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En la primera parte de “Cristo, el incomparable”, John Stott nos ayudó a ver cómo el verdadero Jesús es aquel que encontramos en las Escrituras. El testimonio apóstolico podrá ser multifacético, pero resuena con un mismo mensaje: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Siervo y Rey; Hombre y Dios.

En la segunda parte, Stott responde a la pregunta de cómo la iglesia ha representado a Jesucristo a lo largo de los siglos. Y vaya que no hay una respuesta sencilla.

“A lo largo de la era cristiana, los supermercados religiosos del mundo han ofertado cientos de diferentes ‘Jesuses’” (pos. 1207).

Por supuesto, hemos establecido que solo hay un Jesús verdadero. Pero eso no ha detenido a los hombres de querer hacer a Cristo a su imagen y semejanza. Nuestro afán de ir más allá de lo revelado y distorsionar lo que Dios ha declarado no se quedó en el Edén; pronto apareció en medio de la iglesia primitiva.

¿Jesús es un ser creado, el más glorioso de todos? ¿Jesús es Dios y solo parecía ser un hombre? ¿Jesús no es nada más que un buen maestro de la moral?

Afortunadamente, esas preguntas no tuvieron que quedar en el aire sin respuesta. Dios siempre ha levantado hombres y mujeres prestos para defender la verdad.

“Los padres de la iglesia se dieron cuenta de que el debate cristológico era en realidad un debate acerca de la salvación” (pos. 1368).

Y es que no se trata de meramente defender una doctrina. Entender quién es Jesús es vital para la salvación.

En esta sección de “Cristo, el incomparable” exploramos desde Justino Mártir hasta las misiones del siglo XX. Algunos de los éxitos y fracasos teológicos de la iglesia. A lo largo de la historia se ha retratado a Jesús de cientos de maneras distintas, a veces con buenas intenciones y a veces simplemente por ganancia personal.

En ocasiones puede ser descorazonador, pero repasar la historia nos sirve como advertencia. Desconocer el pasado nos condena a repetirlo.

¿Cómo podemos evitar distorsionar la imagen de Jesús que el testimonio apostólico presenta? Stott propone una respuesta en dos partes: (1) “librar nuestras mentes de toda preconcepción y prejuicio, y renunciar, resueltamente, a cualquier intento de forzar a Jesús a nuestro molde predeterminado”; y (2) “abrir nuestras mentes y corazones a todo lo que nos diga el texto bíblico y escuchar el testimonio que nos da de Cristo en la totalidad del nuevo testamento”.

Claro está, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Sin embargo, solo podremos ser fieles para cumplir la misión que tenemos como Iglesia si nos comprometemos a acercarnos a las Escrituras de esta manera. Solo así podremos presentarle al mundo —que tantos “Jesuses” ha conocido— al verdadero Cristo, el incomparable.


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