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Al igual que muchos personajes de distintos ámbitos, en las Escrituras encontramos personas dotadas de todo lo necesario para tener éxito según los parámetros de Dios. Uno de esos personajes bíblicos fue uno cuyo nombre significa requerido, o solicitado. Él entra en la escena bíblica con grandes expectativas en torno a su persona, con todas las herramientas necesarias para ser lo que Dios quería que él fuera, y así satisfacer las necesidades de su nación.

Su historia comienza a narrarse en los días donde el pueblo hebreo, ya en la tierra prometida, estaba siendo gobernado temporalmente por jueces hasta que se estableciera el gobierno monárquico que Dios le había prometido (Dt. 17:14-20). Sin embargo, ante la anarquía imperante (Jue. 17: 6; 21: 25) el pecado, la inoperancia de los hijos de Samuel (1 S. 8:1-5), el querer ser como las demás naciones (1 S. 8:5), y las amenazas de los enemigos (1 S. 12:12) motivaron al pueblo a presionar al profeta Samuel para la búsqueda de un Rey.

Las Escrituras nos dicen que la persona elegida por Dios para ser ese rey fue Saúl, quien tenía todas las condiciones para desarrollar una gran gestión. Sin embargo, su éxito como rey estaba condicionado a las normas que el mismo Dios había establecido de cómo debían ser los reyes (Dt. 17: 14-20). Según este pasaje, las gestiones de los futuros gobernantes de Israel estaban reguladas por unas estrictas normas de modestia, prudencia, equidad, justicia y honestidad; y así debía de ser el mandato de Saúl, que dicho sea de paso, por ser el primer rey, tenía mayor responsabilidad, por los precedentes que habría de establecer.

Saúl tenía todo lo que se necesitaba para ser un buen gobernante: temeroso de Dios, justo, amado por su pueblo, y con el potencial para tener gran éxito. En  1 Samuel 9:1-21 podemos ver por lo menos diez cualidades que se reflejan en su carácter y en lo que Dios estaba dispuesto a hacer con él:

  1. Venía de una familia rica e influyente (v. 1).
  2. Buena apariencia física (v. 2).
  3. Sometido a la autoridad de su padre (v. 3).
  4. Diligente (v. 4).
  5. Prudente (v. 5).
  6. Sabía escuchar (v. 6).
  7. Dadivoso (v. 7).
  8. Escogido por Dios (v. 17-19).
  9. Respaldo inmediato de Dios (v. 20).
  10. Humilde (v. 21).

De este Saúl casi no hablamos. Estamos más acostumbrados a escuchar sobre el otro Saúl cuando ya era una persona rebelde y lejos de Dios. Todas estas características en su vida hacían de Saúl tanto una persona íntegra como un rey muy prometedor. Con todas esas cualidades, vemos un éxito asegurado. Un carácter dócil, diligente, buena familia, y el respaldo de Dios… ¡qué más se podía pedir! No había en Israel un candidato como él. Todo lo que se podía pedir de un gobernante, Saúl lo poseía. ¡No podía fallar! El profeta Samuel lo ungió como rey, y esto es lo que dice la palabra de Dios de ese momento:

“Tomó entonces Samuel la redoma (frasco) de aceite, la derramó sobre la cabeza de Saúl, lo besó y le dijo: ¿No te ha ungido el Señor por príncipe sobre su heredad?… Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con gran poder, profetizarás con ellos y serás cambiado en otro hombre.  Cuando estas señales te hayan sucedido, haz lo que la situación requiera, porque Dios está contigo” (1 Samuel 10:1, 6-7).

En estos textos vemos algunas características que sobresalen en un Saúl ya ungido como rey, en adición a las que ya poseía. No había duda alguna de que el éxito de Saúl como rey estaba sellado. Después de ser ungido por Samuel, el respaldo de Dios es reiterado en él, y como consecuencia de esto vemos cómo sería la ejecución de Saúl. ¿No era esta una maravillosa oportunidad para Saúl? En muy pocas personas (incluso de renombre) en las Escrituras se observan tantas cualidades juntas:

  1. Fue consagrado por Samuel para ser rey (v. 1)
  2. El Espíritu del Señor estaría sobre él con gran poder (v. 6)
  3. Hablaría en el nombre del Señor (v.6)
  4. Libertad para accionar. (v. 7)
  5. Dios estaría con él (v. 7)

En el campo político, deportivo, artístico o ministerial, la realidad de Saúl se ha repetido muchas veces. Hemos sido testigos de políticos que han llegado al poder por un respaldo masivo de votantes, para después tener una gestión patética. Los titulares de las páginas deportivas de los diarios nos han traído reportajes de las grandes hazañas de ciertos atletas que hoy en día están pasando por procesos judiciales, despojados de sus trofeos y de sus hazañas, sumergidos en las neblinas de la vergüenza. Todos recordamos las voces encantadoras de artistas que tuvieron de rodillas a París con sus encantos, y el mundo de las drogas y de los excesos como arena movediza les ahogaron, apagando sus voces y las luces de su escenario.

Más doloroso es esta realidad cuando se da en el orden ministerial. Hemos visto cómo algunos hombres han sido instrumentos de Dios y nos han edificados desde sus púlpitos, para después ser protagonistas de penosos escándalos que avergüenzan el nombre de Cristo y presentan una mala imagen de la iglesia que Él limpió con su sangre.

