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Una de las cosas más difíciles del viaje de Cristiano hacia Ciudad Celestial fue su comienzo. Al empezar a ver las verdades sobre su condición y su destino, y querer advertirle a los demás, su familia terminó tratándolo como un loco. Cristiano no tuvo más remedio que dejar dejar a su esposa y a sus hijos en Ciudad de Destrucción.

Sin embargo, el Señor no se olvidó de esta familia. Su misericordia no solo se extendería hacia Cristiano. Lo que Él nunca supo es que el término de su viaje iba a marcar el inicio de uno nuevo. La esposa de Cristiano se llamaría ahora Cristiana.

“Cristiana, el Misericordioso me ha enviado para decirte que Él es un Dios listo para perdonar, y que se deleita en perdonar multitud de ofensas”.

Algunos de nosotros somos peregrinos que podemos identificarnos muy bien con el viaje de Cristiano. Nuestras familias se han quedado atrás, presos del pecado y su humana sabiduría. Hemos derramado lágrimas delante de nuestro Dios suplicando que Él haga lo imposible.

Esta historia nos recuerda que nada se escapa del oído de nuestro Señor. Ningún ruego es en vano. Puede que, como Cristiano, jamás veamos el fruto, pero eso no significa que la semilla no esté brotando.

Ahora no solo la esposa de Cristiano camina a casa del Padre. ¡También sus hijos y hasta su vecina la acompañan!

“[Cristiano] se lamentaba de que yo no le prestase atención, pero su Señor y el nuestro sí reunió sus lágrimas y las metió en su botella; y ahora ambos, y también, tú, y estos hijos míos tan dulces, estamos cosechando el fruto y beneficio de ellas”.

¡No nos cansemos de interceder!

Una mujer llamada Misericordia va a lado de Cristiana y sus hijos. Juntos llegan a la puerta estrecha y se les concede entrar. En su viaje nos encontramos de nuevo en la casa del Intérprete, quien les muestra todo aquello que Cristiano también vió.

El viaje apenas comienza.

Un guía llamado Gran Corazón les acompaña y los lleva a aquel lugar donde la carga de Cristiano fue sepultada: la cruz. Oh, el misterio de la cruz. Solo Dios pudo haber planeado algo como aquello. El Justo por los injustos. No solo nos limpio de nuestra maldad, sino que también nos vistió con su perfecta justicia.

¿Qué podemos hacer sino adorarle? ¿Qué más podemos hacer sino vivir enteramente para Él? Nuestro corazón desborda de gratitud y cantamos junto con Cristiana:

“¡Oh! ¡Bendito! Tú mereces tenerme, pues me has comprado; tú mereces tener todo de mí pues pagaste por mí diez mil veces lo que yo valgo”.


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