¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Una vez le pregunté a una clase de jóvenes: “¿Qué es la santificación?”. Las respuestas eran muy comunes para estudiantes creciendo en una cultura “cristiana” pero con personas no necesariamente cristianas. Un estudiante dijo, “Es no hacer cosas malas como mentir, robar, tomar alcohol, tener sexo, etc”. Otro estudiante respondió, “Es cuando llegamos a otro nivel de ‘profundidad’ en nuestra relación con Jesús donde no hacemos cosas malas”. Estas respuestas me entristecieron porque aunque tenían un sabor a la verdad, no eran la verdad completa. De hecho, cometieron unos de los peores errores que podemos cometer en nuestra relación con Dios: poner la santificación antes de la justificación.

Nuestra justificación es el acto que cumplió Dios para perdonar nuestros pecados y declararnos justos delante de Él. Este acto lo cumplió Cristo en la cruz y la única manera de recibirla es por fe (Ro 3:28). Pero después de ser justificados, la obra de Dios continua en nosotros y somos progresivamente sanctificados. Ser sanctificado simplemente significa crecer progresivamente en semejanza en Cristo y libres del pecado. Es encontrarse cada día más vivo en Cristo y muerto al pecado (Ro 6:11). Pero no podemos ser más como Cristo si no hemos puesto nuestra fe en Él para nuestra justificación, primero, no importa cuanto obedezcas Su ley o cuantas buenas obras hagas.

Entre mis 19 y 21 años experimenté algo que solo puedo describir como un avivamiento personal al evangelio. Había conocido la verdad del evangelio por mucho tiempo, pero ahora, ¡estaba despierto al evangelio! Y gran parte de este avivamiento personal fue un entendimiento renovado de la relación entre la justificación y la santificación.

Anteriormente, mi comprensión de la santificación era muy similar a la de mis estudiantes. En pocas palabras, la santificación para mí era la abstinencia de cosas malas, y nada más. Claro, eso era un gran problema porque aunque me había engañado a mí mismo a pensar lo opuesto, todavía era una persona muy pecaminosa (como lo sigo siendo hoy, aunque en la gracia de Dios espero que cada vez menos). Mi santificación tenía mucho que ver con mi sentido de superioridad moral o la interpretación propia de mis experiencias, pero no tenía nada que ver con mi semejanza verdadera a Cristo. No tenía ninguna base además de mi propio conocimiento intelectual de Dios y lo que yo estaba haciendo para convertirme en una mejor persona. Y ese era mi problema: conocía las verdades de Dios, pero no las había experimentado sinceramente.

Necesitamos avivamiento

En el cuarto capítulo de Iglesia Centrada, Tim Keller habla acerca de la necesidad de que cada creyente experimente un avivamiento personal en donde la teología no es solamente idealizada, sino también vivida o experimentada. ¿Por qué describir esto como una necesidad? La respuesta la podemos encontrar en las palabras muy acertadas de Keller y Richard Lovelace,

“…mientras los cristianos saben intelectualmente que su justificación (aceptación por Dios) es la base de su santificación (su actual conducta moral), en su ‘existencia real día a día… dependen de su santificación para su justificación… y obtienen la seguridad de su aceptación con Dios de su sinceridad, su pasada experiencia de conversión, su reciente desempeño religioso, o de la relativa irregularidad de su desobediencia consciente y deliberada'”. (60)

El avivamiento personal de cada creyente es de gran importancia porque nos lleva a entender profundamente la razón de nuestra salvación. Nos da una base para nuestra santificación: nuestra justificación. De hecho, ¡esto es la obra del Espíritu Santo! (1 Co 6:11, Juan 15:26). El Espíritu nos apunta a Cristo y nos transforma cuando toma el conocimiento intelectual de nuestra justificación (algo que nosotros no hicimos) y lo usa para transformarnos en nuevas criaturas que crecen en semejanza a Cristo. Él nos da un corazón nuevo que late al ritmo de su gracia, y nos impulsa a experimentar la teología, no simplemente conocerla.

Entendimientos diferentes, resultados diferentes

Keller abunda sobre este tema (61). Si piensas que Jesús te acepta sobre la base de tus obras, entonces serás arrogante (cuando sientes que estás a la altura de las normas bíblicas), o inseguro y ansioso (cuando sientes que has fallado de alguna forma). Ahora bien, si entiendes que Jesús te acepta sobre la base del evangelio, entonces tendrás gozo, una disposición para admitir tus faltas, afabilidad para con todos, y una falta de egoísmo.

Espero que tu historia no sea una de depender solamente en tu conocimiento (“¡Sana doctrina 4 life!”); o tus experiencias (“Cuando vi a esa nube pasar, sabía que era Dios diciéndome que todo iba a estar bien”); o aún tu supuesta superioridad moral (“Yo estoy bien con Dios porque no fumo, bebo, etc”). Mi oración es que tus experiencias con Dios sean gobernadas por el conocimiento de Su evangelio que Él te ha otorgado por Su gracia a través de Su Palabra. Así es cómo funciona la santificación. Es una experiencia progresiva en el cual nos parecemos más y más a Cristo, de acuerdo a lo que Cristo ya ha cumplido en la cruz: nuestra justificación. ¡Santificación impulsada por el evangelio!

Tomemos mucho cuidado en no poner la santificación antes de la justificación. Obedecemos, sí. Crecemos en santidad, sí. Nos parecemos más a Cristo, ¡amén! Pero solamente sobre la base de nuestra justificación, el evangelio:

“El nos salvó, no por las obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que El derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador…”, Tito 3:5-6.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando