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Para un llamado tan glorioso como el matrimonio, el fundamento debe ser glorioso. Si el fundamento es temporal y cambiante, así será la relación.

Por eso Dios debe ser el cimiento de nuestros matrimonios. Él puede hacer que la unión matrimonial tenga sentido para nosotros, aunque envejezcamos, las obligaciones de los hijos cesen, y vengan las enfermedades. Para eso, cada cónyuge necesita disfrutar más a Dios, creciendo espiritualmente, para entonces compartir entre ellos lo que he llamado “intimidad espiritual”.

¿Cuáles son los obstáculos que impiden que podamos experimentar una mayor comunión con Dios? Me he propuesto presentar algunos a continuación:

1. Falta de fe

La falta de fe nubla nuestra visión espiritual, impidiendo que veamos a Dios en medio de nuestras circunstancias matrimoniales. De hecho, muchas veces la labor del enemigo es tratar ocultar a Dios de nuestros ojos.

Cuando somos retados en medio del matrimonio y sentimos que las cosas no van bien, la fe será necesaria para abrazar las promesas de Dios.

En Hebreos 6:11 leemos que “… sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que recompensa a los que Lo buscan”. Allí vemos dos elementos esenciales de la fe: Necesitamos creer que Dios es real y que es bueno. Esas son las dos columnas que sostienen la fe. Cuando una de ellas falla, se derrumba en nuestros corazones la confianza en el Señor.

2. Sentido de autosuficiencia

Juan 15:1-5 es un texto clave sobre esto:

“Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en Mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado. Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer”.

Si eso es así, ¿por qué a veces creemos que hay excepciones a esta palabra?

John Piper lo explica bien: “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él”. Dios está en el negocio de exaltar su gloria como el dador, y nosotros le exaltamos cuando estamos conscientes de nuestra necesidad de Él.

¿Qué tan grande es tu sentido de autosuficiencia? La manera más adecuada de responder a esta pregunta es examinando tu vida de oración. He descubierto con mi esposa que nuestra relación es mejor cuando oramos juntos, reconociendo continuamente que necesitamos a Dios. Hay retos en nuestra vida de fe que solo pueden ser superados si permanecemos unidos a Jesús mediante una vida de oración.

3. Deficiencia en amar y respetar

El amor bíblico nos capacita para dar y no para demandar (1 Cor. 13:-5). Hay mucho de Cristo que se refleja en un Espíritu de servir (Fil. 2:5-8). Eso es parte del amor. En el matrimonio, hay cargas que deben ser compartidas.

Un texto clásico sobre esto es Efesios 5:31-32:

“Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido”.

Cuando tenemos una relación fresca, ambas partes ejercen el deber de amar y respetar.

En Juan 8:4-11, Jesús nos muestra cómo el amor y el respeto hacia un pecador pueden ir de la mano. En ese pasaje, el Santo de Israel está frente a una mujer atrapada en adulterio. ¡No creo que pueda haber mayor contraste que este! Pero Jesús condenó el pecado de aquella mujer, sin condenarla a ella o faltarle al respeto.

Cuando nuestro cónyuge peque contra nosotros, debemos aprender a estar en desacuerdo con el pecado mientras respetamos a la persona. Como puedes ver, se trata de una línea delgada. Debemos ayudarnos, apoyarnos, y retarnos mutuamente en un clima de amor y respeto.

4. Falta de compromiso

Uno de los grandes obstáculos para el crecimiento espiritual es no abrazar y entender las promesas de Jesucristo.

En Jeremías 29:11-13 tenemos una muestra de la clase de promesas que hace Dios:

“Porque Yo sé los planes que tengo para ustedes,’ declara el Señor ‘planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza. Ustedes me invocarán y vendrán a rogarme, y Yo los escucharé. Me buscarán y Me encontrarán, cuando Me busquen de todo corazón”.

El gran problema del pueblo de Israel y el nuestro, es que tenemos el corazón dividido. Esto se refleja en falta de compromiso. Dios es demasiado grandioso para ser descubierto en su plenitud con una búsqueda deficiente.

