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Hay una cosa en la que muchos cristianos están de acuerdo hoy en día: necesitamos un avivamiento genuino. Ante el aumento de la violencia, la recesión económica y un creciente sentimiento de desesperanza, reconocemos que nuestro reto fundamental no es político o social; es espiritual. Debido a que estos desafíos requieren de la perspectiva y fuerza divina, podemos beneficiarnos al revisar el panorama de la historia cristiana para aprender de las generaciones anteriores. De las muchas personas y movimientos que se podrían considerar, Charles Haddon Spurgeon es especialmente instructivo ya que su legado demuestra precisamente lo que más se necesita hoy en día.

Cuando el joven Spurgeon, de 19 años de edad, recibió un llamado a la iglesia New Park Street en abril de 1854, la iglesia era incipiente y poco saludable; pero dentro de diez meses, la congregación creció a un tamaño tal que se vio obligada a mudarse a Exeter Hall. En poco tiempo, incluso Exeter Hall fue insuficiente, lo que provocó otra mudanza, esta vez a Surrey Gardens Music Hall, donde Spurgeon predicaba a más de 9,000 hombres y mujeres cada domingo. El ministerio continuó floreciendo, tanto que el 7 de octubre de 1857, el Príncipe de los Predicadores se dirigió a una multitud récord de 23,654 en el famoso Palacio de Cristal. Algo extraordinario estaba ocurriendo.

Más que talento

Fue en marzo de 1861, cuando la congregación de Spurgeon finalmente se trasladó al Tabernáculo Metropolitano, donde predicaría los próximos 31 años y personalmente vería a más de 14,000 hombres y mujeres profesar su fe en Cristo. Una vez allí, comenzó un orfanato, su Colegio de Pastores, y, finalmente, produjo una avalancha de sermones publicados que le darían la vuelta al mundo. Tal productividad naturalmente plantea la duda: “¿Por qué usó Dios a C. H. Spurgeon de esa manera tan profunda?”

El carácter excepcional de los dones de Charles Spurgeon es innegable (como sus sermones demuestran). Sin embargo, como reacción a esta pregunta, Spurgeon ofrece una respuesta diferente:

Si tuviéramos al Espíritu marcando nuestro ministerio con poder, nuestro talento significaría muy poco. Los hombres pueden ser pobres y sin educación, sus palabras pueden estar rotas y sin gramática; pero si el poder del Espíritu les asiste, el evangelista más humilde sería más exitoso que el teólogo más educado o el más elocuente de los predicadores.

Después de leer esta cita, me imaginé a Spurgeon montando el púlpito del Metropolitano, donde habitualmente se repetía a sí mismo, “Creo en el Espíritu Santo. Creo en el Espíritu Santo. Yo creo…” Tal ha sido mi propia práctica en la última década como predicador, siguiendo el ejemplo de Spurgeon (la única parte de Spurgeon que puedo imitar de manera efectiva). Hay una lección en esto. La fuerza mental y la elocuencia de la palabra (para aquellos que las poseen) pueden reunir grandes multitudes y obtenerte reconocimiento, pero sólo el poder del Espíritu puede llegar a un alma humana y transformarla. Y esto, mis amigos, es lo que nuestra nación y el mundo más necesita: la transformación verdadera a través del evangelio.

La realidad del avivamiento

El ministerio de Spurgeon estaba dedicado al avivamiento; él no se conformaría con algo menos. En sus propias palabras, “Muerte y condenación a la iglesia que no anhela al Espíritu, y que no llora y gime hasta que el Espíritu ha obrado poderosamente en medio de ellos”. Para que esto suceda, sin embargo, Spurgeon se dio cuenta de que el Espíritu necesitaba primero comprometer su propia alma. Por lo tanto, en su sermón titulado “Mi oración”, remarca:

La oración, “Despiértame a Tus Caminos”, se refiere a la necesidad frecuente del creyente. . . . Ustedes mismos saben, en sus propias almas, que su espíritu es más apto para hacerse perezoso y que tiene necesidad frecuente de hacer esta oración, “Despiértame”. Si hay una oración en el libro que constantemente repito, es precisamente esta.

Tras primero haber buscado una renovación personal del Espíritu de Dios, Spurgeon luego oró por su iglesia. En un mensaje titulado “Un Antídoto para Muchos Males”, dice:

El sermón de esta mañana, entonces, se dirigirá especialmente a mi propia iglesia, sobre la necesidad absoluta de la verdadera religión en medio de nosotros, y del avivamiento de toda la apatía e indiferencia. Podemos pedirle a Dios una multitud de cosas, pero entre todas ellas, que ésta sea nuestra principal oración: “Señor, avívanos; ¡Señor, avívanos!”

Hay ejemplos numerosos de este tipo de oración. El punto es simple: la búsqueda del avivamiento era una prioridad para Spurgeon. ¿Y cuál fue el resultado de su petición? Durante los años en que Spurgeon estuvo orando, las iglesias protestantes en Londres disfrutaron de un aumento del 60 por ciento en asistencia, superando el crecimiento de la población de la ciudad. Al mismo tiempo, el Espíritu se movió poderosamente en los Estados Unidos, especialmente en el invierno de 1857 y 1858 a través de las reuniones de oración del mediodía de la calle Fulton en Brooklyn, Nueva York. Mientras ambos lados del Atlántico le daban la bienvenida a olas de avivamiento, Spurgeon señaló en 1859, “En este tiempo, los conversos son más numerosos de lo que eran anteriormente, y el celo de la iglesia va creciendo extremadamente”.

Avivamiento en nuestros días

Cuando nuestros amigos, compañeros de trabajo, vecinos y seres queridos descienden a niveles más profundos de desesperación, la iglesia está preparada para dirigir la atención del mundo al Evangelio de Cristo en el que encontramos la luz del avivamiento espiritual. Spurgeon articuló la visión de esta manera:

Hay que reconocer que, en este momento, no tenemos el derramamiento del Espíritu Santo que desearíamos. . . . No buscamos emociones extraordinarias, esos asistentes falsos de avivamientos genuinos, lo que sí buscamos es el derramamiento del Espíritu de Dios. . . . El Espíritu está soplando en nuestras iglesias con su aliento cordial, pero es un vendaval vespertino suave. ¡Oh, que llegue un viento recio y poderoso, que se lleve todo delante de él! Esto es lo que le falta a este tiempo, el gran anhelo de nuestro país. ¡Que esto venga como una bendición del Altísimo!

El avivamiento que Spurgeon describe, muy bien puede estar en nuestro horizonte, no observable a simple vista; pero a través de los ojos de la fe, en el contexto de los siglos pasados, podemos ver suficiente de su resplandor como para creer que existe. Tanto si se queda en la distancia, o si debe acercarse, el tiempo lo dirá. Mientras tanto, ¿por qué no habríamos de darnos a la oración y a la proclamación con la esperanza de ver avivamiento genuino en nuestros días?


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Ana Silvia Robinson.
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