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A cada persona le encanta recibir el perdón, pero cuando se trata de extenderlo, muchos prefieren evadirlo. Evadir el perdón es un peligro para nuestro gozo. De hecho, no perdonar es una de las razones más comunes por las que los cristianos no experimenten la plenitud de gozo. Efesios 4:26 dice, “ Enojense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo”. Cuando nos rehusamos a perdonar, estamos dándole una oportunidad para que el pecado crezca por causa del diablo.

Esto lo vemos en la vida de David, particularmente en el momento que llegó a Bahurim, donde Simei lo estaba maldiciendo y tirándole piedras a él y a sus siervos. Al ver que Simei se estaba burlando de ellos, un sirviente de David le pidió permiso para matarlo. David respondió con palabras centradas en Dios,

“¿Qué tengo yo que ver con ustedes, hijos de Sarvia? Si él maldice, y si el Señor le ha dicho: ‘Maldice a David,’ ¿quién, pues, le dirá: ‘¿Por qué has hecho esto? Entonces David dijo a Abisai y a todos sus siervos: “Mi hijo que salió de mis entrañas busca mi vida; ¿cuánto más entonces este Benjamita? Déjenlo, que siga maldiciendo, porque el Señor se lo ha dicho. Quizá el Señor mire mi aflicción y me devuelva bien por su maldición de hoy”, (2 Samuel 16:10-12).

Aquí se ve claramente un hombre con un corazón conforme a Dios (1 Sam. 13:14). Sin embargo, hasta los hombres de Dios pueden endurecer su corazón al no extender perdón. Si leemos adelante en la historia podemos observar que antes de morir David le dijo a su hijo Salomón:

“Mira, contigo está Simei, hijo de Gera, el Benjamita de Bahurim; él fue el que me maldijo con una terrible maldición el día que yo iba a Mahanaim. Pero cuando descendió a mi encuentro en el Jordán, le juré por el Señor, diciendo: ‘No te mataré a espada.’ Pero ahora, no lo dejes sin castigo, porque eres hombre sabio. Sabrás lo que debes hacer con él y harás que desciendan sus canas con sangre al Seol”, (1 Reyes 2:8-9).

A veces el enojo que uno guarda puede endurecer el corazón por una vida entera. Y en este caso, David no solamente no perdonó a Simei, sino ¡también pasó el legado de no perdonar a su hijo Salomón!

Cuando no perdonamos

Cuando no perdonamos, entristecemos el Espíritu Santo (Ef. 4:30) y perdemos Su dirección y Su llenura. Y como Dios es la vid y nosotros los sarmientos, no podemos hacer nada sin Él (Jn. 15:5).

Muchas veces no queremos perdonar porque la persona no lo merece. Pero, ¿cuándo ha sido el perdón algo que extendemos en base a eso? ¡El perdón nunca se merece! Por eso se llama perdón, y no “ponerse de acuerdo”. La necesidad de perdón siempre incluye el dolor, la aflicción, la angustia, el daño, y hasta el deseo de rechazar y querer venganza contra el ofensor. Sin embargo, como cristianos tenemos un lugar a donde traer estos sentimientos: la cruz.

La cruz es donde Cristo pagó todos los pecados del mundo: los pecados que cometimos y los pecados que se han cometido contra nosotros. Olvidar esto y no perdonar es minimizar lo que Cristo hizo por nosotros. Al contemplar esto, veremos que no perdonar es aún peor que la ofensa que se cometió contra nosotros. ¿Por qué? Porque al hacerlo, estamos ofendiendo al que nos perdonó nuestra ofensa: Jesús. Jesús dio todo por nosotros. Somos sus embajadores (2 Co. 5:20) y esto incluye ser personas que perdonan a sus transgresores (Col. 3:13).

Obedecer a Jesús significa perdonar cómo Jesús

La realidad es que el perdón es una cuestión de obediencia al Señor, y ¡la falta de obediencia es una falta de amor por Cristo! (Jn. 14:21). Entonces, si la falta de perdón es desobediencia al Señor y es la causa mas común por la falta de gozo en el Señor, si no estamos sintiendo la cercanía del Señor, es vital preguntarnos ¿estamos en desobediencia? ¿Cómo podemos saber si hemos perdonado a alguien?

En respuesta a esta pregunta, el puritano del siglo 17, Thomas Watson, dijo lo siguiente:

 “…cuando nos esforzamos por erradicar todos los pensamientos sobre la venganza; cuando renunciamos hacerle daño, cuando nos afligimos con sus calamidades, cuando buscamos la reconciliación, cuando oramos por ellos, y luego demostramos la disposición de aliviarlos de sus cargas”.

Perdonar no es simplemente abstenernos de venganza, sino de exhibir un cambio en nuestro corazón. ¿Cómo hacemos esto?

Primero, hay que esforzarnos por erradicar todos los pensamientos sobre la venganza, y mantener la unidad. Efesios 4:2-3 dice “Que vivan con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándose unos a otros en amor, esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. El hecho que Pablo dice “esforzándose” implica que esto será un trabajo difícil que en momentos irá contra nuestros deseos carnales (Gá. 5:17).

Segundo, renunciamos hacerle daño a nuestros ofensores. Este daño puede ser sencillamente los chismes. Aunque dije sencillamente, la realidad es que los chismes nunca son sencillos porque podemos dañar la reputación de una persona en la mente de otros, y la realidad es que esto es la intención del corazón en aquel que está chismeando (Stg. 3:6).

Tercero, nos afligimos con sus calamidades. “Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran” (Ro. 12:15). Es natural que cuando algo le ocurre a las personas que nos han hecho daño, no nos duele sino que nos sentimos satisfechos porque recibieron lo que merecían. Recordemos que Dios no nos dio lo que merecíamos sino que nos trató con misericordia y gracia.

Cuarto, buscamos la reconciliación. ¿Qué dice la Palabra que debemos hacer cuando un hermano tiene algo contra nosotros? “Deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt. 5:24). No esperemos que el ofensor venga a nosotros, sino busquemos la reconciliación porque: “Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres” (Ro. 12:18).

Quinto, oramos por el ofensor. ¿En que forma oramos? ¿Decimos: “Señor demuéstrale que tengo razón o que el otro está mal”? ¿Mandamos fuego sobre ellos? O incluso, ¿oramos como Cristo cuando dijo: “Perdónales porque no saben lo que hacen”? Oremos que el Señor tenga misericordia de ellos.

Por último, demostramos una disposición para aliviarles de sus cargas. Cuando ellos necesitan algo, ¿les ayudamos o ignoramos? Lucas 6:35 dice, “Antes bien, amen a sus enemigos, y hagan bien, y presten no esperando nada a cambio, y su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo; porque El es bondadoso para con los ingratos y perversos”.

Todo esto es posible solamente si estamos caminando en el Espíritu (Gá. 5:16). Para poder amar como Cristo amó, y perdonar como Cristo perdonó, ¡tenemos que caminar como Cristo caminó! Y como somos nuevas criaturas (2 Co. 5:17), Dios nos ha dado el poder necesario para caminar así. Cuando somos obedientes y caminamos como Él caminó, el mundo verá Su amor, Su poder, Su sabiduría y Su autoridad sobre todas las cosas.

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