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En 2009, mi esposa y yo miramos alrededor nuestro y no vimos nada, solo gente perdida, millones de ellos. Estábamos en Mosul, Irak, y la realidad del evangelio se agolpaba en nuestros corazones como nunca antes. No sabíamos lo que íbamos a hacer, pero sabíamos que teníamos que hacer algo. El Señor nos llamó a la Cuenca Alta del Amazonas.

Después de tres años y medio de servicio, decidimos volver a casa sin haber completado la misión. El grupo de personas que nos propusimos alcanzar con el evangelio de Cristo todavía no ha sido alcanzado. Todavía están muertos en sus pecados y en la gran necesidad de un Salvador. Estábamos quebrados; absolutamente destrozados. Se siente como si hemos fallado.

Nadie va a escribir un libro acerca de nosotros. La gente no contará nuestra historia en conferencias misioneras. Probablemente no seremos invitados a ir y compartir en las iglesias, o a hablar con los futuros misioneros sobre las claves del éxito en las fronteras. Nos vamos a casa, amoldándonos a una rutina normal del trabajo y de la vida – y lamiendo nuestras heridas por ahora.

Dimos todo para la misión. No voy a entrar en detalles aquí, ni voy a hacernos parecer como mártires. Me limitaré a decir que hemos calculado el costo de las misiones como una familia en todas las formas imaginables, desde las finanzas hasta nuestra salud (física, emocional y espiritual).

¿Valió la pena?

Yo me pregunto: “¿Valió la pena?” Mi teología dice: “¡Sí! ¡Sí, sí, sí! ¡Mil veces sí!” Las Escrituras me dicen que:

Tengo que perder mi vida con el fin de encontrarla. (Mateo 16:25)

Tengo que considerar el costo de servirle. (Lucas 14:25-33)

El éxito no siempre es lo que pensamos que es, y el sembrar la semilla es tan importante como el riego y la poda de la rama. (1 Corintios 3:6-9)

El dolor es temporal, y no es nada en comparación con la gloria. (2 Corintios 4:17-18)

La Palabra de Dios no volverá a Él vacía, pero siempre hace su trabajo. (Isaías 55:11)

Pero en medio de este quebrantamiento, la capacidad de creer estas cosas en la profundidad de mi alma no es como debería ser. La santificación, al nivel del corazón, es aprender a creer con nuestros corazones las cosas que sabemos que son verdad en nuestras cabezas. Es más fácil hacerlo cuando Dios nos está dando una gran paz, gozo y éxito. Pero cuando nos está usando para su gloria, haciéndonos conductos del quebrantamiento, la conexión de la teología con la realidad puede parecer desvanecerse en el olvido.

Dios completará Su misión

Estoy agradecido de ser miembro de una iglesia saludable que le recordará a mi familia y a mí de esa verdad. Como cristianos, la presencia del cuerpo es crucial en momentos como estos.

Necesitamos ser abrazados, que lloren con nosotros, que nos prediquen, y que nos den recursos para ayudarnos a empezar otra vez. Es por esto que el cristianismo no es un viaje para tomárselo solo. Por eso Jesús nos salva como parte de su novia.

Cuanto más se preocupa la iglesia por mi familia, más profundo es el dolor que sentimos por los pueblos de la Cuenca Alta del Amazonas que todavía no tienen una. Pero cuanto más nos fijamos en la Palabra de Dios, más confianza tenemos en que la misión de Dios aún será completada, a pesar de que ahora sabemos que eso significa que esta iniciativa particular, se completará sin nosotros.

Las misiones “ya/aun no

Sabemos que Dios reunirá a todos sus hijos para sí y van a morar con él para siempre. Sabemos esto. Y como es el caso de muchos otros aspectos de la fe cristiana, hay una realidad “ya/aun no” en juego. El libro del Apocalipsis nos muestra a lo que ese “ya” se parece:

Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre redimiste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9).

¿Lo ves? Está hecho. Está terminado. La muerte de Cristo en la cruz que expió nuestros pecados, es nuestra garantía de que la misión se ha completado. Creemos en esta promesa porque se basa en nada menos que en el mismísimo corazón del evangelio: la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo.

El “ya” está ahí, y es glorioso. El “aun no”, sin embargo, es típicamente mucho más desordenado. Hay malaria. Los niños mueren. Las cuentas bancarias tocan fondo. La salud se debilita, las emociones son tensas, la depresión se establece y —a veces— parece que el éxito está a un millón de millas de distancia.

Pero incluso en este caso, Dios será glorificado. Como dice John Piper, “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en él —en medio de la pérdida, no de la prosperidad—”. Porque creemos en el “ya”, podemos aceptar más fácilmente, y con alegría el desorden del “aun no”.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Gimena Molina.
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