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Salmos 56-64 y Juan 17-18

Alma mía, espera en silencio solamente en Dios,
Pues de El viene mi esperanza.
Sólo El es mi roca y mi salvación,
Mi refugio, nunca seré sacudido.
En Dios descansan mi salvación y mi gloria;
La roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios.
(Salmos 62:5-7)

Michael J. Fox, conocido actor cinematográfico canadiense de 56 años, lleva más de dos décadas padeciendo el incurable mal de Parkinson. La forma en que ha enfrentado su enfermedad ha sido de ayuda a muchos que sufren ese mal. Él cuenta que estuvo por mucho tiempo “rumiando” su desdicha antes de poder enfrentarla y luchar para sacar adelante su vida y la de su familia. En una entrevista cuenta que una madrugada se levantó para escribir un inventario de su vida. Durante horas se enfrentó consigo mismo y con lo que estaba haciendo con su vida. Al día siguiente de esa autodeclaración, él pidió ayuda especializada para enfrentar su enfermedad. El resto, es historia conocida que todavía se está contando.

¿Alguna vez te has descubierto dándote aliento para poder enfrentar una situación difícil? Yo sí, y lo he hecho muchas veces. Me he dado ánimo, presionándome a mí mismo para no rendirme, buscando adrenalina a través de la llamada de atención personal. En el pasaje del encabezado encontramos a David también animándose a sí mismo, pero con una gran diferencia radical con la auto-motivación de Michael Fox. Su ánimo personal no estaba enfocado al aire, no descansaba en un mero pensamiento positivo, en empujarse a sí mismo a través de su propia autoestima o valía, sino que su arenga personal estaba enfocada en el sometimiento y conocimiento de un Dios personal al que reconocía presente y cercano.

David estaba fortaleciendo su alma a través de su propia retroalimentación espiritual de lo que conoce de Dios, con palabras como estas: “El día en que temo, Yo en Ti confío… En Dios he confiado, no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Sal. 56:3,4b). Sus palabras son una muestra de cómo también nosotros debemos enfrentar nuestros temores, armados con nuestro conocimiento de Dios basado en su Palabra.

Estoy convencido de que debemos poner en práctica este sano ejercicio espiritual olvidado, pero que aparece muchas veces como práctica de los hombres y mujeres de Dios en la Biblia. Les digo que está olvidado porque ahora tendemos a esperar que llegue alguien, quizás un experto, con las palabras adecuadas que necesitamos para mejorar nuestro ánimo o para no caer en las garras de la tentación. Sin embargo, la “auto-arenga” de David es una disciplina espiritual que nos fuerza a traer a la memoria nuestras convicciones más íntimas para que nos sirvan de ancla cuando las tormentas de la vida arrecian, y para que nos sirvan de viento cuando nuestras velas parecen paralizadas por falta de expectativas.

David vuelve a decirse, como predicándose mientras habla consigo mismo: “Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, Pues de El viene mi esperanza. Sólo El es mi roca y mi salvación, Mi refugio, nunca seré sacudido. En Dios descansan mi salvación y mi gloria; La roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios” (Sal. 62:5-7).

Sin embargo, no quiero engañarte… como les dije, esto no se trata de un pensamiento pseudo-positivo para casi mágicamente ver blanco lo que ya es negro. Todo lo contrario. Auto-arengarnos es simplemente recordar lo que Dios ha dicho acerca de sí mismo en su palabra, no inventándonos lo que nos gustaría que Dios debería decirnos. David expresa eso con claridad cuando dice, “Una vez ha hablado Dios; Dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder; Y Tuya es, oh Señor, la misericordia…” (Sal. 62:11,12a).

La “arenga espiritual” nada tiene que ver con el “piensa positivo” o el “reclama y recibe” de ciertos religiosos contemporáneos. Es testimonio extraído de la Palabra Viva de Dios, es el recordar la experiencia personal de comunión con el Señor que ha hablado y sigue confirmando sus palabras, es compromiso y sumisión con lo que Dios ha dicho y ha hecho. Es finalmente fe bíblica puesta a prueba de forma personal en los momentos más difíciles de la vida. Como David se dijo a sí mismo y en oración delante del Señor: “Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, Porque en Ti se refugia mi alma; En la sombra de Tus alas me ampararé Hasta que la destrucción pase” (Sal. 57:1).

¿Notaron ustedes las palabras activas de David? Él habla de su sumisión al Señor, de su confianza en que será recibido por Dios, habla de su decisión de ampararse bajo las alas del Señor. Ese primer acto de fe y confianza en oración se convierten en combustible para seguir confiando y seguir creyendo una y otra vez a pesar de lo que pueda estar viviendo.

