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En Jesús somos salvos de la ira. Su sacrificio no meramente abrió una posibilidad de salvación para nuestras almas, sino que fue perfecto y nos provee todo lo que necesitamos para presentarnos delante del Padre. Nuestra confianza no está en la fuerza de nuestra fe, sino en el objeto de ella; el Cordero perfecto —Dios hecho carne— dijo “consumado es”.

“La seguridad, la paz, el acceso a Dios, el conocimiento de que él es nuestro Padre, y la fortaleza para vencer la tentación, todo ello depende de esto: el Hijo de Dios tomó nuestra carne y cargó nuestros pecados de tal manera que más sacrificio por el pecado es tanto innecesario como absurdo” (p. 47).

A nuestra alma le cuesta asimilarlo. Muchas veces quiere ser digna de la recompensa otorgada por Jesús. Queremos hacer algo para merecerlo, para mantenerlo. Y cuando fallamos —y siempre lo hacemos— nuestra seguridad se tambalea. Pensamos, “¿cómo podrá Dios amarme ahora?”.

La respuesta está en el Hijo. La salvación de mi alma no depende de quien yo soy, sino de quien Él es.

“Repite para ti mismo esta idea cuando te levantes cada día, cuando tengas luchas, o cuando apoyas tristemente tu cabeza en la almohada por la noche: ‘Señor Jesús, tú aún eres el mismo, y siempre lo serás’” (p. 68).

Pero si no le conocemos, ¿cómo podremos depositar en Él nuestra confianza? ¿Cómo sabremos que el hecho de que Jesús siempre es el mismo es algo bueno? ¡No tenemos que adivinar o dar un salto de “fe ciega”! Dios se ha revelado en su Palabra. La Biblia nos muestra que Jesús es realmente digno de confianza y que andando en la verdad podemos encontrar vida en abundancia.

“La Palabra de Dios, iluminada por el Espíritu de Dios, como muestra tan magníficamente el Salmo 119, es la senda a la estabilidad y la libertad espiritual. Ella nos conduce invariablemente a conocer, amar y hacer la voluntad de Dios cada día” (p. 112).

Entre más profundicemos en la Escritura, más conoceremos a Dios; entre más conozcamos a Dios, más le amaremos. Seremos transformados mientras le contemplamos. Será un deleite obedecerle y proclamar su glorioso evangelio en donde estemos. ¡No nos cansaremos de sumergirnos y contemplar la gloria del Señor!

“Mientras nuestro intelecto se para en puntillas, estirándose para captar los lejanos horizontes de la revelación divina, no nos angustiamos por las limitaciones de nuestro entendimiento. Más bien nos extendemos en adoración y asombro” (p. 85).

¡Qué gran privilegio es que el Dios del universo se haya revelado a nosotros tal como es! Y qué enorme alivio saber que Él es un ser demasiado grande y poderoso para nuestro entendimiento. Este es el Dios quien nos salva y nos sostiene; porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos (Hch. 17:28).


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