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“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”, 1 Timoteo 4:16.

Ser un ministro de la Palabra de Dios y un pastor de la grey de Cristo es un privilegio inconmensurable. Se nos ha encomendado el bienestar y crecimiento de las almas de los escogidos de Dios que se reúnen en nuestra congregación local. Para ello, el estándar a llenar es demasiado alto: Cristo, el Pastor de las ovejas, es nuestro patrón de conducta y práctica. La exigencia moral, emocional, intelectual (¡y aun física!) sobre el pastor es impresionante.

¿Quiénes somos nosotros para creer que podemos emular la perfección de Cristo en el trabajo pastoral? El apóstol Pablo lo define muy bien:

Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús… Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros (2 Corintios 4:5, 7, énfasis añadido).

Somos “vasos de barro”, utensilios comunes en los cuales se ha depositado una excelencia que no nos tocaba manejar. La primera y más grande necesidad del ministro de Dios es reconocer quién es: un pecador reconciliado con Dios, un rebelde perdonado por gracia. Somos “dispensadores” de la gloria de Dios, no por alguna habilidad especial, o pura fuerza de voluntad, sino exactamente lo opuesto, porque Dios escogió a los menos capacitados para traer Su gloria a la tierra, de tal manera que la fama y el honor sean solamente para Él. Elías, el poderoso profeta del Antiguo Testamento, quien fue usado por Dios en grandes hazañas y milagros portentosos, es descrito en la Palabra de la siguiente manera:

Elías era hombre de pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses (Santiago 5:17, énfasis añadido).

Elías no poseía ninguna cualidad inherentemente superior a alguno de nosotros, sino que era un hombre “sujeto a las mismas pasiones” con las cuales luchamos cada día. Es por ello que el apóstol Pablo exhorta a su discípulo ministerial, Timoteo, a “cuidarse a sí mismo, y de la doctrina”. No es por casualidad que Pablo ponga en primer lugar el cuidado personal y en segundo lugar mencione el asunto doctrinal. Los ministros, en especial los egresados de instituciones de estudios teológicos, podrían pensar que lo mas importante en la consecución de sus ministerios es la exactitud teológica, la precisión técnica al desarrollar sus argumentos y exégesis, su ortodoxia doctrinal irreprochable. Todo esto es importante y en sobremanera necesario, pero es secundario al asunto más importante: la condición de nuestro corazón, el cual siempre está desnudo frente a la presencia de nuestro Dios.

Cuando Pablo lista las cualidades de un fiel anciano y ministro de la Palabra, el carácter y la conducta triunfa sobre la aptitud ministerial, pues solo un corazón limpio y una conducta intachable nos permitirá ser la encarnación de Cristo a nuestra congregación local:

Palabra fiel es ésta: si alguien aspira al cargo de obispo, buena obra desea hacer. Un obispo debe ser, pues, irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, de conducta decorosa, hospitalario, apto para enseñar, no dado a la bebida, no pendenciero, sino amable, no contencioso, no avaricioso. Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad; (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?) No debe ser un recién convertido, no sea que se envanezca y caiga en la condenación en que cayó el diablo. Debe gozar también de una buena reputaciónentre los de afuera de la iglesia, para que no caiga en descrédito y en el lazo del diablo (1 Timoteo 3:1-7).

“Irreprensible” es el resumen de todos los requisitos expresados en el pasaje; una conducta intachable frente a un público que observa, algunos para seguirnos como modelos de bien, y otros para despreciar el evangelio a causa de nosotros. Podemos agrupar los requisitos en unas cuantas áreas de alta relevancia:

  • Moralidad – “Marido de una sola mujer”, un hombre que se cuida activamente de pensamientos y acciones adúlteras, que guarda su mente de toda inmundicia sexual, sea esta pornografía, una práctica sexual enferma, o conversaciones sucias que atenten contra su pureza moral. Es aquel que pone las debidas medidas cautelares en su casa, en su cuarto privado, y en sus relaciones interpersonales, para evitar cualquier intromisión del pecado inmoral en su vida.
  • Auto control – “Sobrio… no dado al vino”, un hombre que ha cultivado el espíritu de “dominio propio” en su vida, que no es esclavo de vicios ni placeres escondidos que destruyen el carácter y la conducta, cosas que nos hacen perder el control de nuestras emociones y pensamientos. No solamente hablamos del abuso de sustancias controladas, alcohol o medicamentos prescritos, sino de otros tales como el control de hábitos alimenticios, o el abuso del tiempo de entretenimiento. En especial, el tiempo que pasamos frente al Internet, la televisión, o en pasatiempos (aun cuando esto no sea pecaminoso en sí mismo), llevado al extremo, se puede convertir en piedra de tropiezo para las sanas relaciones matrimoniales, familiares y aun para nuestra salud emocional.
  • Carácter y relaciones interpersonales – “Prudente, decoroso, hospedador… no pendenciero… sino amable, apacible”, un hombre que ha puesto bajo el dominio del Espíritu Santo su carácter y su genio. El ministro de Dios requiere hacer un esfuerzo intencional para permanecer afable, paciente y amoroso en cada una de sus interacciones diarias con la gente a la cual sirve, así como con el mundo que observa. Esta es una dificilísima tarea, ya que requiere la madurez emocional necesaria para separar efectivamente nuestras emociones y sentimientos internos de nuestra actividad diaria, de tal manera que reflejemos el amor eterno de Dios y no la frustración personal de nuestros asuntos temporales. Tenemos que entender que nuestra posición y función apunta a la vida celestial en Cristo Jesús, y por lo tanto nuestras acciones y nuestra conducta no pueden estar basada en las ansiedades del día ni el estado de ánimo de nuestro cambiante corazón. ¡Somos la fuente del amor de Dios a un mundo necesitado!
  • Economía – “No codicioso de ganancias deshonestas… no avaro”, un hombre que vive en contentamiento con lo que tiene, que reconoce la vanidad de las posesiones terrenales, que ha aprendido a “hacer tesoros en el cielo” y que cuida su alma de desear el dinero y los lujos de sus congregantes. La sociedad en que vivimos le da el máximo valor a dos asuntos de vida terrenal: la satisfacción sexual y hedonista (de lo cual hablamos previamente), y la acumulación de bienes materiales. “Quien mas tiene es quien mas goza” parece ser la máxima de nuestra cultura moderna. Y no podemos escaparnos de la realidad de que estamos presionados por todos lados a tener mas y mejores cosas, para mantener el estándar aceptado en la sociedad, para competir efectivamente con nuestros vecinos y familiares, quienes están juzgando nuestro “éxito de vida” a base de la acumulación de bienes y poder que hemos logrado. El pastorado es particularmente retante en este contexto, ya que dependemos enteramente de la provisión celestial para nuestro sostenimiento. Aquel que trabaja a tiempo completo vive en una permanente prueba de fe, restringiendo su vida y su familia de cosas y experiencias que otros disfrutan comúnmente. El pastor bi-vocacional a su vez requiere una doble porción de fuerzas para sostener su casa mientras sirve la Palabra del Señor a su grey.
  • Liderazgo – “Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad… no un neófito… que tenga buen testimonio de los de afuera”, un hombre que haya aprendido a ser un líder-siervo, que su familia y su congregación lo sigan, no por fuerza sino por inspiración. Este texto habla menos de un tirano de mano dura y más de un hombre humilde, apacible, serio, responsable, ético, moral, profundamente espiritual, una verdadera “encarnación” de Cristo en la tierra, para que el que observa no le quede otra alternativa que seguirle en respeto y admiración.
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