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A veces necesitamos sumergir nuestras mentes en el océano de la soberanía de Dios. Necesitamos sentir su peso, como agua profunda y pesada presionando cada poro mientras vamos más profundo. Millones de ríos de providencia se vierten en este océano. Y Dios mismo junta sus innumerables obras, desde la eternidad hasta la eternidad, y las vierte en las corrientes de su revelación infalible. Él habla, explica, promete, y hace de su increíble soberana providencia el lugar donde nos sentimos más reverentes, más seguros, más libres.

A veces necesitamos que Dios nos recuerde que no hay límites para su autoridad. Necesitamos escuchar de Él quien es soberano sobre todo el mundo y de todo lo que pasa en él. Necesitamos que Él mismo nos recuerde que nunca es impotente, nunca está frustrado, nunca está en pérdida. Necesitamos que nos asegure que Él reina sobre ISIS, el terrorismo, Siria, Rusia, China, India, Nigeria, Francia, Birmania, Arabia Saudita y los Estados Unidos de Norteamérica: sobre cada nación, cada pueblo, cada lengua, cada tribu, cada jefe, presidente, rey, primer ministro, político, grande o pequeño.

A veces, necesitamos escuchar declaraciones específicas de Dios mismo acerca de su propia autoridad. Necesitamos las propias palabras de Dios. Son las palabras de Dios las que tienen un poder inusual para calmar nuestros nervios, y estabilizarnos, hacernos sabios y valientes.

Por un lado, oír la voz de Dios es como un niño asustado que oye una voz y se da cuenta que papá llegó a casa. Lo que hayan sido esos otros sonidos, no importa. Papá está en casa.

Por otro lado, se siente como soldados veteranos, atrincherados en el frente de batalla, y a punto de ser sobrepasados por el enemigo. Pero, entonces, se enteran que mil tanques impenetrables están llegando a su ayuda. Están a un par de kilómetros. Se salvarán y el enemigo no permanecerá.

Las generalizaciones vagas acerca del poder de Dios no tienen el mismo efecto como la misma voz de Dios diciéndonos específicamente cuán fuerte es, cuán penetrante es su poder, cuán universal es su autoridad, cuán ilimitada su soberanía. Y que nuestros tiempos están en sus manos.

Así que escuchemos. Tratemos a la Biblia como la voz de Dios. Tomemos lo que la Biblia dice acerca de Dios como lo que Dios dice acerca de Dios. Eso es lo que la Biblia realmente es: Dios hablando de Dios.

Y mientras escuchamos, alabémosle. No hay otra manera adecuada de escuchar la exaltación de Dios acerca de Él mismo. Esto es lo que le pasa al alma humana cuando nos sumergimos en el océano de la soberanía de Dios.

Te alabamos, oh Dios, porque toda la autoridad del universo te pertenece.

 “Porque no hay autoridad sino Mía, y las que existen, por Mí son constituidas” (Romanos 13:1).

 “Ninguna autoridad tendrías sobre mi Hijo si no se te hubiera dado por Mí” (Juan 19:11).

Nos asombramos, oh Dios, que en tu libertad, haces lo que deseas y todo lo que planeas.

“Todo cuanto quiero, lo hago, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmos 135: 6).

“Yo obro todas las cosas conforme al consejo de Mí voluntad” (Efesios 1:11).

“Porque Yo soy Dios, y no hay otro; Yo soy Dios, y no hay ninguno como Yo, que declaro el fin desde el principio y desde la antigüedad lo que no ha sido hecho. Yo digo: Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré” (Isaías 46:9-10).

Nos maravillamos, oh Dios, pues Tú compartes esta autoridad y gobierno total completamente con tu Hijo.

 “Toda autoridad la he dado a mi Hijo en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18).

 “Amo a mi Hijo y he entregado todas las cosas en Su mano” (Juan 3:35).

 “Por cuanto Le he dado autoridad a mi Hijo sobre todo ser humano” (Juan 17:2).

 “Porque he puesto todo en sujeción bajo los pies de mi Hijo; todas las cosas excepto a Mí” (1 Corintios 15:27).

 “Resucité a mi hijo de entre los muertos y Lo senté a Mi diestra en los lugares celestiales, muy por encima de todo principado, autoridad, poder, dominio… y todo lo sometí bajo Sus pies” (Efesios 1:20-22).

 “Quien está a Mí diestra, habiendo el Hijo subido al cielo después de que Le habían sido sometidos ángeles, autoridades y potestades” (1 Pedro 3:22).

Nos sometemos con reverencia a ti, oh Dios, porque, a través de tu Hijo, quitas y pones a los gobernadores del mundo.

 “Porque la sabiduría y el poder son míos. Yo cambio los tiempos y las edades; quito reyes y pongo reyes” (Daniel 2:20-21).

