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Recuerdo, siendo aún adolescente, mi reunión antes de bautizarme. Para un joven como yo, era un momento especial: iba a tener la oportunidad de sentarme uno a uno con el hombre que escuchaba los domingos, y sabía que iba a tener un espacio para hacer mis preguntas. Entonces, cuando el pastor me dijo: “¿Tienes alguna pregunta?”, no tuve que pensarlo mucho. “Pastor, si Dios es soberano, ¿cómo es que yo soy responsable?”.

Lo que le respondí en aquel momento es algo con lo que creo que todos los que creemos en un Dios grande, que hace lo que le place, luchamos en algún momento. ¿Cómo es que somos responsables ante un Dios soberano?

Muchos años han pasado de aquella reunión, y la verdad es que este ya no es un tema que me quita el sueño. Por supuesto, lo que más ha influido en mí ha sido el pasar tiempo en la Palabra de Dios y en oración. Además, buenas conversaciones con otros creyentes y pastores han sido de bendición. Pero hay un recurso, una enseñanza que de manera particular me ayudó a solventar esta aparente contradicción. Es un artículo que escribió el pastor John Piper refutando una idea del Dr. Packer en su libro “Evangelismo y la soberanía de Dios”. Si lees inglés, puedes encontrar todo el texto aquí. Más que traducir aquel escritor, lo que quiero hacer aquí es usarlo como base, citando regularmente del mismo y comentando, orando que te sea de bendición para entender este importante tema.

Es importante dejar claro que esta no es una discusión sobre el libre albedrío, una idea foránea a las Escrituras. Lo que el Dr. Piper está haciendo es refutando una conclusión muy común entre reformados: es imposible para la mente humana comprender cómo es que Dios es soberano y a la vez el hombre es responsable de sus acciones. Usando a Jonathan Edwards, él nos lleva a lo que considero una satisfactoria solución.

Entendiendo con Edwards

La manera en que Jonathan Edwards soluciona esta aparente contradicción ha sido fundamental en mi vida. Una vez más, si entiendes bien el inglés, puedes ir al artículo original, o mejor todavía, leer a Edwards mismo. Pero aquí mi traducción y adaptación de lo que Edwards y Piper nos dicen.

Edwards nos dice que el gobierno de Dios sobre la humanidad, al tratarlos como agentes morales, someterlos a sus mandamientos y recompensarlos o castigarlos, no es inconsistente con que Él ordene todos los eventos en el universo, ya sea porque Él los haga pasar o porque los permita. ¿Cómo lo puede sostener?

Entonces llegamos al argumento. Edwards dice que “lo que determina lo que la voluntad elige no es la voluntad misma sino las motivaciones, que vienen desde fuera de la voluntad”. No es tan simple como que hacemos lo que nos dé la voluntad, sino que hacemos lo que más nos motive hacer. Aquello que más mueva la voluntad va a ser lo que la voluntad elija.

Una motivación para Edwards es todo aquello que mueva o incite a la mente a la acción. La “motivación más fuerte”  es aquello que más nos incite, que más nos llame la atención, aquello que nos parezca mejor en el momento. (Mejor en el sentido de más agradable, no de bueno o malo).

Si esto es así, lo que determina lo que hacemos no son nuestras ganas o nuestra voluntad, sino aquello que más nos motive. Piper aquí nos recuerda a Romanos 6:16-23, que nos dice que somos esclavos, o del pecado, o de la justicia; y a Juan 8:34, donde Cristo nos dice que todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Nosotros somos esclavos de aquello que más nos motive en un momento. Somos esclavos de hacer lo que más nos guste hacer. Es imposible que hagamos otra cosa a menos que físicamente no se nos permita.

Entonces caemos a la distinción que trajo claridad a mi vida:

Moral y natural

Aquí Edwards introduce los términos claves para esta discusión: obligación moral e incapacidad moral, por un lado, y obligación natural e incapacidad natural por el otro. La obligación moral es la necesidad que existe entre la motivación más fuerte y el acto volitivo (de la voluntad) que lo incita. Es por esto que todas las decisiones son moralmente obligatorias: son determinadas por aquello que más nos motive. Son obligatorias en el sentido de que, siempre que exista tal motivación, es inevitable la acción que motivan.  (No obligatorias porque nadie nos obligó, sino porque nos sentimos obligados a hacerlas. Son una necesidad). La incapacidad moral es, entonces, la incapacidad de elegir contrario a aquello que percibamos como la motivación más fuerte. Somos moralmente incapaces de actuar en contra de lo que más queremos hacer. Si no tenemos una inclinación a estudiar, si estudiar no nos motiva, somos moralmente incapaces de estudiar.

