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No estoy seguro de que el cristiano promedio reconozca cuántas trampas hay en la predicación. Por supuesto, no necesitas ningún entrenamiento especial para reconocer cuando un predicador está realmente batallando con un sermón. Podemos sentir eso. Y cualquiera que tenga un poco de experiencia cristiana es consciente de que el orgullo puede ser una tentación para el predicador. De hecho, cuando el apóstol Pablo enumeró los requisitos para pastores, tomó nota especial del orgullo y las trampas de Satanás (1 Ti. 3:6).

Pero hay otros retos menos evidentes para la vida del predicador. Tomemos por ejemplo, la confianza. Sospecho que la mayoría de los predicadores luchan regularmente por poner su confianza en el lugar correcto cuando se trata de su predicación. Tal vez sea solo yo, pero probablemente no estoy solo. Me parece que es fácil para el predicador confiar en sí mismo, incluso cuando no tiene la intención de hacerlo.

Aquí cinco cosas en las cuales no confiar.

1. No confíes en tu preparación

Esto es engañoso. Creo en la preparación. La predicación es un trabajo duro, y un hombre perezoso no debería hacerlo. Además, una buena preparación puede y debe producir un cierto tipo de disposición y confianza.

Pero nunca debemos confiar en nuestra preparación como si fuera suficiente para la predicación. Nunca debemos descansar en nuestra exégesis, nuestro descubrimiento homilético, o nuestro tiempo en los comentarios. Todos eso es necesario, pero puede fallar.

2. No confíes en tu condición espiritual

A veces, un predicador puede mirar hacia el bienestar de su propia alma. Si las cosas van bien en su alma, tiende a creer que es posible que las cosas vayan bien con la predicación. Así que la devoción personal se convierte en un tipo de preparación en la que confiamos. Y de esa manera el predicador se convierte en una especie de “cristiano profesional”. 

Pero ¿qué pasa con las estaciones secas del predicador? Si caemos en confiar en nuestra condición espiritual, entonces es probable que nuestras estaciones secas nos hagan menos seguros en el púlpito y más dudosos acerca de nuestra labor. Pero Dios usa a un Elías deprimido o a un Jeremías en llanto con tanta eficacia como usa a un apóstol que se regocija en una cárcel de Filipos. Debemos tener cuidado de nuestras propias almas (1 Tim. 4:16), pero no debemos confiar en el reporte cuando se trata de nuestra predicación.

3. No confíes en tus dones

Podría estar equivocado, pero parece que confiar y enfatizar los “dones” de otro se ha vuelto más popular en la última década. Se oye a menudo: “Él es tiene un don especial” o “Él es un predicador con tanto talento”. ¡Alabado sea el Espíritu Santo por dar personas con talentos dones a la Iglesia (Ef. 4:11)!

Sin embargo, la excesiva dependencia de los “dones” ha llevado a algunos hombres a no preparase lo suficiente o ignorar el estado de sus almas. Una multitud de pecado puede ser cubierto bajo los “dones”, y algunas iglesias pueden llegar a preferir “hombres dotados” en lugar de hombres piadosos. A pesar de que nuestros dones pueden hacer espacio para nosotros ante reyes (Prov. 18:16), nuestros dones no pueden soportar el peso del evangelio y del ministerio de la predicación. No confíes en ellos; administralos.

4. No confíes en tu inspiración

Para mi esto es difícil de expresar. Pero a veces los predicadores encuentran un punto en el texto, una idea o aplicación poderosa, y comienzan a confiar en ese “¡ajá!” en su predicación. Es increíble cómo una idea puede abrumarnos durante la preparación del sermón y comenzamos a pensar, ¡esto será poderoso! Construimos nuestro sermón alrededor de ese punto, a veces perdiendo de vista el texto mismo. En el momento de la predicación, construimos nuestro camino hacia esa idea como una especie de frase clave que confiamos soportará el sermón entero.

Pero las personas no necesitan nuestras ideas; necesitan la Palabra de Dios. Y a veces esas ideas son realmente solo para el predicador, el Señor rompe la monotonía de nuestra preparación para ¡hablarnos a nosotros los predicadores! No confiemos en nuestras ideas más de lo que confiamos en la simple explicación y aplicación de la Palabra de Dios.

5. No confíes en los comentarios de las personas

Tal vez los momentos más peligrosos en la vida de un predicador son esos 20 minutos saludando a las personas a medida que salen del servicio. Se intercambian sonrisas, las manos se agitan, se dan peticiones de oración, se cuentan chistes, y se da retroalimentación. La forma en cómo el predicador maneja las retroalimentaciones es determinante. La retroalimentación crítica puede aplastar. La retroalimentación positiva puede inflar. Todo, desde el abatimiento hasta el orgullo, crece allí mismo en la puerta de la iglesia. Las personas tienen buenas intenciones. Su aliento es con la intención de ayudar. Incluso los comentarios desalentadores, cuando se ven correctamente, a menudo tienen el propósito de fortalecer. Tenemos que aprender de todo y seguir sirviendo en amor.

Pero la única cosa que no debemos hacer es confiar en los comentarios después del sermón como una medida final de lo fiel o efectiva que es nuestra predicación. No predicamos (¡o no deberíamos!) por un “amén”. No predicamos (¡o no deberíamos!) en el temor del hombre. No pensamos (¡o no deberíamos!) que esos pocos comentarios (y son pocos) representan la totalidad de la iglesia o la totalidad de la obra de Dios. El Maestro realiza su plan mucho más allá de la vista de los hombres. Así que no debemos, finalmente, confiar en los comentarios de nuestro pueblo, o incluso nuestras propias evaluaciones.

Dónde poner nuestra confianza

En el análisis final, en nuestra lucha para poner nuestra confianza en el lugar correcto, tenemos que tomar nuestras notas de la misma Palabra de Dios. De los muchos textos que se podrían citar, permíteme sugerir dos pasajes bien conocidos.

Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelven allá sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié (Isaías 55:10-11).                

Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento. Porque fragante aroma de Cristo somos para Dios entre los que se salvan y entre los que se pierden; para unos, olor de muerte para muerte, y para otros, olor de vida para vida. Y para estas cosas ¿quién está capacitado? Pues no somos como muchos, que comercian con la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo (2 Corintios 2:14-17). 

Isaías nos recuerda que la Palabra de Dios lleva a cabo lo que le complace. No volverá nula o vacía o inefectiva. ¡Eso es una buena noticia para el predicador! Deje que la Escritura haga el trabajo. En la batalla por poner nuestra confianza en el lugar adecuado, pongamos nuestra confianza en la Palabra de Dios.

Pablo nos recuerda que debemos también poner nuestra confianza en el Dios de la Palabra. No somos suficientes para predicar a Cristo por nosotros mismos. No somos suficientes para interponernos entre los aromas de la competencia de la muerte y la vida, entre los que perecen y los salvados. Y si lo intentamos, podemos encontrarnos “vendedores ambulantes de la Palabra de Dios”. En lugar de eso, clamamos: “¿Quién es suficiente para estas cosas?” y respondemos, “¡Solo Dios!”. Solo tenemos que ser “hombres sinceros” quienes “con la visión de Dios… hablan en Cristo”. Él es nuestra fuerza, nuestra suficiencia, y nuestra esperanza.

Hermanos, confiemos en la Palabra de Dios y en el Dios de la Palabra, no en nosotros mismos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Addis Álvarez.
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