 “Rompo las cadenas de los reyes y ato sus cinturas con cuerda” (Job 12:18).

 “Al instante mi ángel lo hirió, por no haberme dado la gloria; y Herodes murió comido de gusanos” (Hechos 12:23).

En verdad, oh Dios, no solo levantas gobernadores y los quitas; Tú gobiernas en todas sus obras a través de los tiempos.

 “Como canales de agua es el corazón del rey en mi mano; lo dirijo donde me place” (Proverbios 21:1).

 “Voy a acabar con la multitudes de Egipto por mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia… yo quebraré allí los yugos de Egipto, y cesará en ella la soberbia de su poderío… Fortaleceré los brazos del rey de Babilonia y pondré Mi espada en su mano; y quebraré los brazos de Faraón” (Ezequiel 30:10, 18, 24).

 “Y ahora Yo he puesto todas estas tierras en manos de Mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, siervo mío, y también le he dado las bestias del campo para que le sirvan. Y todas las naciones le servirán a él, a su hijo y al hijo de su hijo, hasta que llegue también la hora a su propia tierra; entonces muchas naciones y grandes reyes lo harán su siervo” (Jeremías 27:6-7).

 “Ciertamente, tal como lo había pensado, así ha sucedido; tal como lo había planeado, así se cumplirá: Quebrantaré a Asiria en Mi tierra… entonces [el] yugo [de mi pueblo] se le quitará de encima” (Isaías 14:24-25).

 “Daré las naciones como herencia para mi Hijo, y como Su posesión los confines de la tierra. Él los quebrantará con vara de hierro” (Salmos 2:8-9).

Reconocemos con maravilla, oh Dios, que ningún plan de hombre se realiza, sino aquellos que Tú, en insondable sabiduría, permites.

 “Hago nulo el consejo de las naciones; frustro los designios de los pueblos” (Salmos 33:10).

 “No vale sabiduría, ni entendimiento, ni consejo, ante Mí” (Proverbios 21:30).

Y cuán poderoso y sabio eres, oh Dios, que ningún hombre, nación, ni fuerza de la naturaleza puede frustrar tus santos planes.

 “Ninguno de mis propósitos puede ser frustrado” (Job 42:2).

 “Mas actúo conforme a Mi voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener Mi mano, ni decirme: ¿Qué has hecho?” (Daniel 4:35).

 “Y no hay quien libre de Mi mano. Yo actúo, ¿y quién lo revocará?” (Isaías 43:13).

Así que, nos postramos, como granos de polvo en la balanza, oh Dios, y confesamos con gozo, que somos nada comparados con tu grandeza.

 “Las naciones me son como gota en un cubo, y son estimadas como grano de polvo en la balanza… Todas las naciones ante Mí son como nada, menos que nada e insignificantes son consideradas por Mí” (Isaías 40:15, 17).

 “Yo estoy sentado sobre la redondez de la tierra, cuyos habitantes son como langostas. Soy el que extiendo los cielos como una cortina y los despliego como una tienda para morar. Soy el que reduce a la nada a los gobernantes, y hace insignificantes a los jueces de la tierra” (Isaías 40:22-23).

El gozo de nuestra esperanza, oh Dios, es que magnifiques tu grandeza levantando al humilde y humillando al orgulloso.

 “Que digo a un rey: Indigno, a los nobles: Perversos; que no hago acepción de príncipes, ni considero al rico sobre el pobre, ya que todos son obra de Mis manos” (Job 34:18-19).

 “Quebranto a los poderosos sin indagar, y pongo a otros en su lugar” (Job 34:24).

 “Miro a todo soberbio y lo humillo, y pisoteo a los impíos donde están” (Job 40:12).

 “Yo, el Señor, doy muerte y doy vida; hago bajar al Seol y hago subir. Yo empobrezco y enriquezco; humillo y también exalto” (1 Samuel 2:6-7).

 “He esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. He quitado a los poderosos de sus tronos; Y he exaltado a los humildes” (Lucas 1:51-52).

Y así será por siempre, oh Dios. Gobiernas sobre todo, con un gobierno eterno, por el bien de los humildes que confían en tu Hijo.

 “Porque Mi dominio es un dominio eterno, Y Mi reino permanece de generación en generación” (Daniel 4:34).

 “Mi dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y Mi reino uno que no será destruido” (Daniel 7:14).

 “Mi Hijo reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin” (Lucas 1:33).

Por ello, rebosando con alabanza y agradecimiento, oh precioso y santo Dios, descansamos en tu soberanía absoluta sobre nuestras vidas. Y nos regocijamos al escucharte decir:

 “Tus años están en Mi mano” (Salmos 31:15).


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Harold Bayona.
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