¡Únete a nosotros en la misión de servir a la Iglesia hispana! Haz una donación hoy.

×

Perdimos un hijo, pero ganamos algo mayor

Charles Spurgeon una vez dijo lo siguiente acerca del sufrimiento:

Sería una experiencia demasiado punzante y desafiante pensar que sufro una aflicción que Dios nunca me ha enviado, que la amarga copa no ha sido llenada por Su mano, que mis desafíos no fueron medidos por Él, ni enviados hacia mí sin Él arreglar su peso y cantidad.

Estas son algunas de las palabras más aleccionadoras que he podido leer. Hace un mes, yo no podría haber conocido ni su profundidad ni su peso. Ahora si puedo.

Esta es la historia de cómo hemos perdido una hija, y ganamos algo mucho más grande.

La pregunta favorita de la gente cuando les dices (o ellos ven) que tu mujer está embarazada es (casi universalmente)… ¿varón o hembra? Es una pregunta razonable, por supuesto, porque lo que estás esperando (sea niña, niño, gemelos, o más) afectará la trayectoria de tu vida, casi tanto como el hecho de que estás teniendo un hijo.

A mi esposa, Jen, y a mí, nos gusta ser “sorprendidos” por lo que estamos esperando. Le añade un poco de emoción al hecho del nacimiento. (Claro: no es que Jen esté de acuerdo con que los nacimientos necesitan alguna “emoción” adicional). Era algo que estábamos esperando ansiosamente en esta ocasión. Ya teníamos un niño y una niña, así que (al menos para mí) ya no existía esa punzante necesidad de querer un niño, como sí la hubo durante el primer nacimiento.

Tanto nuestro hijo como nuestra hija son especiales para mí, pero de diferentes maneras. Los muchachos son tumultuosos y desinhibidos. Las niñas son irremediantemente dulces, pero igualmente dramáticas. Los amo a ambos profundamente. Yo estaba entusiasmado por averiguar cuál de los dos (si niño o niña) se agregaría a nuestra familia que en pocos días sería de cinco miembros. A medida que nos acercábamos a la fecha programada, me di cuenta de lo emocionado que me encontraba.

Lo último que escribí en mi diario, antes de que nuestro bebé nonato muriera hace tres semanas, fue lo siguiente:

Estoy realmente entusiasmado con nuestro tercer bebé. Super emocionado. Finalmente leí el Libro de Nacimiento y me di cuenta de lo curioso que estaba por conocer el sexo. No podría estar más cautivado en este momento. También tengo la esperanza que el trabajo de parto de Jen sea rápido e ininterrumpido.

Eso fue el lunes por la mañana. Dos horas más tarde, Jen me dijo que no había sentido al bebé moverse en toda la mañana. Ella tenía 36 semanas de embarazo.

*  *  *  *  *

Nuestro pastor, Matt Chandler, siempre dice: “Tu vida puede cambiar con una sola llamada telefónica. No estás excento”. El problema es que yo siempre pensé que lo estaba. También pensé que mis amigos lo estaban. Esto es una ilusión, por supuesto. Unos 100 minutos después recibí una llamada telefónica de mi esposa: me dijo que la partera le solicitaba que se hiciera una ecografía porque no podía sentir el corazón del bebé.

Siendo honestos, no necesitábamos la ecografía. Era una mera formalidad. Ambos ya lo sabíamos. Ambos lo supimos mientras íbamos hacia el hospital. Los dos sabíamos cuando la pusieron en la silla de ruedas. Los dos lo supimos, cuando tuvimos que repetir la ecografía en un segundo ecógrafo, porque pensamos que el primero estaba roto. El médico ni siquiera tenía necesidad de decirnoslo, pero lo hizo de todos modos. Tres palabras que cambian el resto de tu vida. Puede que no haya tres palabras más devastadoras que esas.

No hay latido.

Todas las emociones al mismo tiempo.

