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¿Te has preguntado alguna vez si tu pasado te descalifica para el ministerio? ¿Hay cosas que has hecho que te hacen pensar que no eres digno de ser un líder, pastor o plantador de iglesias?

Puedo identificarme con eso. Cuando empecé a considerar si tenía el llamado al ministerio, luché con una fuerte impresión de culpabilidad y de no estar calificado para predicar el evangelio. Una voz del pasado me dijo que estaba demasiado contaminado para predicar. Esto es lo que pasó.

Antes de ser pastor, trabajaba como jefe de seguridad en una tienda minorista de lujo. A veces los días solían ser tediosos, pero de vez en cuando algún ladrón creativo podría provocar una buena descarga de adrenalina. Eso fue lo que sentí un día al ver a un chico a través de un espejo unidireccional guardar una pila de mercancía valiosa en una bolsa y luego salir de la tienda. Traté de interceptarlo cuando salía de la tienda, pero se le cayó su botín y salió corriendo, dejándome sin más remedio que derribarlo al suelo. Él permanecía violento y sin ningún tipo de cooperación, por lo que me vi obligado a…digamos, hacer una introducción entre su cabeza y el concreto. La policía llegó, lo tomó en custodia y luego lo llevó al hospital para que recibiera las puntadas necesarias.

No fue gran cosa, ¿cierto? Claro, en el mundo monótono de un oficial de seguridad en tiendas minoristas, fue un duro día en las calles. Pero para la mayoría de los oficiales de la ley, un evento así difícilmente calificaría como un trabajo policial serio.

Pero algo curioso ocurrió. Cuando empecé a considerar mi propia vocación pastoral, tuve esta abrumadora y extraña impresión de que estaba totalmente descalificado para el ministerio porque yo era “un hombre derramador de sangre”. Lo que hice apenas se compara con algunas de las cosas hizo el rey David, pero por alguna extraña razón, fue ese pasaje particular en el que David fue llamado un “hombre derramador sangre” (1 Crónicas 28:3), el que me acusaba repetidamente, como si fuera un criminal impío. Todavía no lo entiendo por completo, pero yo nunca voy a olvidar la fuerza de esas palabras en mi alma. Persiguiéndome. Condenándome. Estaba convencido de que no podía seguir adelante debido a lo que había ocurrido en mi pasado. Afortunadamente, un buen pastor me alcanzó y me dijo, de la manera más apropiada, “Dave: eres un idiota”.

¡Gracias a Dios por los pastores que saben cómo interpretar el pasado!

¿Puedes relacionarte en absoluto con mi historia? Algunos hombres que exploran el asunto de la vocación pastoral son perseguidos por su pasado. Los pecados de su pasado les predican, haciendo que se cuestionen si algun día podrán ser aptos para entrar en un púlpito.

Si caes en esa categoría, quiero animarte recordándote a un individuo que probablemente era peor que tú: un hombre con un pasado muy vil. Su nombre es Pablo.

El predicador con un pasado

Pablo tenía un peso grave en su pasado. En 1 Timoteo 1:13 dice, “…habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor”. Antes de convertirse en un cristiano, Pablo estaba en guerra contra los cristianos. Quería una inquisición. Quería desacreditar a Cristo y maquinar el colapso del cristianismo. Era un sangriento y brutal depredador religioso.

Pero el llamado de Dios sobre Pablo era irresistible, y en un impresionante y cegante momento, Dios rescató a Pablo de sus pecados.

Pero Pablo nunca olvidó quién era, no trató de enterrarlo ni olvidarlo. En el libro de los Hechos, Pablo comparte su historia en dos momentos diferentes (Hechos 22:3, Hechos 26:9). De hecho, Pablo a menudo utilizó su historia como ejemplo (Fil. 3: 4-14, 1 Tim. 1:23).

Mi punto es: Pablo fue capaz de ver su pasado de tal manera que no lo condenó, ni lo destruyó, ni lo envió por un camino de autoacusación. Él entendió que Cristo, en cierto sentido, había tornado su historia. La amargura de su pasado hizo que Cristo fuera aún más dulce para él.

¿Ves los primeros capítulos de tu vida a través de ese lente del evangelio?

La buena noticia es que el evangelio transforma nuestro pasado pecaminoso, de ser la fuente de nuestra identidad a ser la fuente de nuestro testimonio. ¡Una vez fui eso, pero en Cristo, ahora soy esto! Antes un blasfemo, ahora un amante de Cristo. Antes un arrogante oponente de Dios, ahora un humilde servidor de Dios. El pasado ya no nos define: Cristo y su justicia imputada nos definen. Como dijo Sinclair Ferguson, “El factor determinante de mi existencia ya no es mi pasado. Es el pasado de Cristo”.

El predicador que supo cuándo olvidar

En Filipenses 3: 13-14, Pablo dice: “Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

No era que Pablo negara o desestimara su pasado, simplemente no dejó que su pasado le definiera ni que desmantelara su ministerio. Se deleitaba en cómo Cristo le había transformado, y su gozo en Cristo lo impulsó adelante en su ministerio. Él con valentía hacía referencia a su pasado, no como una fuente de orgullo, sino como un testimonio del poder transformador del evangelio.

Al considerar el llamado al ministerio pastoral, es necesario que examines tu pasado a través del lente del evangelio. Tu pasado no es irrelevante, sino que simplemente no es el factor determinante de tu vida. La justicia de Cristo —¡Su pasado!— ése es el factor determinante de tu vida. Y es la realidad de la justicia imputada de Cristo (Romanos 4:22-25) la que acalla las acusaciones ensordecedoras del pasado.

Ciertamente una discusión honesta de tu pasado con un pastor sabio, como la que yo tuve, ayudará a orientar y refinar tu sentir del llamado. Por ejemplo, un criminal convicto puede ser, sabia y necesariamente, restringido de oportunidades ministeriales, ya sea por consideraciones legales o como medida de protección. Pero su expediente de pecados ha sido limpiado y borrado en la cruz, siendo reemplazado por el expediente de la justicia de Cristo. ¡Dios ya no ve tu pasado, Dios ve el pasado de Cristo! Y el Salvador, que trabaja a diario para salvarnos, siempre está identificando buenas obras para nosotros caminar, sin tener en cuenta nuestro pasado (Ef. 2:10).

Recuerda, por medio del evangelio, Dios voltea nuestra historia. Él usa lo necio del mundo para deshonrar a los sabios. Él usa a los débiles para avergonzar lo fuerte (1 Cor. 1:27). Si has sido llamado a proclamar el evangelio, tu pasado probablemente no es una desventaja. Más bien, puedes apuntar hacia tu pasado y decir: “Si Dios hizo un trabajo increíble en mi vida, Él puede hacer lo mismo por ti”.

Si te sientes acusado, predícate el evangelio a ti mismo y huye al poder del Salvador que transforma historias.


Publicado originalmente en Am I Called?. Traducido por Saraí Charón.
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