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Números 34 – 36   y   Romanos 5 – 6

“Y no contaminaréis la tierra en que habitáis, en medio de la cual yo moro, pues yo, el SEÑOR, habito en medio de los hijos de Israel”, Números 35:34.

 Aunque en cierta forma, hemos perdido el sentido de vecindario, con todo, los que alguna vez disfrutamos del ambiente de algún tipo de vecindad entendemos el disfrute que trae consigo la comunión social con familias que comparten con nosotros un pequeño territorio. Yo disfruté de mi vecindad adolescente. En una sola cuadra jugué, compartí, practiqué deportes, discutí y me relacioné con amigos que hoy recuerdo con nostalgia y verdadero cariño. No solo eso, sino que las personas que me rodearon, ejercieron una fuerte influencia en mis decisiones, en mi forma de ver la vida y en lo que definitivamente soy ahora. Y algo de mí debe también haber quedado en ellos.

Ahora, ¿qué pasaría si uno de nuestros vecinos afincados en medio de nuestro condominio es el mismísimo Dios Todopoderoso? No hay duda que no pasaría desapercibido. Justamente, esa es la gran promesa del Dios de los cristianos: Jesucristo, el Hijo de Dios, no quiso simplemente gobernar desde las alturas celestiales, sino que, decidió avecindarse para siempre en medio de la humanidad. Hace dos mil años atrás tomó la decisión de venir a la tierra y mostrarse en amor para con los hombres y conocer de cerca sus éxitos y también considerar sus tremendos fracasos.

Su llegada al vecindario marcó un cambio tremendo entre la comunidad humana. Nada volvió a ser igual. El impacto de la presencia de Jesucristo, su ejemplo y sus palabras hicieron que cientos de millones de personas cambiaran completamente sus vidas. Jesús comprendió que andábamos en problemas y que necesitábamos una nueva orientación. Evaluó la situación, y decidió que nosotros solo podríamos vivir en la medida que Él compartiera su vida con la humanidad. Y lo hizo: “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, Romanos 5.8.

El impacto de su presencia y su obra permanecen en el tiempo no solo por su grandeza, como se recuerda y conmemora las epopeyas de los grandes hombres de la antigüedad ya fallecidos, sino que cada una de sus promesas siguen siendo viables debido a que Él todavía sigue con nosotros y cada día personalmente nos garantiza la posibilidad de poder seguir viviendo una vida transformada porque Él está aquí, vivo y poderoso para socorrer e implantar de su vida a todos los que se lo pidan: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El, sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre El. Porque por cuanto El murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios”, Romanos 6:8-10.

Hoy en día mucha gente va a Tierra Santa a conocer el vecindario de Jesús. Visitan lugares, iglesias y restos arqueológicos que son del tiempo en que Jesús nació y compartió sus primeros años de ministerio público. Ahora se han convertido en lugares sagrados el despreciado pesebre y el temido lugar de la crucifixión. Pero estaríamos verdaderamente equivocados si quisiéramos encontrar a Jesús, o su recuerdo, en medio de esas piedras antiguas. En la actualidad, Él está avencidado en Nueva York, en medio de los rascacielos, pero también en Calcuta, al lado de los desvalidos. Conoce cada persona que vive en Manhattan y también se relaciona muy bien con los Ticunas de la selva peruana. Cientos de millones de personas en todo el mundo están seguros que Jesús vive con ellos y pueden dar fe de los pasos de Jesús en medio de sus comunidades. Sí, Él es nuestro vecino pero también es nuestro Señor. Consideremos sus palabras y acerquémonos a Él con confianza buscando su protección… Él todavía no se ha cambiado de vecindario.

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