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La reciente aprobación del matrimonio gay en Estados Unidos reaviva una vez más la siempre acalorada discusión acerca de la homosexualidad. La decisión de la Corte Suprema ha causado un gran revuelo, pero es llamativo que ha encontrado más aceptación que resistencia entre el pueblo americano. Esta decisión seguramente será el comienzo de otras que afectarán el ya debilitado carácter moral de esta nación. Desde hace muchos años, la sociedad norteamericana viene cayendo en un espiral descendente de corrupción. Otros países en América Latina están siguiendo sus pasos.

Entre las cosas que se escuchan de parte de quienes abogan por el matrimonio gay, hay una que merece especial atención y debe ser explicada con claridad. Me refiero al argumento de algunos que se profesan cristianos homosexuales. Personas que dicen ser creyentes, que asisten a la iglesia y leen la Biblia, pero que practican un estilo de vida homosexual.

Algunos cristianos genuinos piensan que de verdad es posible ser creyente y todavía practicar el homosexualismo. Pero esta confusión manifiesta una falta de comprensión bíblica del arrepentimiento, y un defectuoso entendimiento de lo que implica la regeneración, la fe y la conversión del pecador.

Definiendo términos

El estilo de vida homosexual fue practicado desde muy temprano en la historia de la humanidad. El relato de Sodoma y Gomorra nos ofrece bastante luz respecto a esta práctica y la gran influencia que tuvo sobre esa sociedad (Génesis 19). Por eso, desde un comienzo fue prohibido, y se advirtió al pueblo de Israel del castigo correspondiente (Levítico 18:22-23). Mejor dicho, la práctica de la homosexualidad fue considerada como un pecado, condenada por Dios y digna de la reprobación divina (Levítico 20:13; 1 Reyes 14:23-24). Además, toda forma de homosexualismo fue condenada, al punto que se advirtió al pueblo de no vestir ropa del sexo opuesto (Deuteronomio 22:5).

El Nuevo Testamento no presenta una visión distinta de este pecado. Al contrario, es también enfático y contundente en apuntar al carácter pecaminoso del homosexualismo y de condenarlo:

“La ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes, para los impíos y pecadores…para los homicidas…los fornicarios…los sodomitas…”, 1 Timoteo 1:9-10.

“No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos….heredarán el reino de Dios”, 1 Corintios 6:9-10.

“Como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”, Judas 1:7.

Ahora bien, como sucede con cualquier otro pecado, la sangre de Cristo es suficiente para hacer remisión y limpiar toda maldad (1 Juan 1:7). Cuando los hombres se arrepienten y abandonan sus malos caminos, son perdonados y reconciliados con Dios. De la misma manera, el homosexual también puede hallar misericordia para el perdón de sus pecados, para su transformación a la imagen de Cristo, y el regalo de la vida eterna.

Arrepentimiento

¿Qué significa arrepentirnos? ¿Puede una persona decir que se arrepintió y se convirtió a la fe y seguir practicando abiertamente el pecado del homosexualismo? ¿Puede una persona homosexual llamarse creyente?

Para empezar a responder a estas interrogantes debemos establecer una definición de lo que es el arrepentimiento bíblico. Las palabras que se usan en el Nuevo Testamento para describirlo tienen el sentido de un cambio de parecer, o de volver o regresar. El arrepentimiento implica un cambio de mente y un volverse a Dios. Es similar a la idea de conversión que se presenta en el Antiguo Testamento: Volver y convertirse a Dios (Isaías 55:6-7; Jeremías 25:5; Ezequiel 33:11). En esta misma línea, debemos apuntar que el apóstol Pedro en su primer discurso llamó a los hombres diciendo, “Arrepentíos y convertios” (Hechos 3:19).

De otro lado, el apóstol Pablo nos habla de un aspecto del arrepentimiento que no debe separarse del mismo: el lamento y la tristeza. Cuando escribió a los corintios les dijo: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación…” (2 Cor. 7:10). Se entiende que esta emoción es producida por nuestra conciencia de pecado y por haberle fallado a Dios. Tal como lo expresó David cuando confesó su falta: “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmos 51:4).

A partir de aquí es importante reconocer los elementos que constituyen un arrepentimiento genuino: el elemento intelectual, el emocional, y el volitivo. El intelectual porque reconoce el pecado. El emocional por la tristeza de haberle fallado a Dios. Y el volitivo porque se abandonan los malos caminos. Por eso podemos definir al arrepentimiento como un lamento genuino por el pecado, renuncia al pecado, y propósito sincero de abandonarlo para andar en obediencia a Dios. Cualquier experiencia que no contemple estos aspectos no es arrepentimiento.

Es por eso, que el apóstol Juan fue enfático hablando de aquellos que habían recibido la gracia del nuevo nacimiento al decir: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado…” (1 Juan 5:18). La regeneración es una obra de Dios, y es segura y evidente pues le da nueva vida al pecador (2 Corintios 5:16); Un nuevo corazón para andar en sus caminos (Ezequiel 36:26), le concede el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25) y el don de la fe para confiar en Cristo para el perdón de sus pecados (Ef. 2:8-9). Quien ha nacido de Dios, no practica el pecado –como un estilo de vida–, porque tiene una naturaleza divina que lo impulsa a aborrecer el pecado y a amar la justicia.

Entonces ¿Puede un creyente ser homosexual?

De ninguna manera.

La biblia es enfática y clara en describir el carácter pecaminoso del homosexualismo, de prohibirlo y condenarlo. Por lo tanto, podemos y debemos afirmar junto con las Escrituras que aquella persona que practica el pecado, incluyendo el pecado del homosexualismo, no puede llamarse un creyente, porque nunca nació de nuevo, no se arrepintió, ni abandonó sus malos caminos y nunca creyó en Cristo para el perdón de sus pecados.

Ciertamente algunos creyentes puede que sean tentados hacia el pecado homosexual. Pero no tienen por qué caer en tentación, puesto que Dios es fiel en dar la salida para cada situación (1 Corintios 10:13). Pero como acabamos de ver, este creyente no so mofa en su pecado ni lo practica, sino que se lo confiesa y se arrepiente, buscando pureza sexual. No hay categorías en la Escritura para una persona que se goce de ser homosexual y sea cristiano. Sí las hay para pecadores arrepentidos, y eso somos todos.

¿Hay esperanza?

¡Claro que sí!

Los que practican el homosexualismo tienen el mismo llamado al arrepentimiento que se hace a toda clase de pecadores, sean adúlteros, ladrones, mentirosos, homicidas, fornicarios, etc. Ellos también pueden ser recibidos a misericordia, obtener el perdón de sus pecados, ser justificados, aceptados, adoptados y transformados como hijos de Dios para gozar de comunión con él. Esto es precisamente lo que Pablo dijo a los corintios en el mismo pasaje citado anteriormente donde condena al homosexualismo junto a otros pecados:

“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”, 1 Corintios 6:11.

Esta es la promesa del evangelio. Un mensaje de esperanza a todos los pecadores. Una gracia que se ofrece a los hombres en Cristo Jesús. Una obra que Dios hace para salvar a los hombres de sus pecados. El único mensaje que salva y transforma al pecador. El mensaje que todavía esta vigente y que sigue llamando a los hombres a reconciliarse con su Creador.

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