*  *  *  *  *

Nuestro amigos, la familia y la iglesia fueron increíblemente amable durante los días que siguieron. Es imposible para mí remarcarlo lo suficiente. Ellos estuvieron increíbles. El peso no lo cargamos solos sobre nuestros hombros, lo que hizo que el tener que degustar esta creciente pesadilla fuera, al menos un poco, más digerible.

John Piper escribió una vez que él “ama las lágrimas prontas de los hombres fuertes”. Ahora tengo algunas camisetas viejas que estarían de acuerdo con él. Mis amigos vinieron, me sostuvieron, y lloraron conmigo. Sus esposas vinieron, y sostuvieron a mi esposa. Fue un torrente espectacular de la gracia de Dios, al darnos estas amistades profundas y duraderas.

Estos amigos, con los que hemos acumulado entre 1,000 a 3,000 días comunes, llevaron una parte de nuestra carga. No estoy seguro de cómo hubiéramos podido avanzar sin ellos, y sin sus oraciones. El Señor nos sostuvo a través de todo. Ciertamente no nos sostuvimos nosotros mismos.

*  *  *  *  *

La mañana después de que nos dieron la noticia, nos sentamos en el carro en el hospital con nuestra amiga (la partera y enfermera que recibiría a la bebé) Andrea, justo antes de ir a hablar con el médico sobre cómo se llevaría a cabo el proceso de retirar a nuestro bebé de la panza. Los tres lloramos suavemente mientras ella oraba por nosotros.

Ese día se sintió como mil días condensados ​​en 24 horas. Así que una gran parte está borrosa, y sin embargo, tantos momentos están grabados en una capa de mi mente y corazón reservada a los pocos días de nuestra vida que no son mundanos.

Llenamos el papeleo en la oficina del doctor, que se sintió como tomar el examen más difícil del bachillerato. Dimos un largo paseo con un gran amigo por todo el centro médico. Lloramos con nuestros pastores. Almorzamos con Andrea (quien se quedó con nosotros todo el día), mientras tratábamos de mantener el equilibrio en las bolas inflables enormes usadas para dar a luz, esparcidas por toda la sala de partos.

El anestesiólogo entró como Mike de Breaking Bad. No hubo palabras, solo negocios. Jen le pregunta si ella tendría elefantiasis después de recibir la epidural. Fue el día más lento y veloz al mismo tiempo.

También fue el más emotivo. Antes de salir para el hospital temprano esa mañana, Jen dijo: “Si Dios quiere, este será el día más difícil que alguna vez pasaremos”. Siempre sientes como si te hubieras vaciado a ti mismo de la emoción, pero solo sigue viniendo. Es agotador.

Jen estuvo monumental. Sería negligente no mencionar lo maravillosa que estuvo en toda la semana. Yo estuve (en su mayoría) hecho un desastre. Un desastre de lágrimas y emociones y dolor intenso. Ella estaba tranquila y confiada: En el Señor, en sí misma y en mí. Nuestro matrimonio pudo haberse celebrado hace cinco años, pero fue grabado a fuego en mi corazón durante esta semana.

Luego de un rato, ella dió a luz a nuestro hijo que no respiraba. El médico me mostró el sexo. Miré a mi esposa y le dije: Tuvimos una niña. La llamamos Kate Noelle. Jen la tomó de las manos del médico.

“Oh, mi bebé, mi bebé. Ella es hermosa”.

*  *  *  *  *

Los nacimientos de bebes mortinatos no son únicos. Esto no disminuye el aguijonazo ni borra el dolor, pero al menos te recuerda que muchos padres han recorrido este camino. Mi mamá tuvo un niño que nació muerto. A algunos de los padres de nuestros amigos les pasó también. Uno de cada 115 embarazos termina con un bebe que nace muerto.

No queremos gritar a viva voz: “¡¿Por qué a nosotros?!” cuando esto es algo común para tantos otros. En su lugar, queremos decir: “Sí, nosotros también, y gracias a todos los demás que antes que nosotros caminaron este camino con gracia”.