Veámoslo otra vez: en un momento dado, yo voy a elegir aquello que más me motive. Nunca voy a hacer otra cosa. Aun cuando sienta que estoy haciendo algo que “no quiero hacer”, la motivación más fuerte me lleva a hacer aquello que “no quiero hacer”. Algo me motiva que hace que yo quiera hacer eso que “no quiero hacer”. “No quiero estudiar, pero quiero pasar la materia”. Entonces, la motivación de pasar la materia es más grande que la motivación de quedarme sin estudiar, por lo que termino haciendo algo que “no quiero hacer”. Sí, sé que no es tan fácil de entender, pero sigue leyendo.

La obligación natural es diferente. Edwards la define como aquella obligación causada por fuerzas naturales. Algo es naturalmente obligatorio cuando la razón por la que ocurre no es moral, sino física. Si, por ejemplo, alguien te encadenara a una silla para que no puedas ponerte de pie, es naturalmente obligatorio que te quedes sentado. La incapacidad natural, entonces, es la incapacidad de hacer algo a pesar de que queramos, de que nuestra motivación más fuerte y nuestra voluntad sea incapacitada por medios físicos. Volviendo al tema de la silla y la cadena, si de pronto hay un incendio, tu motivación más fuerte sería correr, pero la cadena te obliga a estar sentado. Eres naturalmente incapaz de hacer lo contrario.

Esta distinción es clave, y nos sirve para entender por qué Dios puede hacer al hombre responsable mientras Él es soberano. La capacidad moral no es un prerrequisito de la rendición de cuentas. La capacidad natural sí lo es. Si alguien es naturalmente incapaz de hacer algo, podría ser excusado. Este no es el caso con la incapacidad moral. De hecho, la incapacidad moral de hacer lo correcto nos hace más culpables.

El hecho de que amemos más las tinieblas que la luz, y por tanto –debido a la incapacidad moral– no podamos ir a la luz no nos exime de la responsabilidad de ir a la luz. Somos culpables por no ir. Esto es verdad aun en la justicia humana. Mientras más deseo tenga alguien de hacer el mal, más maligno es. Y mientras hacer el mal sea la motivación más grande de alguien, más imposible le será hacer el bien. Pero la incapacidad moral no excusa a nadie del juicio. Si un asesino mata a un ser querido tuyo, y se excusa diciendo “es que tenía un deseo incontrolable de hacerlo…¡no me pude contener!”,  a ti no te daría más pena: lo considerarías más culpable.

Entonces, ¿cómo Dios causa que los hombres lo elijan y sean salvos? Dios obra en el mundo, no imponiendo obligaciones naturales y luego demandándoles por aquello que les era imposible, físicamente, de hacer. No: Dios dispone todas las cosas para que, de acuerdo a la obligación moral, los hombres elijan aquellas cosas ordenadas por Él desde toda la eternidad. Él arregla las motivaciones, y los hombres elijen, lo que más los motive.

Entonces, ¿cómo alguien como yo, con una incapacidad moral de elegir a Dios, terminó creyendo en Cristo? Fuera de la obra del Espíritu Santo, mis motivaciones más fuertes eran hacia el mal, hacia la oscuridad. Pero el Espíritu Santo hace una obra de regeneración que llevó a que el evangelio pasara de ser necedad a escucharse como la más dulce melodía. Dios se convirtió en la motivación más grande, y, debido a la obligación moral, yo no pude hacer otra cosa más que seguirle. Era moralmente necesario para mí el pedir perdón por mis pecados y aceptar ese perdón por la cruz de Cristo.

Cada cual obtiene lo que más quiere y hace lo que más le motive. El cristiano es motivado por Cristo y procura hacer su voluntad. El pecador no regenerado es motivado por el pecado, y también tiene lo que más quiere: las tinieblas. Y así, Dios es soberano, y el hombre es responsable.

“Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia”, Romanos 6:17-18.

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