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¿Quién está haciendo en tu vida las preguntas difíciles e incomodas? ¿Quién se está metiendo en los temas sensibles? ¿Quién te está evaluando semana a semana? ¿Quién está preguntándote sobre tu pureza sexual? ¿Quién está indagando en tu matrimonio y la crianza de tus hijos?

Estas preguntas pueden enloquecer a cualquier persona y hacerla correr a la dirección contraria a toda velocidad. Pero, aunque no lo creas, el que tiene el suficiente valor para hacértelas es alguien que tiene el valor necesario para amarte a pesar de cómo reaccionarás ante ellas. Sí, algunos piensan que una persona así es un “metiche” o que anda asomando sus narices donde no le incumbe. Pero esas preguntas tan directas pueden ser salvavidas para nuestra vida espiritual en medio de un naufragio, y son necesarias para poder llevar a cabo la misión de hacer discípulos (Mt 28:18-20).

Discipulado es más que información

Yo entendía el discipulado de una manera muy académica. “Sentémonos, ¿trajiste tu Biblia?, toma esta fotocopia, léela, contesta las preguntas, ¿entendiste el tema? ¿alguna petición? oremos, adiós”. En mi mente el discipulado simplemente consistía en transmitir información de un emisor a un receptor, y luego, asegurarme que el receptor entendió el mensaje a comunicar, y lo retuvo (al menos esos minutos). Si eso es exitoso: ¡Enhorabuena, soy un discipulador ejemplar!

Pero esta es la pregunta que debe hacerse: ¿que significa bíblicamente el discipulado cristiano? La respuesta correcta: enseñar a otros a ser como Cristo (Ef 4:11-13). Y ser como Cristo no tiene que ver solamente con creer las cosas correctas (sana doctrina) sino con practicar y vivir las cosas correctas que he aprendido (sana práctica). “¿Quién conocerá sus propios errores?” clamó el rey David a Dios (Sal 19:12). No fuimos diseñados para vivir como entes individuales flotando en el universo y creciendo en cuarentena. Fuimos diseñados para vivir en comunidad, y para que el proceso de santificación (ser cómo Cristo) sea una tarea de comunidad (ver Ef 4:16). ¿Algún miembro puede prescindir de otro? ¿Podemos decirle a un miembro que no lo necesitamos? ¿Podemos soportar, amar, enseñar, exhortar, animar y consolar a otros si vivimos aislados del cuerpo? ¡Para nada! Fuimos creados para vivir la vida cristiana en comunidad (Ro 12:5).

Discipulado es una tarea en comunidad

La iglesia local es eso, una comunidad de creyentes en un lugar físico en común, que han decidido juntos correr la carrera de la fe, y amarse y ayudarse mutuamente en ese trayecto. ¿Hasta cuándo? Hasta que la carrera acabe, ya sea por partir a la presencia de Dios, o que Cristo regrese antes. Una cosa es cierta: buscamos la santidad del Cuerpo buscando la santidad de cada miembro. Las preguntas difíciles son necesarias en una sociedad que nos quiere amoldar a la superficialidad, a la respuesta genérica de “estoy bien, gracias”. Necesitamos ir más profundo, viendo si realmente Cristo está siendo formado en el corazón de cada miembro. Y para llegar al corazón, hay que sacar la capa externa.

Las relaciones de discipulado deben apuntar al corazón. Antes de darse a luz, el pecado se concibe en el corazón (Stg 4:1), y allí buscamos aplicar todas las defensas posibles para el ataque de las tentaciones. Un hombre le pregunta a otro: ¿cómo estás amando a tu esposa y liderándola?; una mujer pregunta a otra: ¿cómo estás amando a tu esposo y a tus hijos en esta etapa?; le preguntamos a un joven: ¿cómo estás con respecto a tu pureza sexual, tanto en tus ojos como en tus pensamientos? Y creo que la pauta más evidente debe ser esta: realmente me importa si estás creciendo o no a la imagen de Cristo (1 Jn 3:18), y yo quiero colaborar para que eso se lleve a cabo, haciendo las preguntas difíciles que pueden revelar aspectos del corazón y ayudarte a batallar, crecer, y continuar fielmente en el camino de la santidad. Eso es amor. Eso es discipulado.

¿Y ahora qué hago?

Si hoy en día no hay nadie en tu vida haciendo las preguntas difíciles, o tú mismo no estás haciéndolas a otros, empieza tú el primer paso. No hay que hacer un curso ni nada por el estilo. Pídele a otros en tu iglesia que te pregunten sobre aspectos íntimos de tu vida, que te pregunten cada vez que te vean, que puedan juntarse semanalmente y cada uno rendir cuentas al otro en su vida espiritual. La santidad de la iglesia no es un deber del pastor: es un deber de cada miembro que la conforma. No es el pastor, sino todos nosotros, los que fuimos llamados con la autoridad de Jesús a ir y hacer discípulos enseñándoles todo lo que Cristo nos ha mandado. No es el pastor, sino todos nosotros, los que fuimos llamados a santidad. ¿A quién buscarás amar esta semana y hacerle preguntas difíciles?

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