Hay una pareja de nuestra iglesia, Ben y Ashley Barr, cuyo hijo Thomas murió de forma similar en la misma habitación de ese hospital, justo una semana antes. Habían caminado, literalmente, el camino que caminamos nosotros, y lo caminaron bien. Nos dió una mucha esperanza esa gran fidelidad.

*  *  *  *  *

Jen me preguntó cuál era mi recuerdo imborrable del día de nacimiento de Kate. Hay muchos. Uno que sobresale es el estar caminando con Andrea desde la sala de partos, y hacia la sala de espera del hospital, después de que Kate nació, y encontrar a nuestros amigos, familias y niños.

“Te casaste con una gran mujer”, me dijo ella. “Lo sé”, contesté.

Caminamos en silencio. La mirada fija a mil metros de distancia, y un paseo como de un millón de kilometros. Finalmente le dimos la vuelta a la esquina. Busqué a mis hijos, pero encontré a mis padres. En el fondo había una multitud de personas y de lágrimas. Creo que vi a nuestro pastor hincado de rodillas. “Tuvimos una niña”. Yo apenas podía pronunciar las palabras. “Ella es tan linda”.

Llegamos a presentarle a Kate a su hermano y su hermana. Pudimos leer como una familia y Hannah llegó a cantar nuestro EFG (en lugar de nuestro ABC). Hannah y Jude llegaron a orar por el bebé. Les dijimos que la bebé iba a vivir con Jesús.

Hannah no podría haber estado más orgullosa. Judas le dio algunas palmaditas un poco cuestionables a Kate, lo cual él es propenso a hacer. Ellos la amaron tanto como se aman el uno al otro. De todos los pesares que tuvimos, el más duro es, probablemente, no poder darles eso que habían estado esperando ansiosamente durante meses.

Ellos no pudieron entender, pero algún día lo harán, y queríamos tener fotos y momentos para poder ayudarles a recordar. Le dije a mi amigo Josh que no quiero proteger a mis hijos de las cosas difíciles. No quiero que ellos solo sepan de los buenos momentos. No quiero que vean solo nuestro lado bueno, porque se sentirán decepcionados poderosamente cuando salgan de casa; de nosotros, y de cómo funciona realmente el mundo.

Una de nuestras mayores alegrías de toda la semana fue poder compartir esos minutos fugaces con nuestra familia momentánea de cinco.

Jen y yo también pasamos una noche en el hospital con nuestra hija. La intersección entre necesitar dormir desesperadamente, y no querer perderte los minutos que te quedan antes de que nunca más veas a tu niña otra vez, es muy fuerte. Dormí por momentos. Es así para todos en los hospitales. Sostuve a Kate en mis brazos cerca mientras su madre descansaba. Fue un buen momento. Uno que estoy agradecido de haber tenido.

Fue una noche agridulce, sabiendo que nunca podríamos posar los ojos sobre nuestra hija otra vez. Pero el Salmo 139:16 dice que el Señor ya ha contado todos nuestros días.

Tus ojos vieron mi embrión; fueron escritos en tu libro, cada uno de ellos, los días que se formaron para mí, cuando aún no había ninguna de esas cosas.

He recibido alrededor de 11,500 de estos dias, hasta el momento. Kate solo recibió alrededor de 250. Eso parece injusto. Pero el Señor no se sorprendió cuando ella falleció, y tenemos consuelo al saber esto.

*  *  *  *  *

Mientras nos preparábamos para ir a casa al día siguiente, más amigos nos visitaron y sostuvieron nuestra niña. Más lágrimas. Pero también una despedida alegre al saber que volverían a verla algún día.

Le pregunté a Andrea si podía venir al hospital. Conozco a Andrea desde que estábamos en la escuela primaria, pero no siempre tuvimos un relación estrecha, sino con altibajos. Ella es una amiga estupenda. Nunca pensé que le estaría enviando mensajes de texto, siendo ambos adultos, para que viniera a ayudar a despedirnos de nuestro bebé. Jen quería depositar a Kate en los brazos de Andrea. Y de nadie más.

Le dije a Jen que su trabajo ya estaba hecho, y que lo había hecho bien. Había concluido. Eso trajo paz. Besamos su rostro pequeño y le susurramos: “Hasta pronto, dulce niña.”

