritu Santo es quien pone el querer como el hacer, y Dios mismo es el más interesado en hacerte a la imagen de Jesús. Descansa en eso y corre hacia la meta con confianza.

La Palabra es primero

Si no eres disciplinado en la lectura de la Escritura, no tiene caso que inviertas energía en tratar de leer mil cosas más. La Palabra de Dios es primero. Es ella la que te transformará y renovará tu manera de pensar.

Establece un lugar y una hora específica para tu lectura bíblica diaria. Hazlo una prioridad por sobre todo lo demás. Jamás dirías que “ni ayer ni hoy tuve tiempo de comer nada de nada”, ¿verdad? Si no comes, te mueres. Bueno, así de vital (incluso más) es tu alimento espiritual (Mateo 4:3-4).

Tu lectura no debe ser al azar. Consigue (o idea) un plan que te guíe diariamente a través de la Escritura. No tiene que ser un plan de un año. El punto es que seas constante y disciplinado.

También puedes buscar un libro de devocionales diarios, que te apunte una y otra vez a la Escritura. Te recomiendo “Los cánticos de Jesús” de Tim y Kathy Keller, o “Nuevas misericordias cada mañana” de Paul Tripp.

Disciplínate para la piedad

Una vez que hayas definido tu lectura bíblica (y que realmente lo estés haciendo), puedes empezar a darle estructura a todo lo demás.

Elige qué material deseas leer. ¿Qué estás aprendiendo en tu lectura bíblica? ¿Qué pasajes y temas están estudiando en tu congregación? ¿Qué áreas te ha mostrado Dios que debes fortalecer para cumplir mejor con los roles que tienes?

Considera estas preguntas y busca recursos confiables que puedan ayudarte a crecer. Puedes revisar nuestros recursos; las recomendaciones de nuestro equipo editorial, el Consejo Pastoral, o el pastor Sugel Michelén. También puedes estar al pendiente de las reseñas que publicamos, o formar parte de #CoaliciónLee. Si tu pastor es un buen lector —y debería serlo— pídele su consejo y dirección en esta área.

Elabora una lista de tus próximas lecturas, eso te ayudará a no perder tiempo y energía en decidir qué leer después. También establece un tiempo y lugar en tu día para leer. La idea es formar hábitos, que la lectura se vuelva una parte integral de tu día a día.

Si eres principiante, pon un cronómetro de 10 minutos y lee sin parar. Te sorprenderías de lo mucho que se puede leer si eres constante e inviertes 10 minutos todos los días. Cuando sientas que eso es poco tiempo, ve aumentando gradualmente.

Cuida tu mente

Tenemos un gran privilegio al contar con más acceso a la Biblia que nunca antes, junto a una cantidad cada vez mayor de recursos edificantes para la Iglesia. No desperdicies tu tiempo. No desperdicies la mente que Dios te ha dado para su gloria. ¿De qué la estás llenando? ¿Qué es lo que la está moldeando?

Si no estás siendo influenciado por la Escritura, estás siendo influenciado por algo más. Un buen libro puede ayudarte a corregir eso.

Imagen: Lightstock
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