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“Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación”, Santiago 1:17.

El libro de Génesis nos dice que en el principio, había una masa caótica, y las tinieblas cubrían el abismo (Génesis 1:1-2). En el tercer día de la creación, Él llenó la tierra con diferentes árboles, seres vivientes de diferentes especies, y todas las condiciones necesarias para sostenerse perfectamente bajo Su control. Todo funcionaba así hasta que los hombres lo rechazaron y el pecado entró en la escena. Desde entonces la desobediencia a Dios siguió aumentando, hasta que El Señor destruyó todo con el diluvio y “comenzamos de nuevo”. Pero este segundo comienzo no fue con todo perfecto como el primero, sino con gemidos y sufrimiento; la misma condición en que nos encontramos hasta que nuestro Señor regrese y quité la oscuridad de su creación.

Cuando los seres humanos obedecen a Dios, la tierra es productiva, pero cuando persisten en su rebelión, el juicio de Dios les obstaculiza (cp. Jer. 4:1-2). La tierra está controlada por Él y por ende la cosecha depende de Él (Deut. 11:13-14). Los judíos entraron en la tierra prometida fértil, “una tierra que mana leche y miel” (Deut. 11:9), pero, por su desobediencia, el Señor mandó huracanes (Jer. 4:11-12) y enemigos para destruir la tierra (Jer. 4:6) y esto produjo su destrucción total  “…la tierra fértil era un desierto, y todas sus ciudades estaban arrasadas delante del Señor, delante del ardor de su ira” (Jer.  4:23-26).  La tierra prometida se convirtió en un desierto por desobediencia, primero por los judíos y luego por los gentiles que la inhabitaba, volviéndose  a un estado parecido al original anterior a la creación, sin orden; pero en vez de vacía, ausente de la abundancia que Dios creó.

Dios es un Dios justo que no hace acepción de personas. Cualquiera que no le obedece, sea creyente o incrédulo, sufrirá las consecuencias del Dios creador (Romanos 11:21). Aun los paganos reconocían que la naturaleza está bajo control de fuerzas superiores al control humano. Esta es la razón por la que en la antigüedad habían dioses de la cosecha, de la lluvia, de fuego, de la tierra etc. En su orgullo, el hombre moderno se ha olvidado de Dios y, en vez de reconocer dichas fuerzas, ocupa su tiempo en la creación de artefactos para controlar los efectos de las mismas. Esta es una manifestación de mayor ceguera porque, ignorando las fuerzas divinas, pone su fe en su propia habilidad. El corazón sigue siendo engañoso (Jer. 17:9).

Como Santiago nos ha dicho que toda buena dadiva viene del Padre, aun en la oscuridad Dios trae Su luz, siempre y cuando le reconocemos por lo que Él es. Cuando obedecemos y le buscamos con todo nuestro corazón, Él trae Sus bendiciones desde la misma oscuridad:  “Te daré los tesoros ocultos, y las riquezas de los lugares secretos, para que sepas que soy yo, el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre” (Is. 45:3). Él puede traer vegetación aun del desierto porque no hay nada difícil para Él (Jer. 32:27). Él puede traer sus tesoros de las tinieblas porque “ni aun las tinieblas son oscuras para ti, y la noche brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para ti” (Sal. 139:12). No hay mayor prueba de esto que la cruz del Calvario, aquel lugar destinado para dar muerte que Dios designó para darnos vida eterna (Ro. 5:17-18).

Lo que Dios ha creado, Él puede recrear, y a pesar de nosotros, Él traerá a su creación a la perfección de nuevo con la nueva Jerusalén. En esta ciudad la tinieblas no entrarán porque “jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira, sino sólo aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap. 21:27). Aquellos obedientes hasta el final vivirán en la luz porque “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap. 21:23).

Dios nos ha llamado a salir de las tinieblas y vivir en Su luz admirable para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó (1 P. 2:9). Su luz puede brillar a través de nosotros siempre y cuando estamos caminando en Su imagen, y esto afectará a nuestra familia, pueblo, cuidad, estado, país… y eventualmente el mundo entero. Que Dios nos dé el discernimiento y poder de vivir contraculturalmente en Su nombre.

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