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Cuando leí por primera vez la palabra “complementarianismo”, me sorprendí de que existiera un término que definiera de manera tan precisa lo que enseña la Biblia sobre los roles del hombre y la mujer. Al igual que la palabra Trinidad, que no aparece en las Escrituras pero define un concepto bíblico, el complementarianismo no lo encontraremos como tal en la Biblia; pero el concepto que engloba está basado en la Palabra de Dios. Se origina de la palabra “complemento”, definida por el Diccionario de la Real Academia Española como “cosa, cualidad o circunstancia que se añade a otra para hacerla íntegra o perfecta”. Lo que entendemos entonces es que tanto la mujer como el hombre fueron creados a la imagen y semejanza de Dios, pero con diseños y roles diferentes, que se complementan el uno al otro para poder cumplir el plan perfecto de Dios.

El Egalitarianismo, contrario al complementarianismo, enseña que el hombre y la mujer poseen igualdad en sus roles, no solo en dignidad. Por tanto, el hombre y la mujer tienen la misma autoridad eclesiástica, por lo que las mujeres pueden ejercer como pastoras de la iglesia y como cabezas del hogar, aun en la presencia de otros hombres capaces. La verdad es que las enseñanzas de Pablo en 1 Timoteo 3:2 y Tito 1:6 contradicen esta postura, como lo hace el testimonio de todas las Escrituras al presentar un liderazgo masculino en su narrativa y doctrina. El origen del egalitarianismo se le atribuye al movimiento feminista, y en estas últimas décadas ha cobrado fuerza en América Latina. Como esta enseñanza contamina la sana doctrina que nos fue encomendada, no podemos quedarnos de brazos cruzados: debemos luchar. Por eso es importante conocer más a fondo cuáles son los límites y roles de la mujer, tanto en el hogar como en la iglesia. Veamos entonces lo que comprende el término complementarianismo:

  1.  El hombre no es superior a la mujer en cuanto a diseño; pero al hombre le fue dado el rol de cabeza y líder tanto del hogar como de la iglesia, y debe ejercerlo de manera responsable, con gracia y con amor (Efesios 5:23).  Esto no significa de ningún modo someter a la mujer de manera autoritaria, sino cuidarla, protegerla y guiarla en su caminar juntos como hijos de Dios. El complementarianismo se opone a la opresión de la mujer.
  2.  El verdadero liderazgo del hombre sobre la mujer modela la actitud de Cristo con su iglesia, quien la guía con amor sacrificial y servicio. El trato que le da a la mujer se caracteriza entonces por lo que dice 1 Pedro 3:7: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”.
  3. La mujer se sujeta voluntariamente a su esposo, pues está reflejando con su actitud la sumisión de la iglesia a Jesucristo. El deber de la esposa es afirmar las cualidades de liderazgo de su esposo, complementándolo con los dones que le fueron otorgados por Dios para ejercer su papel de ayuda idónea (Génesis 2:18).
  4. En el contexto eclesiástico, el complementarianismo se basa en  la verdad bíblica de que solo los hombres deben dirigir la iglesia en calidad de pastores (1 Timoteo 2:12). Sin embargo, la mujer puede enseñar a otras mujeres (Tito 2:4), servir como diaconisas (Romanos 16:1) y, debido a la empatía que pueden crear con su mismo género, la mujer puede ejercer la función de consejera de otras mujeres, trabajando mano a mano con el liderazgo masculino para la edificación y beneficio de las familias de la iglesia y las mujeres solteras.
  5. Los complementarianistas no solo permiten que las mujeres estudien la Palabra de Dios y la teología (1 Timoteo 2:11) sino que las estimulan a estudiar de manera formal, para poder guiar a otras mujeres en su caminar cristiano con una doctrina sana y con conocimiento.

Es nuestro deber como mujeres el comprometernos con las enseñanzas bíblicas y trasmitirlas a otras mujeres y a la siguiente generación, combatiendo la influencia de movimientos seculares que están permeando nuestros hogares y la iglesia establecida por nuestro Señor. 

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