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“Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento. Porque nada hemos traído al mundo, así que nada podemos sacar de él. Y si tenemos qué comer y con qué cubrirnos, con eso estaremos contentos” (1 Timoteo 6:6-8).

Vivimos en una sociedad llena de descontento. Nos sentimos descontentas con nuestro trabajo, sueldo, nuestros matrimonios, la iglesia, la salud, nuestra apariencia (si tan solo tuviera menos arrugas…) y en casi cada área de nuestras vidas. Esta falta de contentamiento es producto del pecado en nosotras. Con el descontento viene la queja; y con la queja, el enfado; y con el enfado la amargura. El contentamiento, ya lo decía Jeremiah Burroughs hace casi 400 años, es “una joya rara”, sin embargo es una de las virtudes cristianas más importantes.

Qué es el contentamiento

El contentamiento cristiano no es algo natural en el ser humano, pero Dios nos manda a vivir en contentamiento. Cuántas veces oímos e incluso yo misma las he dicho, expresiones como “¡qué le vamos a hacer!”, “no hay más remedio”. Pero esto no es contentamiento: es resignación o fatalismo. El contentamiento cristiano tiene que ver más con la aceptación. Es reconocer que Dios ve y está en control de todo lo que pasa en mi vida y en toda la creación, y por lo tanto, implica que acepto con paz y serenidad cualquier circunstancia que llegue a mi vida, sea buena o mala, porque no hay nada que ocurra que sea fuera de su voluntad para mi vida, la cual, en Cristo, es siempre buena, agradable, y perfecta.

Contentamiento es estar por encima de las circunstancias, no estar ligado a los acontecimientos o problemas. Podemos estar llorando por la muerte de un ser querido y a la vez tener contentamiento, paz y gozo, porque sabemos que todo está dentro del plan divino y perfecto de Dios. Como dijo el médico Paul Tornier: “Lo que nos hace felices o desdichados no son las circunstancias, sino nuestra actitud ante ellas”.

Todo lo podemos en Cristo

Quizás estés pasando por circunstancias muy difíciles en tu vida, pero permíteme recordarte al apóstol Pablo, quien recibió azotes sin número, estuvo prisionero varias veces, fue apedreado, padeció tres naufragios, estuvo en peligro muchas veces, en ríos, a manos de ladrones, peligros de dentro y de fuera de las iglesias, peligros en el desierto, en el mar, enfrentándose a falsos maestros, trabajando duramente, sufrió muchos desvelos, pasó hambre y sed, frío, desnudez y tenía su aguijón en la carne que no le fue quitado (2 Co. 11:23-29).

No creo que podamos compararnos con él, sin embargo, él pudo decir estas palabras inspiradoras y de tanto ánimo para nosotras como creyentes. Para él no era solo teoría, sino que Él las pudo experimentar en su propia vida: “No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).

El contentamiento cristiano tiene su raíz en Cristo. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”: la preposición es en, no es con o junto a, sino en Cristo. Por lo tanto, empieza con una relación, es una unión con Cristo permanente. No es algo esporádico, emocional o pasajero, es estar en Cristo. Ahí empieza el verdadero contentamiento. “Todo lo puedo” implica que Cristo nos da una fortaleza que no es humana, sino espiritual, y esa fortaleza es el poder de estar por encima de las circunstancias. Cualesquiera que sean y por duras o difíciles que sean, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Ro. 8:37).

Viviendo en contentamiento

Ya hemos afirmado que la fuente del contentamiento está en Cristo y todo verdadero creyente tiene a Cristo, por lo tanto, todo cristiano debe y puede vivir en contentamiento ya que Jesús lo ha hecho posible a través de su muerte y resurrección. La mayor razón por la que podemos vivir en contentamiento es porque nuestras vidas fueron libradas, en Cristo Jesús, del peor de nuestros problemas: la paga de nuestro pecado. Entonces ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¡Nada! ¡En Él estamos seguras!

Ahora, ¿cómo podemos poner en práctica una vida de contentamiento? Para empezar tienes lo principal, a Cristo y su poder en ti, pero podemos sacar algunas enseñanzas prácticas del ejemplo de Pablo:

1. Aprende a contentarte. El apóstol dijo “he aprendido a contentarme” “por todo estoy enseñado”. No aprendemos a vivir en contentamiento de la noche a la mañana: va creciendo en la medida en la que vamos confiando en que Dios tiene control de toda nuestra vida y de todos los acontecimientos que nos ocurran.

2. Busca el contentamiento más allá de la escasez o la abundancia. Dios no nos ha prometido riquezas y bienestar en este mundo. Pablo dijo que sabía vivir en escasez y en abundancia. Daba igual la situación en la que se encontraba, su gozo, su contentamiento no estaba basado en la cantidad de bienes o comodidades que pudiera disfrutar en este mundo. Tanto si tienes mucho como poco, dale gracias a Dios por ello, porque tu contentamiento está en Él y en la salvación que te ha regalado, y no en los bienes materiales.

3. Cuídate de la avaricia. Ya sabemos que la avaricia es un pecado peligroso: “Pero los que quieren enriquecerse  caen en tentación y lazo  y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores” (1 Tim. 6.9-10). Teniendo lo suficiente para cubrir todas tus necesidades, conténtate con ello.

4. Responde en obediencia. El contentamiento no es solo una virtud: es un mandato. Debemos estar contentas con lo que tenemos y con las circunstancias en las que vivimos. Echa fuera de tu vida toda queja, que es lo contrario al contentamiento.

5. Confía en la providencia de Dios. El apóstol Pablo tenía una confianza plena en la soberana providencia de Dios. Pablo estaba en prisión cuando escribió que había aprendido a contentarse cualquiera que fuese su situación. Estaba en necesidad, en escasez, sin libertad, sin comodidades, pero sabía que Dios estaba controlando cada situación en su vida, y no tenía temor de nada, ya sea que viviera o que muriera, él era del Señor. Todo lo que Dios hace o permite en nuestras vidas es para su propia gloria y para nuestro bien espiritual (Ro. 8:28)

6. Vive por encima de tus circunstancias. Pablo vivía por encima de las circunstancias que le tocaron vivir, sabes ¿por qué? Porque su mirada no estaba en este mundo sino en la gloria venidera, en las promesas eternas, “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). ¿Dónde está puesta tu vista?

7. Predícate el evangelio cada día. Porque se nos hace bien fácil olvidar dónde está nuestra confianza y dónde están nuestras riquezas, recuérdale cada día a tu alma que tu vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3).

El contentamiento no es la ausencia de problemas, sino una actitud de aceptación, de tranquilidad y paz en medio de los problemas. Y eso solo lo puede dar Dios por medio de su Hijo Jesucristo. Es por Él y solo en Él que podemos tener y vivir en contentamiento.

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