*  *  *  *  *

Conducir del hospital a la casa sin tu niño, es un camino que espero que nadie que esté leyendo esto tenga que tomar alguna vez. Es algo triste y brutal. Todo lo que quieres escuchar es aquello mismo de lo has tratado de escapar en los últimos años: un niño gritando.

Descansamos un día, y nos fuimos a la funeraria el jueves. Solo hay un par de razones por las cuales los treintañeros andan en las funerarias. Ninguna de ellas es buena. Y esta lo era menos aún.

Nos destrozaron los detalles. Fue algo surrealista. Escoger flores para el ataúd de tu bebé. Escoger el ataúd para tu bebé. Dios mío. Elegimos cuatro rosas blancas que representaban a cada miembro de nuestra familia para rodear al ataúd de Kate durante el funeral. Elegimos un lote en el cementerio. Eso me destruyó.

Ella sería enterrada junto a Thomas. Compartió una sala de partos con él. Ahora comparte un lugar de descanso eterno. Jen encontró un gran gozo en esto.

*  *  *  *  *

El servicio memorial fue el sábado por la mañana. Leí una carta que había escrito en la semana. No pensé que podría hacerlo hasta el final. Sin embargo, el Señor continuamente me sostuvo. Miré al grupo de 50 o 75 amigos y familiares más queridos, e hice mi mejor esfuerzo para predicar sobre lo que habíamos aprendido esa semana. He aquí parte de lo que leí:

Hebreos 5: 8 nos recuerda que Jesús aprendió la obediencia por medio de su sufrimiento. Hemos sentido el peso de ese versículo esta semana, y podemos dar testimonio de que es bueno. Perdimos a Kate, pero tenemos más de Dios, y esto es algo dulce.

No hay rencor en nosotros. ¿Cómo podría haberlo? Ni siquiera tenemos prometido el mañana. Somos sustentados aquí en la Tierra, en un universo en expansión, solamente por la palabra de Dios. No se nos debe nada.

Estamos, en cambio, agradecidos de haber conocido a Kate. De haber podido compartir la mitad de un día con ella. Jen pudo compartir ocho meses con ella. ¡Esto es un regalo! Ni más ni menos que un gran regalo. Y mientras Jen quería conocer a Kate, y ver su carita y sentir su abrazo, nos alegramos de que ella vio a Jesús primero.

*  *  *  *  *

En algún grado, siempre me ha gustado ser el centro de atención. Creo que todos sentimos esto de alguna u otra manera. Esto parece una cosa muy personal de admitir, pero como también estoy escribiendo sobre la pérdida de un hijo, supongo que estamos más allá de eso. Esta fue la semana en que, al mismo tiempo, abracé y detesté ser el centro de atención.

Lo abracé porque me alegré de brillar con una luz del Señor, y lo odié porque realmente deseé que no fuera de esta manera.

En el último de estos momentos siendo el centro de la atención, me encontré llevando el ataúd de mi hija desde el coche fúnebre hasta su tumba. Hablé con nuestro pastor unas horas antes de que esto pasara. Él me miró a los ojos y me dijo que, como su padre, no me arrepentiría al poner su ataúd en el suelo.

Temblé mientras estaba parado en el camino, a unos 25 metros de su lugar de descanso, y me quedé mirando al ataúd del tamaño de un cesto de basura, con 15 pares de ojos fijos en la nuca. Yo no quería moverme. Quería desaparecer. Quería despertar.

Finalmente, bajé a mi niña de 3 kilos unos 2 metros dentro de la tierra, con un par de correas que parecían haber sido usadas para amarrar cajas en nuestro camión, cuando nos mudamos a una casa nueva.

Tuve que ponerme de rodillas y luego acostarme en el suelo, sobre mi pecho, para llegar lo suficientemente profundo, y liberar el ataúd. Enterramos a Kate con algunas de nuestras cosas favoritas. Libros, fotos y dibujos de los niños. Lloramos sobre la tumba y dejamos cuatro rosas sobre su ataúd enterrado (incluso la que Hannah habia destruido durante la ceremonia).

