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No nos queda más que admitir que nuestro corazón es una fábrica de ídolos.

Mientras estemos en este lado de la eternidad, tendremos que vivir en guardia cada día. No podemos descuidarnos; nuestro corazón es engañoso. Cualquier cosa creada es un ídolo potencial… ¡y nadie está exento de caer!

Suena a una tragedia, ¿no? Porque realmente lo es. Pero no fuimos creados para vivir así.

“¿Hay alguna esperanza? Sí, siempre que nos demos cuenta de que a los ídolos no se los puede derribar sin más. Debemos sustituirlos. Si lo único que intenta es desarraigarlos, vuelven a crecer; pero se los puede sustituir. ¿Por qué o quién? Por el propio Dios, por supuesto”.

El evangelio tiene poder para transformar nuestros corazones de roca en corazones de carne, hambrientos por adorar al único Dios verdadero. Jesús nos mostró que en la debilidad se encuentra la victoria. Su muerte fue nuestra vida.

Exponer ídolos y arrancarlos de nuestro corazón no es una tarea fácil ni placentera. Sin embargo, tenemos una promesa que nos llena de gozo aun cuando vemos nuestra incapacidad: el Señor mismo nos llevará hasta el final y completará su obra en nosotros (1 Tesalonicenses 5:23-24).

“A menudo, hace falta una experiencia de debilidad aplastante para descubrir por fin la bendición. Por eso, muchas de las personas más bendecidas por Dios cojean mientras bailan de puro gozo”.

El antídoto de la idolatría

Todo empieza cuando dejamos de contemplar a Dios. Él es todo hermoso, poderoso, fuerte, soberano, digno… pero por alguna razón algo más captura nuestra atención. Y quebrantamos el primer mandamiento. Y luego los demás. Todo inició con la idolatría.

¿Quién es el dueño de tu corazón? ¿Hemos comprendido realmente que el valor pasajero de las cosas de este mundo no es nada comparado con la gloria del amor del Señor? Si realmente lo hiciéramos, nuestras vidas lucirían muy diferentes. Como nos advierte Keller, “puedes conocer el amor de Cristo con tu mente, pero no con tu corazón”.

Necesitamos probar y ver que el amor de Dios no tiene comparación. Que nada más puede satisfacer. Necesitamos profundizar en la Palabra y conocer que la paz verdadera solo viene del Señor.

“Los cristianos maduros no son las personas que ya han llegado a la roca madre. No creo que eso sea posible en esta vida. Más bien, se trata de personas que saben cómo seguir excavando y que cada vez se acercan más”.

Hermanos, sigamos excavando. Continuemos profundizando en las riquezas y la dulzura del amor de nuestro Dios. No nos engañemos pensando que la madurez significa fortaleza e independencia. No. El cristiano maduro es el que puede ver con cada vez más claridad su necesidad del Señor, y se aferra a Él en completa dependencia.

“Separados de mí nada pueden hacer”, nos dice Jesús (Juan 15:5). No lo intentemos ni por un segundo.


Con esto concluímos nuestra lectura de “Dioses que fallan” de Tim Keller. Acompáñanos en nuestra próxima lectura de “Orando la Biblia” de Donald Whitney. ¿No sabes qué es #CoaliciónLee? Ve aquí. ¿Quieres participar? ¡Únete aquí!
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