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Deuteronomio 23 – 25   y   1 Corintios 7 – 8

“Cuando hagas un voto al SEÑOR tu Dios, no tardarás en pagarlo, porque el SEÑOR tu Dios ciertamente te lo reclamará, y sería pecado en ti”, Deuteronomio 23:21.

Hace algunos años atrás recuerdo haber leído que la Primavera del año 2000 llegaría a Chile con un día de atraso. Se pronosticaba que no sería el acostumbrado 21 de septiembre sino el 22 justo cuando el sol cruzara el hemisferio norte al hemisferio sur. Para ser más exacto a las 13:37 horas de ese día. ¡Vaya precisión! Esto no debe sorprendernos porque esta exactitud no es nueva, ya que era conocida desde los albores de la civilización humana.

Sorprendentes relojes solares, calendarios y otros mecanismos le permitían al hombre observar su pequeño planeta azul en relación con el resto del mundo celeste desde tiempos inmemoriales. Es justamente el precioso orden de la creación y sus leyes perfectas lo que le permite a la humanidad observar y analizar la naturaleza para obtener de ella datos precisos acerca de su constitución y desarrollo a fin de utilizar sus recursos y develar sus secretos. Las nobles matemáticas y las ciencias exactas le han dado precisión al desarrollo humano proveyéndole de un idioma y una reglamentación universal que han generado la incontable veta de descubrimientos de la que todos somos testigos.

Lamentablemente este afán de precisión no está en todos los ámbitos del quehacer humano. Hay terrenos en donde el hombre prefiere la imperfección,  la inexactitud y la confusión. El ambiente moral es uno de ellos. Hace un tiempo atrás salió a cartelera una película que trataba de un hombre invisible. El director de la misma dijo que su premisa era demostrar que la moral solo nos afecta mientras podamos ser vistos, y que en cuanto dejamos de ser observados  nos convertimos en seres opuestos a lo que nuestra moral pública proclama.

Ambigüedades como estas hacen  que nuestra parte anímica se haya convertido en un área incongruente, difícil de entender, capaz de sorprendernos tanto como se sorprendieron los especialistas teólogos infalibles de la antigüedad con las teorías de Galileo. Desde Freud hasta los nuevos paradigmas del estudio del alma como Brian Weiss, por ejemplo,  todos ellos están tratando de poder armar el rompecabezas del corazón humano desembocando más en una búsqueda filosófica que científica. Hay tantas teorías, tantos planteamientos, tantos tipos de cura como especialistas en los temas del alma.

Bueno, para añadir más leña al fuego quisiera señalar que el Señor diseñó un sistema de precisión para la calibración del alma a su estado óptimo. Lo llamó “Obediencia a los Mandamientos” (OAM). Varios millones de hombres y mujeres han probado su eficacia durante milenios, y aunque ahora los nuevos especialistas infalibles (como somos pendulares hemos pasado de los teólogos a los científicos) lanzan sus garras contra ellos, con todo son incontables los que dan testimonio probado de buena salud anímica, moral  y espiritual al poner el OAM en práctica.

Su fórmula es sencilla pero eficaz: Dios, el creador del universo, diseñó leyes físicas y matemáticas que hacen que el universo pueda ser observado y entendido. Ese mismo Dios diseñó al hombre anímicamente y por lo tanto, puso leyes y principios que Él estableció para el correcto funcionamiento del alma.

El Señor espera que podamos llegar a ser personas confiables y dignas de confianza que podemos comprometernos con madurez. Pero para eso, debemos ejercitarnos en el cumplimiento de los pactos. Un primer paso, tiene que ver con nuestros compromisos asumidos voluntariamente. “Sin embargo, si te abstienes de hacer un voto, no sería pecado en ti. Lo que salga de tus labios, cuidarás de cumplirlo, tal como voluntariamente has hecho voto al SEÑOR tu Dios, lo cual has prometido con tu boca”, Deuteronomio 23:22-23.

Las cosas serían muy distintas si nuestra palabra fuera firme como el concreto y no débil como la gelatina. En el mismo sentido, nada produce más dolor en el alma humana que la arbitrariedad. Hay mucha gente enferma del alma porque fue atropellada como persona por sus propios pares. “No oprimirás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus conciudadanos o uno de los extranjeros que habita en tu tierra y en tus ciudades. En su día le darás su jornal antes de la puesta del sol, porque es pobre y ha puesto su corazón en él; para que él no clame contra ti al SEÑOR, y llegue a ser pecado en ti”, Deuteronomio 24:14-15. La desigualdad, la falta de oportunidades, el pisoteo social y la corrupción serán siempre elementos disociadores para la paz humana.

Es una máxima bíblica el dicho que señala que la felicidad es superior cuando uno da que cuando recibe. No todo es nuestro, es también del prójimo.  “Cuando sacudas tus olivos, no recorrerás las ramas que hayas dejado tras de ti, serán para el forastero, para el huérfano y para la viuda”, Deuteronomio 24:20. ¿Entenderemos algún día que la felicidad no está en cuánto tengo sino en cuánto estoy dispuesto a compartir?

¿Qué impide nuestra felicidad? ¿Qué provoca nuestra úlcera o nuestra depresión? Más allá de los desbalances químicos y genéticos de nuestro organismo, somos responsables de nuestra propia paz. Nada es más importante que la tranquilidad de una conciencia que no tiene que reprocharse. Muchos de los daños anímicos son producto de una conciencia alterada por un estilo de vida quebrantador de reglas. “No tendrás en tu bolsa pesas diferentes, una grande y una pequeña. No tendrás en tu casa medidas diferentes, una grande y una pequeña. Tendrás peso completo y justo; tendrás medida completa y justa, para que se prolonguen tus días en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da”, Deuteronomio 25:13-15. La hipocresía, el doble discurso y la mentirita piadosa son como la gota de poderoso ácido que perfora el duro acero.

Hoy por hoy, los consultorios de siquiatras y sicólogos están llenos de parejas que buscan respuestas a sus problemas matrimoniales y su profunda insatisfacción. El Señor estableció principios sumamente sencillos para disfrutar de la intimidad en la vida conyugal. Por ejemplo: “Que el marido cumpla su deber para con su mujer, e igualmente la mujer lo cumpla con el marido. La mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido. Y asimismo el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer”, 1Corintios 7:3-4.

El Dios de los cristianos se ha preocupado por revelarle a sus hijos todos los criterios necesarios para vivir y ser felices durante su peregrinaje en la tierra. Por eso, una persona que se compromete con los mandamientos de Dios tiene una probabilidad del 100% de encontrar sentido y significado a su vida a través de la sencilla obediencia. Podrá haber muchas tendencias, infinidad de escuelas, millones de propuestas, pero nosotros nos quedamos con la propuesta de Pablo:

Porque aunque haya algunos llamados dioses, ya sea en el cielo o en la tierra, como por cierto hay muchos dioses y muchos señores, sin embargo, para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros somos para El; y un Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por medio del cual existimos nosotros”, 1Corintios 8:5-6.

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