*  *  *  *  *

Poner a tu bebé en su tumba te cambia. No sé cómo no podría cambiarte. Volvimos a la iglesia, y encontré uno de esos hombres fuertes que he mencionado antes. Me abrazó de nuevo y me dijo que las cosas nunca serían los mismas nuevamente, para ninguno de nosotros. Él tenía toda la razón.

Un compositor de himnos del siglo 19 llamado Horatio Spafford supo los sentimientos que sentí ese día. Spafford y su esposa perdieron cuatro hijas cuando su barco se hundió cruzando el Atlántico. Luego escribió el, tal vez, más famoso himno de todos los tiempos. Lo cantamos en el funeral. El primer verso te aplasta.

De paz inundada mi senda ya esté,
O cúbrala un mar de aflicción;
Mi suerte cualquiera que sea, diré:
Estoy bien, tengo paz, ¡Gloria a Dios!

En nuestro camino a casa después del funeral y entierro, Jen me dijo que sintió que nunca antes había adorado a Dios como lo hizo en ese momento. Nunca hubo tanto delante nuestro.

En nuestros más de 30 años en la Tierra, hemos conocido, casi exclusivamente, grandes regalos y una vida sencilla. Dije esto en el funeral, pero todavía tenemos una buena vida. Tenemos grandes amigos, disfrutamos de nuestro trabajo, y nos deleitamos con nuestros hijos.

Para muchos de nosotros (y yo me incluyo), el cristianismo ha sido fácil. No hemos pasado sufrimiento. No ha habido ningún dolor. Hemos tenido algunas preguntas. No ha habido ninguna razón para no confiar en Dios y dejar de llamarnos cristianos.

Pero ahora la hay.

Ahora hemos conocido las profundidades inimaginables. El dolor que fluyó esta semana es algo indescriptible. Y podemos verdaderamente decir que el Señor es bueno, tanto en la alegría como en el dolor, incluso más en el dolor. Eso fue a lo que tratamos de apuntar toda la semana.

Que no tenemos la esperanza puesta en nuestros hijos. Que no ponemos la esperanza el uno en el otro. Que no fijamos nuestra esperanza ni en nuestros amigos, ni nuestros familiares ni en cualquier cosa, fuera de la crucifixión y resurrección de Jesús. Eso es todo. Solo en Cristo. Esto fue un recordatorio salvaje de esa verdad. Uno que no queríamos, pero que siempre necesitamos.

Mi amigo Nathan dijo que hasta esta semana, el amar al Señor, en medio de esta tristeza tan profunda era solo una teoría para muchos de nosotros. Poner a tu bebé en su tumba hace que sea real. Y no solo para nosotros. Nuestros amigos se lamentaron profundamente con nosotros, lo cual fue también un rico recordatorio de ese propósito de Dios al formar una comunidad profunda de amigos.

Pedro llamaría a todo esto santificación:

En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; 1 Pedro 1:6-7

Siendo honesto conmigo mismo, esto es algo bueno para mí. ¿Elegiría yo este camino? Jamás. ¿Elegiría cualquier parte de este camino para mí, o para cualquier otra persona que haya conocido alguna vez? No. Pero sé, en última instancia, que es bueno para mí y para mi familia, y eso es algo súper difícil de admitir.

*  *  *  *  *

Por eso digo que perdimos un niño (¡un bebé!), y lo ganamos todo. Cristo es todo, o no es nada. Hemos perdido mucho, pero ganamos mucho más. Nos fue dado mucho más de Dios de lo que nunca tuvimos antes. Obtuvimos más del Señor de lo que alguna vez pensé que era posible para un ser humano llegar a obtener.

Es difícil describir lo que quiero decir cuando digo que tenemos más de Dios. Eso es un poco ambiguo, lo sé. Sin embargo, todos nosotros lo vimos en la cara de los demás. El Señor estaba cerca. Todos compartimos una enorme cantidad de gozo y paz esa semana; un gozo y una paz que no fueron creadas por los hombres. Fue algo dulce. Fue una semana profundamente espiritual. Probablemente la más espiritual de toda nuestras vidas.