Al igual que Saúl, muchos comienzan bien, pero terminan mal. ¿Por qué es esto así? Porque comenzar bien no es suficiente. ¿Dónde está el fallo? ¿Por qué lo que comienza bien no necesariamente termina bien? La vida de Saúl responde estas interrogantes. De hecho, cuando examinamos la historia bíblica y la historia secular, nos podemos dar cuenta que hay comunes denominadores entre Saúl y la de muchos actores de eventos del pasado y del presente.

¿Qué pasó con Saúl? ¿Cómo pudo llegar a degenerar en la manera que registran las Escrituras? ¿Cómo podemos evitar repetir su triste historia en nuestras vidas y ministerios? La ruina espiritual de una persona no es algo abrupto. No es algo que se da de forma repentina, sino más bien es un proceso. La vida de Saúl así lo indica. Comenzó a gobernar a los treinta años (1 Samuel 13:1)[1], y ya establecido como rey, Saúl comienza a dar evidencias de ser una persona distinta a la que había sido ungida. Comenzó a confiar en sus propias capacidades más que en Dios que se las había dado. Veamos brevemente el proceso de su decadencia:

Impaciencia. (1 Samuel 13: 8-15)

Su orgullo y confianza en sí mismo lo llevó a ser impaciente. Samuel le había dicho que esperara por él. Saúl, no sometido a las indicaciones del profeta y (según él) presionado por las circunstancias y el pueblo (1 S. 13: 5-7), usurpa las funciones sacerdotales de ofrecer sacrificios (Nm. 3: 10).

De esta manera, Saúl no pasa lo que pudiera parecer una prueba de Samuel de tardar intencionalmente para verificar su carácter, y termina pecando contra Jehová. Esto mismo sucedió con el pueblo hebreo cuando Moisés estuvo hablando con Dios. Ellos interpretaron que tardaba demasiado, desobedecieron en contubernio con Aarón, y terminaron haciendo y adorando un becerro de oro (Éx. 32).

A pesar de haber pecado, Saúl no da muestra de arrepentimiento, y con esta acción da el primer paso para dañar su relación con Dios, que nunca volvería a ser la misma a partir de ese momento. Los capítulos siguientes a los eventos del capítulo trece no son menos dramáticos e ilustrativos de la decadencia de Saúl:

Desobediencia (1 Samuel 15).

Desobedeció flagrantemente contra Dios en la confrontación contra los amalecitas. Algunos eruditos piensan que Saúl tal vez pudo haber preservado la vida del rey de Amalec para presentarlo como botín de guerra, y así buscar popularidad y reconocimiento del pueblo en vez de buscar honrar a Dios.

 Autosuficiencia (1 Samuel 17:11, 24)

Confianza en él mismo en vez confiar en Dios. Los desafíos de Goliat llenaron de miedo a Saúl y a todo Israel. Se llenó de miedo porque creía que era en él que estaba la victoria. Olvidó que podía hacer lo que quisiera siempre que fuera guiado por el Señor (1 Samuel 10: 6-7).

 Envidia (1 Samuel 18:6-9)

Dios desechó a Saúl por su desobediencia, que acarreó a su vez otros pecados. Dios entonces escoge a David (1 S. 16:1-13), quien derrota a Goliat (1 S. 17: 48-51). Saúl, al ver el recibimiento que le hicieron a David por todo Israel, se llenó de celo y envidia. A partir de ese momento comenzó un repudió que terminó en odio y en reiterados intentos por matar a David, quien ya era el verdadero ungido de Jehová (1 S. 19).

Cuando vemos el desarrollo de la vida de Saúl entonces confirmamos que todo aquello que le fue puesto en sus manos no lo supo retener y terminó su gestión de una manera muy diferente a cómo comenzó. 1 Samuel 31 nos dice cómo terminaron los días de Saúl: aquel dotado de todo lo que se necesitaba para tener una gran gestión como rey de Israel y siervo del Altísimo a la vez, ahora muere junto con sus hijos y rodeados de los mismos temores que le acompañaron siempre, por confiar en él en vez de Jehová que lo llamó.

Comenzar bien no es suficiente. Debemos cuidar en el transcurso de nuestros ministerios lo que Dios quiere de nosotros. Debemos cuidar lo que se nos ha entregado porque no es nuestro, y al no ser nuestro, tenemos que rendir cuenta por eso.

Pienso que aunque los seres humanos somos muy complejos, y a veces actuamos de maneras inexplicables, servir al Señor y ser fieles a Él está claramente plasmado en su Escritura. Saúl escogió el camino de la desobediencia, la soledad, y la confianza en sí mismo. Comenzó bien pero terminó mal. Todos nosotros tenemos a nuestro alcance prevenir las acciones de Saúl.

En lo particular he pecado en mis años de ministerio, pero Dios en su gracia ha tenido misericordia de mí y por eso estoy de pie. Dios ha puestos hombres a nuestros alrededor para que nos amonesten en amor. Al igual que Saúl, tenemos nuestros propios Samueles para que le rindamos cuenta, y aunque hayamos comenzado mal (como es mi caso) podamos terminar bien.

Las palabras de nuestro Dios por medio del profeta Samuel todavía tienen vigencia. Han surcado con su eco el tiempo y el espacio para recordarnos lo que Saúl olvidó:

“Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con gran poder, profetizarás con ellos y serás cambiado en otro hombre. Cuando estas señales te hayan sucedido, haz lo que la situación requiera, porque Dios está contigo” (1 Samuel 10: 6,7).


[1] Según la BLA. Algunos señalan que es más exacto sugerir que tenía cuarenta puesto que Jonatán su hijo era ya comandante de tropas según lo indica 1 Samuel 13: 2
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