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Públicamente, mi papá fue uno de los grandes pastores de su generación. Sirvió de manera notable durante veinte fructíferos años en Lake Avenue Congregational Church en Pasadena, donde John y Noël Piper adoraron durante sus días en el seminario Fuller. Papá y John eran amigos muy cercanos.

En privado, mi papá era el mismo que en público. Solo había un don Ray Ortlund, un auténtico cristiano. La distancia entre lo que vi en el Nuevo Testamento y lo que vi en mi papá era corta. Era el hombre más parecido a Cristo que he conocido, la clase de hombre y el tipo de padre que anhelo ser.

Sin ningún orden en particular, aquí diez lecciones sobre ser papá que aprendí al mirar a mi padre, con cada lección vivida a partir de los recuerdos de su cuidado por mí.

1. Nunca estaba demasiado ocupado

Mi padre era un pastor muy ocupado, pero nunca estaba demasiado ocupado para mí. Cuando sentía que no había tenido tiempo suficiente conmigo, decía: “Hey Bud, ¿quieres faltar a la escuela mañana e ir a la playa?”. ¡No tardé mucho en estar de acuerdo con eso! Así que nos fuimos. Surfeamos, hablamos, y nos divertimos juntos. Al día siguiente escribió una nota a la escuela para explicar mi ausencia, y cuando la llevé a la oficina del director, tacharon mi ausencia de “inexcusable”. Supongo que la razón no contaba; un padre que quiere ponerse al día con su hijo. Pero a papá no le importaba. Era yo quien le importaba. Y yo lo sabía.

2. Era un hombre de la Biblia

Mi papá se dedicó de todo corazón a Jesús. En mi cumpleaños numero diecisiete, él y mi mamá me dieron una Biblia nueva. En la página de enfrente escribió lo siguiente:

Bud,

Nada es mayor que tener un hijo, un hijo que ama al Señor y camina con Él. Tu madre y yo hemos encontrado en este libro nuestro tesoro más querido. Te lo damos, y al hacerlo no podemos darte nada mejor. Sé un estudiante de la Biblia y tu vida estará llena de bendiciones. Te amamos.

Papá

9/7/66

(Filipenses 1:9-11)

Cuando leí eso, sabía que mi padre decía cada palabra en serio. Él era un hombre de la Biblia, y la bendición de la que escribió era obvia en su propia vida.

3. Siempre alabó a Dios

Cuando crecía, la mayoría de las mañanas no necesitaba un reloj despertador. Me despertaba con el sonido de mi papá a través del pasillo, cantando en la ducha. Todas las mañanas, a todo pulmón y de manera alegre, cantaba este himno:

Cuando la mañana cubre de oro los cielos, 

Mi despabilado corazón clama:

¡Que Jesucristo sea alabado!

Bien en el trabajo o en la oración,

A Jesús yo clamo:

¡Que Jesucristo sea alabado!

Muchos hombres no son transparentes. No tengo ni idea de lo que creen. Pero con mi padre nunca me cuestioné sobre qué le importaba más, o sobre lo que buscaba en la vida. Ni una sola vez. En lo absoluto. Ni siquiera un poco. Él nunca mantuvo un bajo perfil de la vida. Jesús era demasiado maravilloso para él. Alabó al Señor a lo largo de su vida, en público y en privado, de una manera clara y maravillosa que no podía ser ignorada.

4. Él me animó

Mi papá me dio la libertad para que yo pudiera cumplir el llamado de Dios en mi vida. Me guió de manera apropiada, por supuesto, pero nunca se aferró a mí con temor, ni esperaba que yo siempre viviera cerca. Todo lo contrario. Me instó a seguir a Cristo en cualquier lugar. De vez en cuando me daba este discurso: “Escucha, hijo. Los cristianos de corazón medio son los más miserables de todos. Saben lo suficiente acerca de Dios como para sentirse culpables, pero no han ido lo suficientemente lejos con Cristo para ser felices. ¡Sé completamente incondicional a Él! No me importa si eres un excavador de zanjas, siempre y cuando ames al Señor con todo tu corazón”.

No le impresionaba el éxito del mundo, o el asistir a las escuelas correctas, y toda esa pretensión y falsedad. Él quería algo mejor para mí, algo que tenía que encontrar por mi cuenta. Pero nunca dudé de la urgencia con la que deseaba para mí un claro llamado de Dios en mi vida. Y lo recibí, en parte porque mi papá no se inmiscuyó en él, sino que me animó a seguir al Señor por mi cuenta.

5. Caminaba verdaderamente con Dios

Recuerdo bajar temprano una mañana y caminar a donde mi padre, en la sala de estar. Allí estaba, de rodillas, con el rostro enterrado en las manos, absorto en silenciosa oración. Él no sabía que había alguien más allí. No era teatro. Era real. Mi papá tenía un verdadero caminar con Dios. Nunca se me ocurrió preguntarme si Jesús era el Señor de su corazón y de nuestro hogar. Papá amaba el evangelio. Él sirvió a la iglesia. Dio testimonio a nuestros vecinos. Incluso entregó el diezmo cuando no tuvo dinero para hacerlo. Marcó la pauta en nuestra casa, y nuestro hogar fue un lugar de alegría, honestidad, y consuelo. Jesús estaba allí.

