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“Amados, por el gran empeño que tenía en escribirles acerca de nuestra común salvación, he sentido la necesidad de escribirles exhortándolos a luchar ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos”, Judas 1:3

Este pasaje de Judas es uno que fundamenta la apologética. En apariencia, nos invita a ser agresivo. Pareciera ser una contradicción con “la mansedubre” de la que nos habla 1 Pedro 3:15. Pero como creyentes apasionados por la pureza y suficiencia bíblica sabemos que las contradicciones en la Biblia son imposibles. No suceden.

En realidad, Judas no nos está exhortando a una aparente agresividad. A la luz de cómo presentar una razón de la esperanza que hay en cada cristiano, y debido al embate interno que en la actualidad está sufriendo el evangelio, el pasaje de Judas no se refiere a contender como una mera forma de pelear y discutir de manera enceguecedora, a tontas y locas. Mucho menos se refiere a ofuscarse al momento de presentar la razón por la fe dada una vez y para siempre.

Lo que el pasaje de Judas no implica

En su contexto, vemos por qué Judas hace la exhortación:

“Pues algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo”, Judas 1:4.

Vemos pues que existe un motivo genuino para luchar ardientemente por mantener puro el mensaje y la fe que nos han sido dados: enseñanzas totalmente contrarias al mensaje bíblico, que son ocasión de confusión, y que se separan abismalmente de la verdad del evangelio.

El celo por hablar la verdad (no aquello que nosotros de manera subjetiva interpretamos como tal, sino aquello que objetivamente es verdad), debe ser nuestro principal motor. Pero esto no implica que deba hacerse de manera “acalorada”. Siempre debe hacerse de manera firme, pero respetuosa; en amor, pero con la verdad; con pasión, pero sin dejar que esta nos domine; con ímpetu, pero sin perder el espíritu de humildad, sobre todo, porque este tipo de apologética centrada en el evangelio ha de realizarse en muchas ocasiones con personas que son creyentes, pero que han sido mal enseñados.

¿A qué se refiere con “lucha ardiente”?

Si observamos el contexto y la literalidad de la idea que Judas nos transmite, así como la traducción y significado de la palabra que emplea –epagonizomai (lidiar con)–, su exhortación se refiere, más bien, a la apertura al debate, a participar en el debate, a lidiar con las enseñanzas que atentan contra la fe que el evangelio claramente nos expone. Acá no se está hablando de una pelea en el sentido estricto de la palabra, sino a una oportunidad para debatir, argumentar de manera lógica, coherente y documentada, acerca de lo que la verdadera fe en el Hijo de Dios significa, y por qué una enseñanza contraria a esta fe puede acarrear resultados devastadores.

Para debatir, necesariamente se deben observar determinadas reglas:

  1. Ambas partes tienen la misma oportunidad para presentar sus ponencias.
  2. Ambas partes tienen la misma responsabilidad de sustentar sus aseveraciones.
  3. Ambas partes deben apelar a la razón y a la lógica. Acá es importante acotar que tanto la razón como la lógica no están peleadas con la fe. Ambas pertenecen a Dios y es Dios el Señor y dueño de ellas.
  4. Se debe tener en mente que un debate debe llevarse a cabo de manera cordial y respetuosa, por antagónicas que sean las posturas. No se ataca a la persona, sino que se hace ver lo lógico y congruente de un argumento, o las falencias del mismo.
  5. Ambas partes deben presentar su apertura, aseveración principal, evidencia y un corolario; así como hacer preguntas y repreguntas acerca del tema en discusión. En este caso, la fe sustentada en la verdad del evangelio.

No está de más señalar que al momento de defender las doctrinas esenciales del evangelio, nuestra actitud no debe ser la de “yo tengo la razón” o “yo lo sé todo”; mucho menos pretender que somos nosotros quienes convencemos. Nosotros solo hablamos lo que, por misericordia, nos ha sido testificado por el Espíritu Santo a través de la suficiente Palabra inspirada de Dios.

¿Por qué es importante abordar el embate interno al evangelio?

En nuestro contexto latinoamericano, hemos sido y somos testigos de un sinnúmero de enseñanzas que se han inmiscuido en la iglesia (algo que sucede desde el siglo primero del cristianismo), y que han llevado no solo a interpretaciones y enseñanzas erradas y contrarias al evangelio, sino también a prácticas en franca oposición.

Dado que la fe cristiana es una fe fundada y basada en acontecimientos históricos (siendo la resurrección el más relevante), la transmisión de esta fe no puede variar de lo que desde un principio se enseñó, es decir, no puede haber una enseñanza “nueva” o una especie de “nueva revelación” o una “revelación particular”, que sea exclusiva o propia de determinado grupo. El evangelio verdadero es para todos, comprensible en sus verdades fundamentales.

Pero debemos tener en mente que aquellos cristianos que genuinamente aman a Cristo y su inminente regreso, muchas veces están casados con las enseñanzas que han aprendido y les es muy difícil divorciarse de lo que quizá, por años, han aprendido. Debatimos entonces, manteniendo en nuestra mente la siguiente verdad: no somos nosotros quienes convencemos. Confiamos y creemos que el mensaje del evangelio, expuesto en verdad y amor, y de manera clara y lógica, es suficiente; y que el Espíritu Santo ha de abrir los ojos de aquellos que han sido comprados por la misma sangre que nos ha comprado a nosotros.

América Latina necesita, con urgencia, volver a la pureza del evangelio que transforma y no solo informa. ¡Urge una revangelización en nuestros países! ¿Estamos preparados?

Como creyentes, estamos llamados a ser ministros del evangelio y de la fe dada una vez y para siempre, desde donde sea que Dios nos haya colocado, y utilizando las herramientas a las que, por gracia, tenemos acceso.

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