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Una fórmula simple para una predicación eficaz

Es algo increíble que el Dios que trajo al mundo a la existencia con su voz ha hablado a su pueblo en un libro. Piensa en eso. El Dios invisible se ha revelado a sí mismo a través de los escritos de hombres que fueron movidos por el Espíritu (2 Pe. 1:19-21). ¡Cuánta gracia! Si esto no te asombra, por favor no te conviertas en un predicador.

Una convicción fascinante de que la Biblia es la comunicación directa y personal de Dios con su pueblo es la fuente principal de la predicación efectiva. De hecho, el hombre que responde a un llamado a predicar se compromete con una gran responsabilidad que debe ser atada con temor santo. No es algo que deberíamos tratar a la ligera.

Esto no es un juego

Practiqué un poco de boxeo amateur cuando estaba en mis veintitantos. El gimnasio donde entrenaba estaba en un campus universitario, y con cada nuevo año escolar un desfile de rostros jóvenes frescos vendrían a través de la puerta con ganas de “darle a este deporte una oportunidad”. Muchos de ellos habían visto a Mike Tyson, Roy Jones Jr., o repeticiones de Muhammed Ali, y el boxeo les parecía divertido.

Aquellos de nosotros que habíamos estado ahí por un buen tiempo disfrutábamos de manera especial cuando los fisicoculturistas llegaban pavoneándose. Estoy seguro de que nuestros motivos no eran muy buenos, pero nos parecía gracioso cuando ellos asumían que sus brazos abultados, pectorales cincelados, y abdominales “de lavadero” los harían al instante temibles en el ring.

No lo hicieron, y ellos no lo eran. Algunos de ellos simplemente eran impacientes; no estaban dispuestos a invertir el tiempo necesario para aprender lo básico. Esos eran los chicos que solo querían ponerse unos guantes, treparse a través de las cuerdas, y comenzar a entrenar. Y en mi arrogancia juvenil, yo estaba más que dispuesto a complacerlos.

Por lo general, después de un par de minutos empezaban a darse cuenta de que, sin la formación adecuada y la habilidad, los músculos grandes no significan mucho en el boxeo. No es algo con lo que juegas, cualquiera que sea tu físico. El boxeo es un asunto serio. Si no sabes lo que estás haciendo, puedes salir lastimado.

La predicación también es un asunto serio. No es un juego. Por un lado, realmente puede ayudar a la gente. Pero la predicación que no ha sido formada por la sabiduría bíblica, una exégesis fiel, y la habilidad homilética puede causar un daño masivo. Entrar al ring sin comprender los fundamentos básicos hace que los riesgos sean altos. Antes de que caminemos al púlpito y lancemos grandes ideas o retóricas, tenemos que aprender cómo hacer lo que somos llamados a hacer.

Ve, prueba, y después habla

Aunque todo eso es cierto, la predicación fundamentalmente no es complicada. Sí, hay numerosos factores a considerar cuando piensas acerca de lo que uno va a decir y cómo va a decirlo, pero me gustaría sugerir que todas las predicaciones fieles y bíblicas comparten un característica en particular. Fluyen del corazón de un hombre que ha visto grandes cosas en la Biblia, ha saboreado lo que ha visto, y se presenta ante el pueblo de Dios para decir lo que vio. La predicación fiel puede ser mucho más que esto, pero no debería ser menos.

Si toda predicación buena fluye de ver grandes cosas en la Biblia, entonces el prepararse para predicar puede ser un proceso relativamente simple; intelectualmente difícil, pero prácticamente simple. Si deseas predicar bien y con seguridad  —de manera que ayude a los oyentes en lugar de perjudicarlos— tienes que leer, orar, estudiar, y reflexionar sobre las Escrituras hasta que produzcan vista. Tienes que ver, por el poder del Espíritu, lo que Dios ha dicho. Y debido a que esta visión viene a través del Espíritu, por la gracia de Dios también vas a saborear lo que ves: cuando realmente ves, tu corazón cantará.

Así que aquí está en una sola frase: Después de haber ido a la Biblia y que esta produzca verdades dulces y gloriosas, debes tomar tiempo para pensar sobre cómo decirle a otros lo que Dios te ha mostrado, y cómo se aplica a sus vidas. Eso, en pocas palabras, es el proceso de preparación para predicar, y todo comienza con el ver.

Acuérdate del objetivo

Hay estrategias buenas y sabias que debemos emplear con el fin de ver. Hay maneras en que podemos ayudarnos a nosotros mismos a saborear las verdades eternamente gloriosas de la Biblia. Y hay buenas prácticas homiléticas que nos informan cómo podemos decir de la manera más eficaz desde el púlpito lo que debe ser dicho.

Pero todas nuestras estrategias y métodos deben apuntar a la misma meta: Queremos ver, saborear, y decir lo que Dios ha dicho, para que el pueblo de Dios pueda ver, saborear, y ser transformado más a la imagen del Hijo amado. Todas las herramientas exegéticas y homiléticas que utilizamos son simplemente medios para facilitar nuestro ver, saborear, y decir lo que Dios ha revelado en su palabra, por el bien del pueblo de Dios y la gloria de su nombre.

La predicación es pesada. Tendrás que trabajar duro con el fin de predicar bien. Pero antes de que te enredes con los detalles, antes de comenzar la traducción, la localización de los argumentos, y la lectura de los comentarios, asegúrate de que tengas clara la idea básica de tu tarea. La predicación fluye del corazón de un hombre que ha visto grandes verdades de la Biblia, ha saboreado lo que ha visto, y no puede esperar para compartir con los demás lo que vio.

Así, predicador, ve a la Palabra de Dios. Pídele a Dios que abra tus ojos para ver grandes cosas en su Palabra. Implórale que lo que veas ponga en llamas tu corazón. Y luego, para la alegría de su pueblo y la fama del nombre que está sobre todo nombre, ponte de pie y di lo que viste.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Markos Fehr.
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