Además, esta auto-arenga privada y personal demanda de nosotros un profundo y sincero acto de reflexión en la soledad de nuestra conciencia, comprobando si en realidad somos fieles, reconociendo una vez más que lo necesitamos y preguntándonos si es que acaso la fidelidad del Señor en algún momento nos ha faltado. David se ejercitaba así: “Oh Dios, Tú eres mi Dios; Te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de Ti, mi carne Te anhela Cual tierra seca y árida donde no hay agua. Así Te contemplaba en el santuario, Para ver Tu poder y Tu gloria… Mis labios Te alabarán… Cuando en mi lecho me acuerdo de Ti, En Ti medito durante las vigilias de la noche. Porque Tú has sido mi ayuda, Y a la sombra de Tus alas canto gozoso” (Sal. 63.1-7).

La vida íntima y espiritual de muchos cristianos contemporáneos difiere completamente de la vida íntima y espiritual que David nos muestra de forma tan potente en los Salmos. David tenía poderosas convicciones que fortalecían su corazón, pero los cristianos contemporáneos más que convicciones, lo que tienen son cuestionamientos, dudas existenciales, grandes interrogantes que los dejan perplejos ante la vida. Viven en una lucha infructuosa por tratar de convertir un diminuto hilo de seguridad en algo parecido a una fe difusa.

No importa cuán certeras sean las palabras de Dios, cuán elocuente sea lo que Jesucristo hizo a nuestro favor, cuán claro sea el llamado de Dios al arrepentimiento, lo que no existe es capacidad de reflexión, de profundización, de asimilación de lo que Dios ha dicho. Podría decir que lo opuesto a la actitud de arenga de David es la que presenta Pilato delante de Jesús al preguntarle: “‘¿Así que Tú eres rey?’, Le dijo Pilato. ‘Tú dices que soy rey,’ respondió Jesús. ‘Para esto Yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha Mi voz.’ Pilato Le preguntó: ‘¿Qué es la verdad?’ Y habiendo dicho esto, salió otra vez…” (Jn. 18:37-38).

Quizá Pilato no esperaba una respuesta; su escepticismo, sus prejuicios, y sus temores no lo dejaban ir más allá. Estuvo a solas con el mismísimo Hijo de Dios, con el maestro por excelencia, llegó a hacer la pregunta clave que solo Jesús hubiera podido contestar, pero desestimó esa posibilidad porque en realidad no le hizo la pregunta a Jesús, sino que se la hizo a él mismo.

“¿Qué es la verdad?” es la pregunta que todo hombre sincero desea descubrir. Esa es la verdad que necesita mi alma para poder vivir como lo hacía David. Una verdad a la que puedo recurrir y que nos sostendrá en los momentos más oscuros de nuestra vida. No puede ser “mi verdad”, ni “nuestra verdad”, ni la “verdad de la mayoría”, o la “verdad moderna”, sino LA VERDAD ETERNA (así, con mayúsculas). Esta VERDAD es absoluta, autoritativa, transparente, experimental, y confiable. Para nosotros los cristianos, la verdad está encarnada en la persona de Jesucristo. Conocerlo a Él y su obra salvadora nos hace libres y verdaderos discípulos.   

El drama humano es que las preguntas se repiten una y otra vez en nuestros corazones pero, como Pilato, no nos tomamos el tiempo para escuchar las respuestas de Jesús y menos para tratar de ponerlas en práctica. Jesucristo mismo, LA VERDAD, estuvo delante de él, pero su pregunta era sólo retórica y circular, una pregunta de la que no esperaba respuesta, sino sólo más divagación alrededor de su propia neblina humana. Porque lo cierto es que Jesucristo nunca ha dejado de responderle a nadie, aún las preguntas más extraviadas tuvieron palabras de verdad como respuesta por parte de Jesús.

La confianza absoluta e íntima de David está en completa oposición a la incredulidad activa de Pilato. El gobernador romano solo tenía preguntas sin respuesta para su alma, David tenía poderosas convicciones que no eran suyas, sino que salían de la Palabra de Dios. De allí que la arenga espiritual sea sinónimo de convicción basada en el conocimiento real que tenemos del Dios conocido que se ha revelado en su Palabra y que se manifiesta en nuestra oración: “A Ti se aferra mi alma; Tu diestra me sostiene” (Sal. 63:8).

¿Tu alma está llena de dudas o de convicciones? ¿Tienes reservas de Palabra de Dios en tu memoria y en tus recuerdos que sirva de combustible para ti en los momentos difíciles? Solo tú conoces la respuesta.

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