6. Me enseñó teología en el patio

Un día, cuando yo tenía once o doce años, mientras estábamos haciendo trabajos de jardinería afuera —no recuerdo el contexto— mi papá se detuvo, me miró a los ojos y dijo: “Sabes, Bud, antes de que el tiempo empezara, Dios te escogió”. Yo lo miré perplejo. ¿El Dios Todopoderoso pensó en mí, un ser minúsculo? ¿Desde ese entonces? Me sentí tan amado por Dios. Años más tarde, cuando comprendí mejor la doctrina de la elección, no tuve problema con ella. Me encantó. Mi papá había comenzado mi educación teológica desde mi infancia durante nuestra conversación cotidiana.

7. Nos amaba cuando no era fácil hacerlo

Mi madre, una noche antes de que papá llegara a casa, me dijo que él practicaba algo todos los días. Trabajaba duro durante todo el día y llegaba cansado a casa. Así, mientras subía los escalones de la escalera, antes de extender la mano para abrir la puerta trasera de casa, levantaba una sencilla oración a Dios: “Señor, necesito algo de energía extra en este momento”. Y Dios respondía a esa oración. Nunca vi a mi papá entrar a casa sin emoción positiva para dar. Más bien se acercaba a mi mamá, la besaba con un beso enorme, y luego se volvía hacia mí y me decía: “¡Vamos, Skip, vamos a luchar!”. Y nos íbamos a la habitación del frente a luchar en el suelo, junto con una explosión de cosquillas y risas. Día a día, la realidad de Dios en el corazón de mi papá le daba energía para amar a su familia cuando no era fácil.

8. Me ayudó a amar a la iglesia

El hecho de que papá fuera pastor me hizo “el hijo del pastor”, obviamente. De vez en cuando la gente bien intencionada de la iglesia me decía cosas tontas, como si tuviera que ser perfecto o superior o algo que ellos esperaban. Así que papá me dijo: “Hijo, cuando la gente dice cosas así, no tiene intención de dañarte. Pero no es justo. No se dan cuenta de eso. Quiero que lo sepas, y trata de ignorarlo”.

Papá tenía altos estándares de la vida cristiana. Pero era lo suficientemente sabio como para saber que un niño de diez años sigue a Cristo de una manera diferente a la de un niño de cuarenta años. Era realista y compasivo. Me dio permiso para ser un niño cristiano. Y él es la principal razón terrenal por la que amo a la iglesia hoy. Él me mostró, sabiamente, cómo la vida de la iglesia no necesita ser opresiva.

9. Vivió su fe de manera simple y práctica

Papá me enseñó a caminar con el Señor de manera práctica. Por ejemplo, una declaración que estableció como una a seguir diariamente fue la siguiente:

Mi declaración de fe mañanera

Creo que hoy:

  1. Dios está dirigiendo soberanamente mi vida mientras me entrego a Él, y que Él me ama incondicionalmente, y yo lo amo y lo pongo primero en mi vida.
  2. Cristo es mi Señor y maestro, y busco permanecer en Él y hacer su voluntad inmediatamente y correctamente.
  3. El Espíritu Santo es mi amigo, maestro, y guía, que abrirá y cerrará puertas hoy y me llenará de sí mismo para hacerme un servidor eficaz.
  4. Ahora encomiendo mi esposa y mi familia al Señor, quien los ama tanto como a otros a quienes amo. Ellos también están bajo su cuidado soberano.
  5. Salgo teniendo una fe audaz, y me relajo en el Señor, disfrutando este día dado por Él. Confío en que Él me usará hoy.

Era simple, pero válido. Papá ejemplificó cómo hacer accesible y práctico el cristianismo diario.

10. Me dijo que el ministerio no lo es todo

Ser un “hijo de pastor” era a veces difícil, como ya he mencionado. Lo que me hizo sobrellevar esta dificultad fue el amor de mi padre por mí, y mi admiración por él. Yo lo amaba profundamente. Aun lo hago. Incluso mientras escribo esto, se me hace un nudo en la garganta. Lo extraño tanto. Ser el hijo de un pastor piadoso fue un privilegio sagrado que me fue dado como un regalo de Dios mismo. Mi respeto por mi papá y su atracción personal —el verdadero cristianismo que vi en él, la belleza con la que sirvió como pastor, incluso cuando sufrió— el impacto personal de todo esto fue que crecí para honrar el ministerio pastoral. Y hoy, yo mismo me regocijo en ser pastor. Lo que me lleva a mi escenario final.

Temprano el domingo 22 de julio del 2007, mi papá se despertó en su habitación de hospital en Newport Beach. Él sabía que finalmente el día de su liberación de esta vida había llegado. Le pidió a la enfermera que llamara a la familia. Ese día mi esposa Jani y yo estábamos lejos, en Irlanda, por asuntos ministeriales. No sabíamos lo que estaba sucediendo en casa. Pero la familia se reunió alrededor de la cama de papá. Leyeron la Escritura. Cantaron himnos. Papá dio una bendición patriarcal y una amonestación personal a cada uno, un mensaje adecuado para alentar y guiar. Él pronunció sobre ellos toda la bendición de Aarón: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y te dé paz” (Nm. 6:24-26).

Y luego, en voz baja, durmió.

Más tarde le pregunté a mi hermana sobre el mensaje de papá para mí. Fue este: “Dile a Bud: el ministerio no lo es todo. Jesús lo es”.

Las últimas palabras de mi padre resumieron su vida como padre, y su vida entera.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Omar Jaramillo.
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