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El Verbo se hizo carne.

Una oración sencilla, pero increíblemente profunda. La verdad de la encarnación de Cristo —el Creador tomando la condición de la criatura— deslumbra nuestras mentes, como bien dice Sinclair Ferguson en su libro Solo en Cristo.

Para nuestro entendimiento limitado es difícil concebirlo, pero Jesús es completamente Dios y completamente hombre. Si tratamos de explicar con palabras este misterio, siempre quedaremos cortos. Nuestro Señor es demasiado glorioso para incluso el más elocuente de los hombres.

“Nuestro Salvador es el Dios-hombre, y debiéramos pensar en él como ambas cosas” (p. 11).

Por más complicado que sea de imaginar, el cristianismo es la fe en el Dios-hombre. Ferguson nos explica que la cristología de dos naturalezas es esencial para el evangelio. Solo Dios podía revertir la muerte y remover el pecado; solo un hombre podría representar a los hombres y restaurar la creación desde adentro.

“Del vientre a la cuna, del desierto al Gólgota, de la tumba al trono, nuestro Señor Jesús abrió un camino de gracia” (p. 31).

¡Solo Él pudo haberlo hecho! Y para derrotar a la muerte, hizo lo que nadie esperaba: Cristo se humilló para conquistar. El momento en el que el Señor del universo lava los pies de sus discípulos es una parábola que expone la identidad de Jesús y su ministerio. Su humillación no es solo nuestro ejemplo, sino nuestra salvación.

“Jesús no se rebaja meramente a fin de avergonzar a sus discípulos, sino para mostrarles que el único camino de salvación consiste en que él lave la inmundicia de los pecados de ellos y se despoje de sí mismo en la cruz. Solo aquellos que son lavados pueden tener parte con Jesús” (p. 34).

Su cuerpo fue quebrantado por nuestra maldad. Jesús fue sepultado en lo que parecía el triste final de una vida recta. Pero fue mucho más que eso. La muerte del Señor venció a la muerte para siempre y Él resucitó con poder.

Ahora nosotros somos llamados a vivir esa parábola de humillación, esperando aquel día en que también seremos levantados en gloria.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil 2:5). Despojémonos. Si el dueño y sustentador de todo lo hizo, ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros?


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