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Hace unas semanas estaba almorzando con el presidente de los diáconos de nuestra iglesia cuando casualmente hizo un comentario que recordé durante todo el día. Nuestra conversación se centró en varias oportunidades y decisiones que requieren de preparación y trabajo administrativo. Mientras estábamos haciendo una lista de cosas que teníamos que hacer, me “ofrecí” para encargarme de las tareas, de modo que él no tuviera que preocuparse por eso.

Con sabiduría y dulzura me dijo, “Matt, sé que te gusta tomar el control. Sé que trabajas duro y prefieres hacerte cargo de estas cosas, pero permíteme hacer esto”. La palabra clave en ese comentario era “control”. En ese momento, el Espíritu Santo reveló rápidamente que mi “oferta” era en realidad una manifestación de mi inclinación idólatra de controlar. Al igual que muchos líderes determinados, me gusta hacer las cosas a mi manera para poder dirigir el proceso y el resultado. Sin embargo, la realidad es que mi deseo de hacer el trabajo de la iglesia sin ayuda le estaba robando a nuestros diáconos su vocación bíblica.

Como líderes de la iglesia, todos sabemos que la palabra diácono es una traducción de diakonos, término griego del Nuevo Testamento que significa sirviente o mensajero (Rom. 16:1; Fil. 1:1; 1 Tim. 3:8, 12). Y mientras que la palabra diácono no se usa en Hechos 6:1-4, este pasaje es ampliamente considerado como el prototipo para un diácono en la iglesia primitiva y sirve como un modelo útil. A partir de estos pasajes, vemos que el enfoque principal del ministerio del diácono se centra en las tareas administrativas, de servicio, y principalmente relacionadas con las necesidades físicas de la iglesia (Hch. 6:1-4).

Los diáconos cumplen su llamado para que los pastores puedan centrarse en el ministerio de la Palabra y la oración. Por esta razón, el Nuevo Testamento describe específicamente las cualificaciones para diáconos en 1 Timoteo 3:8-13, las cuales están íntimamente relacionadas con su tarea. Basado en los requisitos bíblicos, uno puede, por implicación lógica, ver que los diáconos sirven en áreas como finanzas (1 Tim. 3:8), administración (1 Tim. 3:12), visitación (1 Tim. 3:11), y atendiendo las otras necesidades de la familia de la iglesia (Hch. 6: 1-4).

El liderazgo pastoral implica ver el panorama general, pero también implica ver los pasos incrementales que llevan a la iglesia hacia un fin deseado. Mi problema —que supongo es un problema para muchos líderes— está en hacerme a un lado para reclutar a otros en el proceso. Para ser honesto, me siento más seguro cuando puedo hacerme cargo de los detalles. Esto revela que mi confianza está en mí mismo. Pero la imagen bíblica es clara: Dios no nos llama a dirigir y servir solos. En la iglesia, Dios ha ordenado que los diáconos y pastores trabajen juntos en la dirección y el servicio de la iglesia.

Estoy agradecido por un cuerpo de diáconos que aman a Jesús, y están dispuestos a servir de una manera que glorifique a Dios. Su liderazgo de servicio libera a los pastores para poder centrarse en el ministerio de la Palabra y la oración. El comentario de aquel diácono fue un sabio recordatorio de que Dios no solo está trabajando a través de mí, sino que también está trabajando a través de la iglesia como Él la ha diseñado. Afortunadamente, no todo depende de mí, el pastor. Rendir mi deseo de control es confiar en que, al final, es Dios quien dirige nuestra iglesia. Sin duda, la iglesia me ve como su pastor para liderar en la dirección general, pero también estoy llamado a equiparlos para el ministerio que nos lleva hacia allá. Estoy seguro de que recordaré esta conversación a lo largo de mi ministerio. También le pido a Dios que continúe utilizando esa conversación para alejarme de mi deseo impulsivo de controlar los procesos y resultados de la iglesia. Después de todo, es su iglesia, no la mía. Dios no permita que mi ambicioso liderazgo robe a otros de su vocación.


Publicado originalmente en For The Church. Traducido por Saraí Charón. Imagen: Lightstock.
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