¿Con cuánta pasión abrazamos las promesas de Dios para nosotros?

El deseo de agradar a Dios debe ser nuestra fuente suprema de motivación. Eso debe producir en nosotros una pasión real por buscarle, conocerle, disfrutarle, y obedecerle en medio del matrimonio.

5. Ira acumulada

En consejería pastoral he visto cómo —en la mayoría de los casos— las causas de los conflictos en el matrimonio no coinciden con lo dramático que parece la situación. Hay problemas que no deberían causar crisis en la relación, pero cuando los conflictos que deben ser ordinarios no son resueltos adecuadamente, se acumulan.

El texto obligado sobre esto es Efesios 4:25-27, en un contexto en el que Pablo habla de la transformación que el evangelio causa en el creyente:

“Por tanto, dejando a un lado la falsedad, hablen verdad cada cual con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo”.

Cada vez que usted deja una oportunidad abierta al enemigo, causada por la ira, usted crea un espacio para que él ataque su matrimonio. Por eso debemos aprender a ser prontos para resolver los problemas. Dios desea que practiquemos nuestros matrimonios el carácter que Él está formando en nosotros. Debemos sacar la ira del corazón.

6. Falta de perdón

En Marcos 11:25-26 leemos:

“Y cuando estén orando, perdonen si tienen algo contra alguien, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus transgresiones. Pero si ustedes no perdonan, tampoco su Padre que está en los cielos perdonará sus transgresiones”.

¿Significa esto que si no perdonamos a las personas, no seremos perdonados por Dios? Por supuesto que no. Los teólogos dividen entre lo que se llama un perdón inicial y un perdón de santificación. Cuando venimos a Dios con fe en Jesús, somos lavados con su sangre y tenemos un perdón inmediato. A partir de entonces, el asunto no es si somos salvos o no, sino si permaneceremos en comunión con Dios. Y para eso necesitamos perdonar a nuestro prójimo (incluyendo a nuestro cónyuge).

¿Cómo experimentaremos intimidad espiritual y deleite especial en Dios si no somos capaces de perdonar? La única forma de mantener fresca nuestra relación vertical, es si reflejamos a Dios en nuestra relación horizontal.

¿Qué tan fácil se te hace perdonar, sobre todo a tu cónyuge? Si es difícil para ti, la experiencia del perdón de Dios está siendo deficiente en tu vida porque Él está perdonando tus pecados todos los días. Su gracia es la motivación que nos hace prontos para perdonar. Así reflejamos el carácter de Dios.

Toda falta de perdón produce siempre un alejamiento, crea amargura en el corazón, afectando el gozo de la salvación y la vida matrimonial.

7. Falta de entendimiento en la lucha espiritual

Uno esperaría que una carta tan gloriosa como Efesios tuviese un final glorioso. Pero después de cinco capítulos en los que el apóstol Pablo habla de las maravillosas verdades de Dios, él concluye:

“Revístanse con toda la armadura de Dios para que puedan estar firmes contra las insidias del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes”, Efesios 6:11-12.

Allí podemos ver que nuestro mayor problema en el matrimonio no es nuestro cónyuge. Nuestra lucha no es contra gente, sino contra principados, potestades. Por tanto, la prescripción es tomar toda la armadura de Dios (v. 13).

La vida cristiana está concebida como una lucha espiritual y debemos prepararnos para batallar adecuadamente. Un soldado cristiano que, por ejemplo, no pasa tiempo en la palabra de Dios y tiene una vida de oración deficiente, no ha entendido la dimensión de esta batalla. Esta es una lucha que no podemos ganar en nuestras fuerzas.

Si la lucha del creyente es espiritual, y lo es, necesitamos buscar el rostro de Dios juntos en nuestros matrimonios. De esta manera podremos disfrutar intimidad espiritual para la gloria de Dios.


Imagen: Lightstock.
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