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Batallando con el desaliento como esposa de pastor

Varios años atrás experimenté la aparición repentina de un gran desaliento. Me sorprendió y me asustó el hecho de que, a pesar de mis mejores intentos, no pude deshacerme de él por mis propios medios. No hubo forma. Una serie de circunstancias y relaciones difíciles hicieron que me sintiera perdida y sin esperanza en la iglesia en la que habíamos invertido tantos esfuerzos desde su plantación.

Estaba estancada, incapaz de encontrar una salida. Fue doloroso admitir que rápidamente me estaba convirtiendo en la persona en la que nunca me quise convertir: una esposa de pastor sin aliento y sin ilusión. Lo que aconteció después fue un tiempo de humillación personal, aunque también un tiempo muy poderoso, en el que pedí a Dios que arreglara el desastre que había en mi corazón.

Una de las primeras cosas que Dios me mostró fue mi profundo miedo a admitir la gran lucha que estaba teniendo con mi desaliento. La batalla parecía un fracaso tremendo, y estaba dispuesta a abandonarla. Mirando atrás, había tenido tanto miedo de las implicaciones del desaliento que me negué a reconocer sus pequeñas semillas, cuando aparecieron por primera vez años atrás. Mi reacción inmediata al encontrarme con esta emoción tan difícil fue ignorarla y seguir adelante.

Creía haber visto en mí una respuesta de perseverancia y autocontrol, pero en realidad me estaba escondiendo, negando la realidad. El miedo, el enojo, la desilusión y la tristeza se estaban acumulando, pero pensé que reconocer estas cosas sería peligroso ya que me estaría convirtiendo en una persona que se revolcaba en una autocompasión destructiva. No obstante, ignorar esos sentimientos en un intento de probar mi madurez y mi fortaleza era la causa primaria de mi desaliento.

Con el tiempo aprendí que las emociones no eran el enemigo, sino más bien eran una herramienta útil. Además, pude ver que procesar estas emociones a través de la verdad de las Escrituras —junto a hermanos sabios y piadosos— me llevó a ensimismarme menos, no más.

Las prioridades en orden

Aprendí a hacer del descanso y del cuidado personal una prioridad. Había pasado varios años viviendo como si el descanso fuera una gran idea para otros, pero no para mí. Tenía abundantes excusas para no tomarme un tiempo a solas o para no desarrollar el hábito de guardar el día de reposo. Pero la verdad era que no quería luchar contra las dificultades prácticas de hacer que estas cosas se dieran de forma consistente. No estaba dispuesta a confrontar mi productividad y la idolatría de mi reputación.

La invitación de Jesús en Mateo 11:28-30 fue un respiro de aire fresco. He adquirido una profunda comprensión de lo que significa descansar en los resultados de su obra en mí, en lugar de en mis propios esfuerzos. Estoy aprendiendo a ver el descanso como un regalo, y a buscar intencionalmente el estar fresca y saludable a través de la adoración, la soledad, el ejercicio y el tiempo libre. Hoy en día mis hábitos de descanso y mi cuidado personal son algunas de las primeras cosas que examino cuando siento al desaliento creciendo en mí.

Otra estrategia para batallar a través del desaliento es redescubrir, intencionalmente, las cosas buenas que pasan dentro de nuestra iglesia. Lejos de hacer un intento moralista de “mirar el lado bueno”, tuve un punto de vista más realista e integral de lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Estaba demasiado enfocada en las debilidades y los problemas de nuestra iglesia. Mientras tanto, y a pesar de esto, Dios aún estaba rescatando y restaurando personas. Algunos matrimonios estaban siendo transformados, los pobres y los marginados de nuestra comunidad estaban siendo amados y servidos, y las personas estaban creciendo en su amor por la Palabra de Dios y en su entendimiento del evangelio.

Experimenté una vez más el tremendo estímulo que proviene de escuchar y regocijarse en las historias de personas donde Dios hace lo imposible. Finalmente aprendí cómo el depositar toda mi seguridad en Cristo me permitió tomar riesgos en las relaciones una vez más. Dios no prometió que las relaciones en el ministerio iban a ser simples o que nunca dejarían mi corazón roto una vez más. Pero Él sí prometió que su amor y su gracia serían suficientes.

Fue una hermosa sorpresa ver las diversas formas en las que Él usó su iglesia para animarme. Ahora estoy más abierta a recibir amor y gracia de ellos. En general, he aprendido que luchar con el desaliento como esposa de pastor no es algo que deba temer o que deba manejar por mi propia cuenta. He experimentado la fidelidad de Dios. He visto cómo Él me ha sacado adelante en la lucha con el desaliento, mucho más de lo que yo he conseguido afrontándolo de puntillas y con miedo. Hoy estoy segura de que puedo llevar mi corazón desalentado directamente a nuestro clemente y misericordioso Dios. Él es más que grande, más que bueno y más que suficiente para manejarlo.

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