La vida esa semana fue tan densa y rica, que apenas se pareció a todas las otras semanas que he experimentado. Y la bondad en todo esto (y un signo de la espectacular gracia de Dios para nosotros) es que entendimos esa semana que Dios sigue siendo bueno, y su gracia y amor llegan más profundo de lo que jamás vamos a saber. Él es suficiente, pero también Él es más que suficiente. Él es lo suficientemente bueno como para darnos más de sí mismo, sin importar la circunstancia.

Santiago 1:17 dice así:

Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación.

Jen dice que esto significa que nuestra fe no debe flaquear, porque Dios no ha cambiado. Él no duda ni vacila. Lo único que ha cambiado es cuánto de Él llevamos con nosotros. Perdimos a la dulce Kate, pero obtuvimos mucho del Señor. No a pesar de, sino gracias a ella.

No confundan lo que estoy diciendo aquí. Perdimos mucho. Hemos perdido a un hijo. El miedo más profundo de todos los padres y la mayor pesadilla. Así rapidamente, no puedo pensar en ninguna fuerza traumática peor que pueda ser aplicada sobre dos adultos casados. Pero hemos ganado aún más de lo que perdimos. Esta es una realidad agridulce. Algo demasiado complejo de entender en su totalidad, al menos para mí.

El pastor Dave Zuleger hizo esta observación una vez acerca del sufrimiento:

El sufrimiento es uno de los grandes instrumentos en las manos de Dios para seguir revelándonos nuestra dependencia de él y nuestra esperanza en Él. Dios es bueno como para darnos el regalo más grande que nos puede dar, que es más de sí mismo, y Él es bueno, sin importar cómo elige entregar este regalo.

Ahora podemos dar testimonio de la verdad en estas palabras.

Tenemos dos niños sanos, y uno en camino. Dios es bueno. Tenemos dos niños sanos, y el que venia en camino ha muerto. Y Dios es aún más grande, de lo que pensábamos que era.

*  *  *  *  *

Ahora seguimos adelante. Pero seguimos adelante como personas muy diferentes de lo que éramos antes. Todos nosotros. No solo Jen y yo, nuestros amigos, nuestras familias, todos los involucrados; estamos agradecidos por ello. No solo que nuestra carga fue repartida, sino que el Señor nos ha madurado a nosotros y a los que nos rodean, por causa de esto.

Mi amigo Josh se sentó con nosotros en la sala de partos unas pocas horas después de que Kate nació, y confesó entre lágrimas que nunca antes había anhelado estar en el cielo como lo había hecho en ese día. Pensé que era una confesión convincente y honesta. Asentí, entre lágrimas, y corrí a esconderme.

Siempre he pensado en el cielo como una cosa extraña. O más bien, mi relación con el cielo. Parece un lugar que deberíamos anhelar más de lo que lo hacemos, teniendo en cuenta lo torcido y perturbador que es el planeta en que vivimos. Y, sin embargo, me gusta estar aquí. Realmente me gusta. C.S. Lewis decía que preferimos los pasteles de barro.

Eso no es algo de lo que estoy orgulloso. También es algo que, espero, irá cambiando a medida que continúe aceptando la realidad de que mi dulce Kate está allí (y no aquí) para siempre. Y ya ha comenzado. El cielo esta más que nunca en la vanguardia de mi vida, todo por esta semana. Hemos hablado más acerca de él. Es un lugar en el que pienso. Es un lugar en el que quiero estar.

No para ver a la niña que perdí, aunque eso será algo bueno. Pero es algo pálido y patético en comparación con poder ver en su totalidad al Dios que voluntariamente optó por aquello que a mí nunca se me ocurriría elegir. Quiero conocer a mi hija, sí, pero lo que realmente anhelo es conocer al Padre, que dio a su Hijo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Juan Manuel López.
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando