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2 Reyes 15 – 17   y   Apocalipsis 8

Temían al Señor pero servían a sus dioses conforme a la costumbre de las naciones de donde habían sido llevados al destierro.
(2 Reyes 17:33)

Es una religiosidad que se contrapone a la de la iglesia institucional. Es una manifestación ritual en la que predomina lo imaginativo, emotivo y corporal.  Se trata de una religiosidad social, política, emotiva, práctica, y utilitarista. Dentro de este concepto va incluida la “memoria-sentimiento” conciente o inconciente que envuelve las creencias, los mitos, las leyendas, los relatos y tradiciones de tipo religiosos acumulados por una sociedad a lo largo de su historia. Cada pueblo va acumulando en el tiempo una infinidad de creencias que los vinculan y los unen socialmente, de tal forma, que existe un lazo indisoluble entre identidad y creencia que es sumamente emocional. En ese mismo sentido, esta religiosidad tiene como característica  principal que este conjunto de creencias y rituales han sido tomados como propios, formando parte de un tesoro cultural inalienable.  Sin embargo, esto no involucra una repetición irreflexiva, sino como explica un experto en el tema:

Al usarlo o repetirlo, no lo hace de un modo cuasi-pasivo, sino incorporando su propia imaginación, reproduciéndolo emotiva e imaginariamente; es decir, renovándolo en mayor o menor medida, pero siempre considerándose coautor”.

La religiosidad popular no se mantiene pasiva, sino en un constante proceso de transformación, manteniendo sus bases inalterables, aunque en ese proceso de renovación cada nueva manifestación obligue a un sometimiento natural y un reconocimiento general. Por estas razones, las diferencias entre la religión oficial y la popular no están basadas solamente en criterios didácticos educativos o de capacidad intelectual, sino en criterios culturales, sociales, sicológicos y espirituales en constante proceso de expansión.

Toda religiosidad popular está enraizada en una serie de factores y en un largo período de tiempo, asegurando su autoridad, invariabilidad y su aceptación general.  Justamente, la religiosidad popular sudamericana está esculpida en la aleación de las creencias indígenas y el deformado  evangelio del conquistador español.  De allí que el  indio sudamericano no tenía en sí dioses, sino más bien manifestaciones de lo trascendente, a las cuales ellos expresaban adoración: estrellas, el sol, el rayo, el mar, los ríos, los cerros, etc. Cuando los españoles llegan a América vienen imbuidos de codicia por el oro, pero también por una mística apocalíptica medieval.  Aunque se desarraigó muchas de las formas religiosas indígenas, el fondo de la religiosidad se fundió en una con el cristianismo español. El resultado son quinientos años de una muy bien formada idiosincrasia religiosa, adorando a un Cristo diferente, pero lamentablemente muy parecido al Cristo del Evangelio. Sumemos a esto, la influencia de otras creencias religiosas que están impactando fuertemente a través del fenómeno de la globalización.

Lo que está pasando con nosotros pasó también con Israel hace tres milenios.  El año 722 a. C. Los asirios invadieron el reino y arrasaron con todo a su paso. Gente de muchos lugares empezó a poblar el desolado Israel y comenzó a mezclarse con los pocos que habían quedado. El resultado final no sólo fue racial y cultural, sino que también religioso:

Y vino uno de los sacerdotes que habían llevado al destierro desde Samaria, y habitó en Betel, y les enseñó cómo habían de temer al Señor. Pero cada nación continuó haciendo sus propios dioses, y los pusieron en las casas de los lugares altos que los Samaritanos habían hecho, cada nación en las ciudades en que habitaban.También temían al Señor pero nombraron de entre sí sacerdotes de los lugares altos, que oficiaban por ellos en las casas de los lugares altos” (2 Re. 17:28-29,32).

Nosotros los cristianos no creemos en una religiosidad que tiene como punto de partida una necesidad ritual. Es Dios mismo quien se acerca a nosotros y nos revela su carácter y corazón, dándole sentido y razón a nuestra vida a través del develamiento de su voluntad. Cuando Él nos permite conocerle y entenderle, entonces, y sólo entonces, se produce adoración y expresión de alabanza al Señor. Pero cuando el hombre intenta honrar a lo desconocido, la ignorancia y la ceguera hacen que se funda en  un sincretismo ritual, donde la suma de los parches religiosos de aquí y de allá no proveen una fe sólida, sino sólo una muestra folklórica y multicolor de ritualismo humano. La religiosidad popular sólo propondrá figuras, música y creencias, pero no respuestas a las preguntas más íntimas del alma humana.

Israel durante más de doscientos años (antes de la invasión Asiria) había hecho prevalecer el culto popular establecido por Jeroboam, el primer rey de Israel. Las razones que llevaron al rey a establecer el nuevo culto fueron políticas, humanas, rituales, y despojaron a Israel de su genuina obediencia a un Dios real y personal. ¿Cuál fue el resultado?:

Desecharon Sus estatutos y el pacto que El había hecho con sus padres, y Sus advertencias con las cuales los había amonestado. Siguieron la vanidad y se hicieron vanos, y fueron en pos de las naciones que los rodeaban, respecto de las cuales el Señor les había ordenado que no hicieran como ellas. Y abandonaron todos los mandamientos del Señor su Dios, y se hicieron imágenes fundidas de dos becerros; hicieron una Asera, adoraron a todo el ejército de los cielos y sirvieron a Baal. Hicieron pasar por el fuego a sus hijos y a sus hijas. Practicaron la adivinación y los encantamientos, y se entregaron a hacer lo malo ante los ojos del Señor, provocándolo.” (2 Re. 17:15-17).

Ustedes mismos pueden notar que el resultado no fue nada alentador. La religiosidad popular no los engrandeció y los dignificó en su humanidad, sino los hizo retroceder, perdieron de vista a Dios y se extraviaron ellos mismos en rituales sin sentido y en práctica inhumanas.

Israel conoció el poder de la religión humana entre ellos: “Y aunque estas naciones temían al Señor, también servían a sus ídolos; y de la misma manera que hicieron sus padres, así hacen hasta hoy sus hijos y sus nietos.” (2 Re. 17:41). Nosotros tampoco podemos escapar con facilidad al embrujo de la religiosidad popular. Sólo un estudio acucioso y desprejuiciado de la Palabra de Dios, acompañado de un profundo deseo de obedecer y someterse al Señor, nos puede dar libertad para honrar a Dios con la gloria que Él se merece. La religiosidad popular no es inocua, y debemos evaluarla no sólo como concepto cultural y artístico, sino también como expresión espiritual, tanto en la verdad que intentan manifestar como en los resultados evidentes en la vida de sus practicantes.

¿Estás seguro que lo que crees es lo que Dios dijo que creas? ¿Cuáles manifestaciones de tu religiosidad son sólo conceptos y prácticas sobre las cuales nunca has pensado y menos reflexionado? ¿Cuál es el resultado práctico de tu fe en tu vida? ¿Estarías dispuesto a someter tus creencias a la luz examinadora de la Palabra de Dios? ¿Cuál es el lugar del evangelio en tus creencias? ¿Ocupa Cristo y su obra en la cruz del calvario el primer lugar en tus creencias? Estas preguntas son de ineludible respuesta si es que quieres ser sincero en tu fe y práctica religiosa.


Imagen tomada de Lightstock
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